Capítulo XXXI: Don Fávila
Año de nuestro Señor de 737
Don Favila era el hijo predilecto de Don Pelayo, el Elegido por la Virgen María para expulsar por siempre a los malvados árabes de estas nuestras tierras, pero la envidia se cruzó en su camino y tuvimos que esperar otros 700 años para llevar a efecto esta cristiana pretensión. Como Ustedes saben, los visigodos eran muy amigos de arreglar la cuestión sucesoria de forma expeditiva, así que a nadie debería sorprenderle que ser “el Hijo de” el último rey no sólo no fuera garantía de ser Rey, sino también un cierto peligro de acabar sus días apuñalado por los “nobles” de la Corte.
Nuestra pequeña Historia comienza cuando Favila, Rey de los Montañeses asturianos, decide ir a cazar por los bosques, sin duda harto de comer todos los días bayas silvestres. La amenaza musulmana había desaparecido momentáneamente a raíz de la épica victoria de Covadonga, así que un macho como Favila podía adentrarse en la umbría naturaleza sin miedo de encontrarse con ellos. Pero hete aquí que el Rey se encuentra de repente con un oso, sorprendentemente más hambriento que el propio Favila, y tras unos escarceos que dejaron bien clara la fortaleza física de “nuestro” Rey, el oso le atizó un par de zarpazos y, acto seguido, se lo comió sin echarle sal ni nada.
¡Qué horror, verdad! ¿Pues qué pensarían si les digo que, en mi opinión y tras haber consultado las múltiples pruebas bibliográficas de la época, el oso en cuestión no era tal, sino uno de los nobles de la Corte que había decidido acabar con Favila de una forma más imaginativa que la acostumbrada? No lo descarten, amigos, como todo el mundo sabe los campesinos de la época ya se afanaban en exterminar a los osos de la faz de la tierra, y resulta sospechoso que un plantígrado tan agresivo pudiera andar por ahí, como si tal cosa, y además tuviera la desvergüenza de atizarse al rey. ¿Dónde estaba la Virgen? ¿Muy ocupada lanzando piedras a los musulmanes? ¿No podría la Virgen haberle dado al susodicho oso un poco de comida para que calmase sus ímpetus? Desgraciadamente, no fue así. Favila sólo reinó del 737 al 739, siendo sustituido por un rey nada amigo de comer carne de oso, Alfonso I, quien contra todo pronóstico logró reinar hasta el 757 y además murió de muerte natural, tras añadir Galicia a su gigantesco reino. Los gallegos nunca se sintieron felices en el Estado musulmán, no en vano el influjo benéfico del apóstol Santiago debía notarse de alguna manera, y acogieron alborozados la propuesta de Alfonso I de unirse a su cruzada contra el invasor (porque no olviden nunca que las Cruzadas constituyen una de las muchas invenciones españolas, como demostraremos dentro de unos 20 capítulos).
La pérdida de Galicia no afectó demasiado a los musulmanes, fundamentalmente porque en aquella época estaban demasiado ocupados demostrando su españolidad a base de independizarse del califato de Damasco: “Abderramán I, el Último Omeya”.
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