Capítulo I: Mesopotamia *
Entendemos por “Mesopotamia” la región vertebrada por el curso de los ríos Tigris y Éufrates. Aunque ahora el territorio se nos antoja bastante poco proclive al desarrollo de una civilización que merezca la pena (tanto que se hace necesario impulsar dicho desarrollo con revolucionarias políticas de origen externo), las condiciones del mismo resultaron ideales en los incultos tiempos del Mundo Antiguo, cuando la gente se conformaba con más bien poco y se caracterizaba ante todo por su cortedad de miras. En aquella época la gente moría que daba gusto, y vivía a salto de mata expoliando el entorno. Los primeros pobladores de la Tierra llevaban una miserable existencia nómada, y su supervivencia dependía exclusivamente de la proclividad de la Madre Naturaleza, que les proporcionaba alimentos a través de la caza y la pesca.
Desgraciadamente, cualquier cambio climático de cierta importancia, un aumento excesivo de la población o un uso abusivo de los alimentos existentes en el entorno provocaba el colapso de este tipo de sociedades subdesarrolladas, que aún hoy persisten en ciertos lugares, fundamentalmente con objeto de justificar subvenciones a fondo perdido para investigadores universitarios, intelectuales pergeñadores de soporíferos documentales e ideólogos subyugados por el mito del buen salvaje.
Por fortuna, en torno al año 8.000 a.c., los modos de vida y el ordenamiento de las sociedades prehistóricas comenzaron a cambiar. Y fue precisamente en Mesopotamia donde se produjo este cambio. Ahora en Mesopotamia sólo hay petróleo, terroristas suicidas y soldados que se hacen fotos con terroristas (o, si no terroristas, sin duda sí suicidas involuntarios) en el momento y en el lugar equivocados, pero entonces las cosas estaban mucho mejor; de hecho, se considera comúnmente que fue en Mesopotamia donde el Señor ubicó el primitivo Paraíso Terrenal (ciertas interpretaciones de la Biblia sugieren que en un primer momento el Señor sopesó la posibilidad de situar el Edén en España, dadas las inmejorables condiciones del territorio; sin embargo, tras duras negociaciones el Señor optó por abandonar la idea, dado el precio abusivo del suelo, las inaceptables condiciones que pretendían los promotores inmobiliarios y el chalaneo de los políticos locales).
Ciertas poblaciones nómadas comenzaron a asentarse alrededor del curso de los ríos Tigris y Éufrates, y decidieron invertir el orden natural de las cosas: en lugar de vivir de las subvenciones de la Naturaleza, se encargarían ellos mismos de subvertir el orden establecido planificando, a partir de unas tierras extraordinariamente fértiles, la generación de alimentos. Cuando esta revolucionaria política dio sus frutos y la población comenzó a aumentar, los agricultores neolíticos tampoco se arredraron. Puesto que la abundancia provenía de la fertilidad del terreno, y esta última dependía a su vez de la cercanía a los ríos, los primitivos pobladores de Mesopotamia, los Sumerios, idearon un espectacular PHN que llenó el territorio de canales de irrigación que permitieran aumentar las tierras de cultivo. Al mismo tiempo, fruto del aprendizaje de técnicas de explotación agrícola cada vez más avanzadas, así como de la invención de todo tipo de aperos que ayudasen en las labores del campo, se aumentó la frecuencia de las cosechas así como la abundancia de las mismas.
De esta manera, fue posible no sólo aumentar la población, sino posibilitar la concentración de la misma en grandes núcleos poblacionales, las ciudades, convenientemente abastecidas por un sistema de explotación del terreno que era la envidia de los nómadas circundantes. Ciudades – Estado independientes pero vinculadas por el comercio y por eventuales asociaciones entre ellas (generalmente impuestas por la ciudad más pujante en cada momento histórico), lo que a su vez hizo aflorar la necesidad de desarrollar una red de comunicaciones, extraordinariamente incentivada por la invención de la rueda.
Asegurada la subsistencia, los sumerios pudieron dedicarse a asuntos menos perentorios pero no por ello carentes de interés, como por ejemplo la invención de la escritura (3.000 a.c.), registro de los acontecimientos coetáneos pero también de los pasados, esto es, invención de la Historia como disciplina, o el desarrollo de diversas religiones asociadas a las ciudades que permitieran tranquilizar los espíritus y ocupar las mentes con extraordinarios proyectos urbanísticos: los zigurats, edificios de varios pisos cuya función no está totalmente clara, aunque parece que normalmente dedicados a la realización de sacrificios humanos para contentar a los dioses (hay quien dice que los zigurats eran escondrijos de las armas de destrucción masiva de que disponían los sumerios, teoría avalada por la fortaleza de tales edificios pero desmentida por la centralidad de los mismos. También apuntan algunos investigadores que la función primordial de los zigurats fuera constituirse en símbolo y motivo principal de sucesivos planes urbanísticos desarrollados por las distintas ciudades sumerias, enmascarados bajo la fachada de eventos de carácter cultural que tendrían el propósito de establecer lazos de hermandad entre los pueblos, y cuya principal manifestación sería, a su vez, la realización de sacrificios humanos de carácter masivo).
El alto grado de desarrollo de las ciudades sumerias convirtió a Mesopotamia en el centro del mundo civilizado (por no decir “el mundo civilizado” a secas) durante milenios, pero con ello también provocó la hostilidad de los nómadas muertos de hambre que la rodeaban. Por ello, los sumerios no tuvieron más remedio que defender su civilización por la fuerza cuando fuera necesario, y con el hándicap añadido, además de la molicie inherente a la opulencia, de no disponer apenas de minerales para la fabricación de armas (con lo que resultaba preciso importarlos en gran medida de las minas propiedad de los mismos nómadas que pretendían la eventual conquista del territorio), una situación paradójica e insostenible a largo plazo, de manera que los sumerios sufrieron sucesivas invasiones que de forma más o menos prolongada dominarían el territorio mesopotámico total o parcialmente, entre ellas las de los acadios (en torno al 2.500 a.c.),los amorreos (en torno al 2.000 a.c.) y los asirios (1.275 a.c.). Los primeros impusieron su lengua, los segundos sus leyes (Código de Hammurabi, en torno al 1.750 a.c., que superó la anacrónica Ley del Talión para sustituirla por una ley más adecuada a los tiempos modernos en la que los castigos superaban con mucho a las faltas), y los asirios, finalmente, su visión combativa de la existencia (que eran unos animales que no veas, vamos). Sin embargo, todos ellos supieron apreciar la superioridad de la cultura conquistada, y por tanto no la destruyeron, sino que se apropiaron de ella y la adaptaron a sus intereses (como más tarde harían los romanos con respecto a Grecia).
Beneficiándose de las exorbitantes riquezas de Mesopotamia, de los avances tecnológicos en determinados campos del saber (la ya mentada invención de la rueda, la domesticación del caballo y la forja del mineral de hierro), pero también de una virilidad muy superior a la de los primitivos habitantes del territorio, los asirios se pusieron a repartir chapapote en cantidades industriales, constituyendo sucesivos imperios que en determinados momentos llegarían a abarcar no sólo Mesopotamia, sino Siria, Israel, parte del actual Irán e incluso Egipto. De Salmanasar I (1.275 a.c.) a Asurnasirpal II (883 a.c.) los asirios sufren diversas vicisitudes y continuas rebeliones de las poblaciones sometidas que en determinados momentos ponen en peligro su Imperio, pero que también posibilitan una respuesta avanzada y una evolución en la razón de ser de este Imperio. Así, si Salmanasar era un pedazo de bestia que soltaba yoyah a todo el que le miraba mal, Asursanirpal II, casi quinientos años después, mantiene estos mismos parámetros pero, consciente del mayor grado de complejidad del mundo que le rodea, los desarrolla hasta niveles nunca vistos: Asursanirpal, a diferencia de sus predecesores, no consideraba la guerra como un conflicto dirimido por los ejércitos rivales, sino que, partidario de la “guerra total”, amplió los confines de la misma a la población civil. Si en el pasado las guerras de conquista respetaban las vidas de los habitantes de las ciudades, Asursanirpal no sólo conquistaba, sino que se lanzaba a continuación a una orgía de sacrificios y torturas hasta entonces sin parangón. Ciudad por la que pasaba Asursanirpal, ciudad por la que no quedaba (literalmente) títere sin cabeza.
A raíz de esta revolucionaria política, los asirios establecieron un dominio mucho más firme sobre las poblaciones conquistadas. Pero también era una política sin marcha atrás: si los medrosos pueblos dominados atisbaban cualquier indicio de metrosexualidad en sus invasores, la rebelión, suprimida hasta entonces por el régimen de terror, sería inmediata. Y así ocurrió. Bastó que apareciera en Asiria un rey sin dotes de mando, perniciosamente entregado a la cultura y poco afín al noble arte de la guerra, Asurbanipal I, para que todo el sarao se desmontara: los babilonios no sólo se independizaron de Asiria, sino que, enardecidos, destruyeron Nínive, la capital del Imperio Asirio, de la que no dejaron piedra sobre piedra, y acabaron por exterminar a los asirios de la faz de la tierra.
Pero, como demuestra la Historia hasta fechas bien recientes, los habitantes de Mesopotamia no son capaces de conducirse con criterio sin un guía que les indique el camino, y así poco después de destruir el Imperio Asirio y de crear un efímero Imperio Caldeo (cuyo principal exponente fue Nabucodonosor II -605 a.c.-, conocido fundamentalmente por las privaciones y el exilio que le causó al Pueblo Elegido y por su afán emulador de los reyes asirios en la extravagancia del nombre) fueron a su vez dominados por los persas (Ciro II, 539 a.c.), el Imperio más metrosexual de todos los que en el mundo han sido, del que ya hablaremos en su momento.
* La verdad, no creo que esta aclaración sea necesaria, pero por si entre Ustedes hay alguno particularmente susceptible tendré que decirlo: cuando en las FAQ afirmaba aquello de “no actualizar un solo capítulo de la Historia del Resto del Mundo sin actualizar un número al menos equivalente de capítulos de la Histeria de España” me refería, obviamente, “a lo largo del Ciclo”.
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