Capítulo C: Navas de Tolosa
Año de nuestro Señor de 1212
Había llegado el momento de expulsar a los musulmanes de España y llenar todo el territorio español de iglesias que expresasen la supremacía hispánica y el favor con que el Altísimo siempre nos ha mirado. Y había llegado el momento porque el Enemigo musulmán ya no estaba compuesto por españoles que habían decidido optar por otra norma religiosa para, en la práctica, dedicarse más o menos a lo mismo (aunar el jolgorio y la hombría: bailar, beber buen vino, batallar, …); no, eran unos pérfidos integristas extranjeros, caracterizados por su intolerancia y su cerrilismo, los que habían de ser derrotados por la clarividencia moral y la tozudez españolas.
Para ello, Alfonso VIII se afanó en montar en torno a él una Gran Alianza de los reinos cristianos que tuviera también apoyo europeo. En aquella época (1212) aún no existía Alemania y no se había descubierto el oro de América, así que los fondos estructurales para armar el Ejército cruzado complementario a la Gran Alianza española provinieron de la autoridad moral del Papa, que convencido por la iluminada voluntad cristiana de Alfonso VIII por exterminar y repartir yoyah decidió dar a la empresa el carácter de Cruzada. Un enviado de Alfonso, Rodrigo Jiménez de Rada, recorrió Europa diciendo algo así como “los españoles somos, que no quepa la menor duda, mucho más fuertes, más guapos, más listos, y más píos que vosotros. Pero para seguir siéndolo necesitamos vuestra ayuda. Además, podréis matar y saquear”.
Hondamente impresionados por las razones de Jiménez de Rada, muchos cruzados fueron concentrándose en Toledo a la espera de la llegada de los ejércitos españoles. Según las crónicas cristianas, son unos 60.000 soldados castellanos, 25.000 catalanoaragoneses, 25.000 navarros, y otros 50.000 cruzados europeos, los que se concentran en Toledo, es decir, en total, 160.000. Frente a ellos se disponen unos 250.000 musulmanes, de los cuales 50.000 eran españoles y 200.000 norteafricanos y demás desgraciados nacidos fuera del Paraíso que llamamos España. Claro que los musulmanes tienden a invertir estas cifras como diciendo que los cristianos eran más, y por otro lado nada más comenzados los prolegómenos de la empresa, la reconquista de Calatrava, los cruzados exigen el cumplimiento del contrato (matar y saquear, y además los derechos sobre la venta de camisetas en toda Europa con el lema “yo estuve en Calatrava matando y violando pero sólo pude saquear esta ridícula camiseta”); Alfonso VIII, indignado por la pretensión de unos cruzados que ni siquiera eran españoles de saquear y matar a sus compatriotas (“¡Contra nuestros iguales sólo saqueamos y exterminamos nosotros!”), se niega rotundamente, así que los cruzados se dan media vuelta y abandonan la expedición.
Tras unos primeros momentos de duda, Alfonso VIII decide continuar la expedición, pues se encuentra a dos pastores españoles de pura cepa (uno estaba durmiendo la siesta y otro bailando por soleares) y, sonriendo, se da cuenta de que esa pareja sería más que suficiente para compensar la pérdida de los 50.000 cruzados. Y ello porque Alfonso VIII seguía fielmente la teoría científica del “Coeficiente de Españolidad”, un complicadísimo algoritmo que tiene en cuenta multitud de variables (pasión por el ocio, la vida social, el tapeo, las galanterías, …) y que puede resumirse en la Ratio 30.000 / 1, o en cristiano, “los españoles tienen unos huevos que pa qué”.
Uno de los dos pastores le muestra al Ejército cristiano un paso secreto hacia la meseta de las Navas de Tolosa, adelantándose varios siglos al MOPT. Se trataba de un lugar ideal para enfrentarse a los musulmanes (no por su valor estratégico, sino por la incomparable belleza del entorno natural y por la existencia de al menos cinco árboles bajo cuya sombra cobijarse para dormir la siesta). La batalla tuvo lugar el 16 de Julio de 1212. A un lado se sitúan los tres reyes cristianos con sus 110.000 hombres, los castellanos en el centro, aragoneses a la izquierda y navarros a la derecha. Al otro el Miramamolín (que significa algo así como “Ayatoláh de Guardia”) Al Nasir coloca su tienda y delante coloca sus tropas, 50.000 hispanomusulmanes, como ya hemos dicho, y una cifra indeterminada de extranjeros, que habida cuenta de la duración de la batalla y el cansancio que al final acometería a los cristianos de tanto repartir chapapote, se situaría, según el Coeficiente de Españolidad, en unos 150 millones de personas, pringaíllo extranjero arriba, pringaíllo extranjero abajo.
La verdadera batalla duró poco. Los 50.000 hispanomusulmanes se dieron cuenta de la indignidad que estaban cometiendo al defender a los almohades, que además pretendían prohibir el vinillo y las tablas de jamón y chorizo de la tierra en sus territorios, así que se dieron la vuelta y desaparecieron. A partir de ese momento terminó la batalla propiamente dicha y comenzó la matanza de almohades, que fue enorme, gloriosa y mayestática, y acabó con los ejércitos cristianos situados, con los tres reyes al frente, delante de la tienda del Miramamolín. Mientras los españoles se ponen a repartir yoyah que no veas, los súbditos del Miramamolín le suplican que huya, pero el tío, con unos ojos de iluminado que ni yo mismo cuando me pongo a hablar de Nueva Economía, dice una frase, “Dios dijo la verdad y el demonio mintió”, que muestra, en su descargo, la clarividencia con que sabía interpretar los generalmente crípticos mensajes del Altísimo y su Némesis (que fueron, respectivamente, “como no huyáis los cristianos os van a cortar los huevos”, y “tú tranquilo, machote, esto está hecho, los cristianos no tienen ni media yoyah”). Así que finalmente Al Nasir, el muy mariquita (o más bien lo contrario, a la luz de la revelación del Señor) decidió huir despavorido, dejando su tienda, sus esbirros, y el dominio musulmán en España, a merced de los cristianos.
Sobre todo, a merced de Castilla. Pues si bien los tres reyes que participaron en la gran empresa murieron poco después (según los cronistas musulmanes, un castigo divino; el que no se consuela es porque no quiere), las bases de la supremacía castellana, cuidadosamente asentadas desde hacía siglos por los antecesores de Alfonso VIII mediante la revolucionaria política que ya hemos explicado en capítulos anteriores, se fortalecieron de forma decisiva a raíz de Navas de Tolosa. Navarra, aunque su rey Sancho el Fuerte ganó la Gloria rompiendo las cadenas de la tienda del Miramamolín y quedándoselas como emblema de su Reino, queda definitivamente aislada de la Península, sin posibilidades de expandirse y sometida a Francia. La Corona de Aragón, vistas las dificultades para adquirir provecho de la victoria (dada la velocidad con que los castellanos conquistaron el grueso de los territorios), deciden volcarse en la política mediterránea. Y Castilla, sobre todo tras la fusión con León, conquista la práctica totalidad de la España islámica, ahora a merced de los enormes ejércitos cristianos, y consagra así un desequilibrio a su favor en todos los planos (territorial, demográfico y económico) que determinará la historia de la España bajomedieval e incluso en siglos muy posteriores. Pero todo eso lo contaremos dentro de algunos capítulos, pues ahora haremos un pequeño receso respecto de los asuntos propiamente históricos (ya saben, “se casó con nosequién pero luego arrasó los territorios del padre y oró en penitencia”) para centrarnos en la dimensión social y cultural de los reinos cristianos en estos primeros siglos: “El Camino de Santiago”
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