Capítulo II: Egipto
Más o menos al mismo tiempo que se asentaban las bases de la civilización en Mesopotamia, una civilización de similares características comenzó a formarse en torno al río Nilo –el más largo del mundo, tanto que a veces me pregunto si no será español-. Las otrora fértiles tierras del Sahara habían dado paso a un desierto que avanzaba en todas direcciones a gran velocidad, obligando a la población a concentrarse alrededor de los márgenes del Nilo, la única zona en la que podían alcanzar un nivel de subsistencia aceptable. Este río, que nace en el lago Victoria, más o menos en el ecuador, atraviesa las montañas de Kenia y el desierto del Sahara, hasta llegar al mar Mediterráneo, donde forma un gigantesco delta. A lo largo de su recorrido el Nilo forma varias cataratas, pero a partir más o menos de la presa de Asuán (en la parte sur de Egipto), donde se ubica la Primera Catarata, el río ya no experimenta ningún desnivel digno de mención y es fácilmente navegable en ambas direcciones. Más o menos desde esta primera catarata hasta el inicio del delta se encuentra la zona conocida como Alto Egipto, y el delta en sí, hasta el mar Mediterráneo, constituye el Bajo Egipto. El motivo de que el Bajo Egipto se encuentre encima del Alto no se debe, como quizás podríamos pensar en un primer momento, a la incompetencia de los egipcios a la hora de denominar su tierra, sino sencillamente a que es el curso del Nilo el criterio para denominar a ambos.
Pero el río Nilo no sólo ofrecía tierras de gran fertilidad en torno a sus orillas, como también ocurriría en el Tigris y el Éufrates, sino que periódicamente, hacia el mes de Julio, experimentaba enormes crecidas que anegaban durante varios meses las tierras circundantes con un apestoso fango, el limo, extraordinariamente fértil. Tan sólo había que esperar la crecida del río, esperar las semillas, tumbarse a la bartola y a vivir: mientras los sumerios tuvieron que buscarse la vida desarrollando una extensa red de canales cada vez más complicada, los egipcios tenían de sobra con su Nilo, fuente y base única de su civilización. En efecto, los egipcios fueron, desde un principio, los “niños bien” de la Antigüedad:
– El Nilo les proporcionaba alimento fecundo, suficiente para alimentar a Faraón, a su familia, a los sacerdotes, a los funcionarios de la Administración egipcia, e incluso al resto de la población, aunque sólo fuera para garantizar que el buen pueblo egipcio podría trabajar en los proyectos faraónicos un día más. Además, los excedentes alimentarios podían exportarse con el fin de generar píngües beneficios que posteriormente se reinvertían sabiamente en las tumbas y palacios, por este orden, de los faraones (véase la Historia de José).
– Además, el Nilo constituía un elemento de vertebración del territorio que ríase Usted de la Selección Española; las comunicaciones se efectuaban fácilmente a través del río, desde la Primera Catarata hasta la desembocadura, de forma mucho más rápida y mucho mas segura que por la alternativa terrestre. Y además, claro, mucho más barata. Los egipcios nunca tuvieron que preocuparse demasiado por desarrollar infraestructuras de comunicaciones en el país, el Nilo se encargaba de ello.
– Por último, las tierras que rodeaban al Nilo eran en su práctica totalidad, como ya hemos dicho, un asqueroso desierto, salvo en el Sur, donde tanto las cataratas como las montañas de Kenia dificultaban las comunicaciones. Esto significaba que defender Egipto de eventuales invasiones extranjeras resultaba extraordinariamente fácil, pues antes de llegar al Nilo los invasores deberían cruzar kilómetros y kilómetros de desierto, lo cual, dado que, como hemos quedado, Egipto no tenía un sistema de comunicaciones digno de tal nombre más allá del propio Nilo, era una labor harto difícil.
A diferencia de la mayor parte de pueblos de la Antigüedad, que tras penosos milenios de vagar por la Tierra como patéticos nómadas intentaban asentarse en un territorio para vivir honradamente del fruto de su trabajo (momento en el cual eran arrasados por hordas de malvados nómadas sedientos de sangre en operaciones de rapiña), los egipcios no tuvieron ni que plantearse formar un Ejército durante muchos siglos; tampoco tenían que preocuparse de trabajar la tierra, dado que el Nilo hacía la mayor parte de la labor por ellos, así pues, ¿qué hacían?
La respuesta es, como la civilización egipcia, lamentable. Dado que no había apenas preocupaciones que perturbaran la vida terrenal, los egipcios dedicaron 3000 años de civilización a desarrollar el sistema teológico más ridículo de entre todos los que se hayan creado jamás en la Tierra. Organizaron su sociedad como una teocracia piramidal, llamada así porque el objetivo era dedicar el esfuerzo colectivo de la población para la construcción de pirámides, en cuyo seno alojaban al Faraón y todas sus riquezas cuando éste moría. Por otra parte, la principal función del Faraón en vida era supervisar la construcción de su pirámide y recopilar suficientes tesoros para la otra vida, algo sencillo de conseguir en un país que podía dedicarse en exclusiva a la construcción de pirámides, y cuya riqueza le venía dada por los excedentes agrícolas que generaba el Nilo. Más o menos a los diez años de la muerte del Faraón los ladrones de tumbas ya habían birlado absolutamente todo lo que de valor podía quedar en la pirámide, robo generalmente acompañado de mofa, befa y escarnio para con la momia de Faraón, con lo que la Pirámide en sí se convertía, en un plazo sorprendentemente rápido de tiempo, en una construcción sin objeto real ni valor alguno. Así pues, el modelo de economía de Egipto se constituyó como uno de los más originales de la Antigüedad, no en vano se fundamentaba en el Ladrillo, al igual que en España.
Las pirámides permitían, además, mantener ocupada a una población que de otro modo se daría a la molicie y dejaría pasar su triste existencia sumida en la desidia, y es más, dado que en el Mundo Antiguo ni siquiera había televisión, fornicando sin parar, teniendo hijos e hijos e hijos en una cantidad tal que ni el Pueblo Elegido, hasta el punto de poner en peligro el excedente alimentario que permitía construir las pirámides. Con la construcción de pirámides, Faraón ofrecía un salario (a veces real, a veces en forma de yoyah) a su población y contribuía a la larga a evitar fenómenos malthusianos de crecimiento geométrico de la población, merced a una revolucionaria (para la época) política keynesiana de inversión masiva del Estado en infraestructuras de exterminio que sólo sería superada, milenios después, por la Alemania nazi, que comprendiendo las limitaciones del modelo egipcio, limitado a exterminar a su propia población, desarrolló una política expansionista destinada a exterminar tanto a la población propia como a la ajena, y además, con un modelo de eliminación de individuos mucho más tecnificado, masivo y deslocalizado en múltiples núcleos productivos autónomos, no dependientes de la pirámide-caprichito del Faraón.
La histeria por la construcción de tumbas para Faraón se complementaba con una rígida jerarquía eclesiástica de sumos sacerdotes que “se transmitían el saber de padres a hijos”. Son muchos los descubrimientos que la Humanidad debe a estos hombres de ciencia; por desgracia, su secretismo ha determinado que no sobreviva ninguno. Los sacerdotes fundamentaban su poder en la Tradición y la preservación estricta de la misma, lo que implicaría, además, que Egipto viviera siempre en un estado de auténtica autarquía científica y social, generando un sistema esclerotizado y en perpetua decadencia, en suma, no occidental. Los egipcios, siendo la civilización más avanzada gracias a las condiciones privilegiadas del territorio, fueron totalmente incapaces, a pesar de ello, de generar algo de auténtico valor para la Humanidad. Por eso, en realidad, los egipcios son recordados, más que por sus inventos o por su elevada civilización, por la ausencia de innovaciones y lo absurdo, incomprensible y, en suma, diferente, de su Imperio: no inventaron la rueda, ni la forja del bronce o del hierro, ni el alfabeto, ni la escritura, y cuando consiguieron desarrollar por fin esta última, merced a un impulso nacionalista ante el empuje de los sumerios, fue para crear un ridículo sistema de escritura jeroglífica que no entendía absolutamente nadie, aunque eso sí, quedaba muy aparente y conjuntamente con las pirámides les permitió desarrollar un sector turístico pujante que además era su única fuente de saber, pareciéndose sumamente, de nuevo, al caso de España.
Pero en lo que Egipto se asemeja más a España es, precisamente, en su ahondamiento en un sistema de perpetua decadencia, que en el caso de Egipto duró 3000 años, prácticamente desde la unificación del Alto y Bajo Egipto, obra del Faraón Menes (3100 a.c.), fundador de la Primera Dinastía. A los cuatro días de la unificación, como quien dice, comienza el Imperio Antiguo egipcio (2680 – 2180 a.c.), y es en los comienzos de este Imperio cuando se construyen las grandes pirámides. Pues bien, desde entonces, y a lo largo de los Imperios Medio (2052-1790 a.c.) y Nuevo (1570-1192 a.c.), Egipto tuvo un peso específico en el mundo cada vez más pequeño, su población estaba cada vez más adocenada, y sus pirámides se parecían cada vez más al hogar de Beckham. Apenas sabemos los motivos del final del Imperio Antiguo, más allá de la muerte de su último Faraón, Pepi II, pero sí podemos argüir que el final del Imperio Medio pudo deberse, al menos en parte, a la invasión de los hicsos, cuya conquista (1720 a.c.) se produjo setenta años después, según la cronología, del final de dicho Imperio. Los hicsos eran un grupo de nómadas provenientes de Canaán que lograron cruzar el desierto merced al uso de una revolucionaria tecnología: los caballos, ante los cuales los egipcios no pudieron hacer nada y, preludio de una larga serie de rendiciones que harían que Egipto fuera conocida como “la Francia del Mundo Antiguo”, se sometieron bajo el siniestro yugo de los hicsos, que por otra parte rápidamente se amoldaron a los usos y costumbres egipcias.
Es preciso destacar en este aspecto que, contrariamente a lo que dice la Biblia, parece poco probable que el Pueblo Elegido estuviera en Egipto en la época de los hicsos, dado que su llegada a Israel data del año 1200 a.c., más o menos, lo cual significaría que los israelitas se habrían pegado casi 400 años de Éxodo por la península del Sinaí. Más probable parece que por “Pueblo Elegido” la Biblia entienda a nómadas provenientes de Canaán que se instalaron en Egipto siguiendo la estela de los hicsos, y fueron expulsados tras la formación del Imperio Nuevo (y haciéndole el favor a Faraón, además, de exterminar a todos los primogénitos mediante intervención divina, lo que le ahorró a este la necesidad de construir proyectos absurdos durante un buen período de tiempo). Esa tribu de nómadas, instalada precariamente en la tierra de Canaán, u otra tribu de similar filiación, habría culminado la conquista y formación de Israel 400 años después. Aunque no me hagan mucho caso, dado que hablamos de la Biblia.
Un factor que pudo favorecer la formación de Israel en esa época fue la destrucción del Imperio Nuevo, muy debilitado por la súbita aparición de los “Pueblos del Mar”, de los que ya hablamos en el análisis de la película Troya. Los Pueblos del Mar fueron denominados así por los egipcios porque, ¡oh sorpresa!, eran al parecer una amalgama de varios pueblos, y vinieron a Egipto a través del Mediterráneo, no por tierra. Dado que Egipto nunca se había preocupado de desarrollar el arte de la navegación (ni en desarrollar apenas nada, la verdad), no tenían nada parecido a una flota que pudiera cerrar el paso a estos pueblos, cuyo origen no está muy claro, pero al parecer, podrían ser los pueblos aqueos de la Grecia continental y de la isla de Creta, expulsados por los invasores dorios, que tras su huida atacaron el Imperio hitita y posteriormente el egipcio. Estos invasores griegos serían finalmente rechazados por el faraón Ramsés II, y es posible que acabaran ubicándose en la zona sur de Canaán, esto es, que se convirtieran en los malvados filisteos de la Biblia, que si recuerdan el texto sagrado eran unos josputa que siempre estaban puteando al Pueblo Elegido. Pese a la victoria, la decrepitud moral de la sociedad egipcia había llegado a tal punto que al poco de morir Ramsés II el Imperio Nuevo se descompuso, acabando para siempre, de facto, con la pujanza de Egipto.
Porque una vez terminado el Imperio Nuevo, Egipto, país de gays por antonomasia, ni siquiera tuvo fuerzas para resistir las sucesivas invasiones de pueblos, provenientes casi siempre del Este, que se hacían con las pocas riquezas que habían dejado Faraón y los ladrones de tumbas. Así, Egipto fue conquistado por los asirios (671 a.c.), los persas (525 a.c.), los griegos (332 a.c.) y, finalmente, los romanos (30 a.c.). Por el contrario, ni en sus momentos de mayor apogeo pudo Egipto desarrollar una política expansionista de terror y expoliación para con sus vecinos como corresponde a cualquier Imperio digno de ese nombre, circunscribiéndose siempre al río Nilo con ocasiones incursiones más allá de la Península de Sinaí (que les permitiría, en época de Ramsés II, dominar Canaán y Siria, pero por un corto periodo de tiempo).
Es, pues, una caída constante de 1500 años de patetismo endogámico seguidos de 1500 años de mariquita sumisión. A cada nueva oleada de conquistadores, el Faraón o su representante se rendía a los terroristas y a continuación sugería hacer una “alianza de civilizaciones” entre Egipto y sus nuevos dueños, lo cual era acogido con sarcasmo por estos últimos, pero acababan aceptando de facto la alianza por la vía de volverse unos vagos inútiles merced a la perniciosa influencia de la civilización conquistada, lo cual a su vez provocaba sucesivas invasiones de otros pueblos. Sólo las civilizaciones dignas de este nombre, Grecia y Roma, se sustrajeron a este influjo. Así, Grecia impuso su cultura sobre el patetismo egipcio y Roma se hinchó a soltar yoyah para después imponer, por segunda vez, la cultura griega.
Ya con anterioridad a la llegada de Alejandro, los griegos habían fundado varias ciudades comerciales en Egipto, la más importante de las cuales fue Cirene. La cultura griega, en consecuencia, no era desconocida por los egipcios. Cuando llega Alejandro a Egipto, el país se le somete con una metrosexualidad que ni que fuera un país de ZPs, sin luchar y contentos de ser dominados por un invasor aún más benévolo, más moderado y, por qué negarlo, más metrosexual que los persas. A partir de ahí, tras la muerte de Alejandro y con la división de su Imperio en tres partes, comienza la historia del Egipto ptolemaico (XXI Dinastía, fundada por el general de Alejandro Ptolomeo, y cuyos gobernantes siempre se llamaban Ptolomeo, en plan Dinastía “de otra Galaxia”), relativamente poco importante en términos militares pero brillantísimo en cuestión de cultura (ambas cosas se explican por el hecho de que la élite dominante era griega, pero el pueblo al que recurrir para soltar yoyah seguía siendo egipcio). Al Egipto ptolemaico pertenecen las realizaciones del gran Faro, el Museo y sobre todo la Biblioteca de Alejandría, destruida casi totalmente por hordas de cristianos histéricos en el 415. Es en el Egipto ptolemaico donde el sacerdote egipcio Manetón, obligado por los griegos, escribe una cronología de las 30 dinastías egipcias, principal fuente sobre los Imperios Antiguo, Medio y Nuevo, y es también bajo la Dinastía Ptolemaica donde trabajan Euclides o Erastótenes, y donde la alquimia experimenta un importante desarrollo. Pero toda esta Historia ya la desarrollaremos en su momento.
Con la llegada de Octavio y su victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra, Egipto, que ya llevaba casi un siglo sometido de facto a los romanos, se convertiría oficialmente en provincia romana, y así seguiría hasta su conquista por los árabes (642), que se encargarían de completar el trabajo de destrucción de la biblioteca de Alejandría. A partir de ahí comienza la Gran Oscuridad que todo país sometido al Islam experimenta inevitablemente, con la única excepción de España, que fue también el único país cuyos ciudadanos, merced al descomunal volumen y peso de sus genitales, fueron capaces de expulsar a los moros, que la habían conquistado en el siglo VIII, y por eso ahora han puesto unas bombas en el Metro (o al menos eso pone en la redacción que ha escrito mi sobrino de cinco años, pero no se preocupen; le he soltado un par de yoyah en castigo por poner en duda la autoría de ETA).
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