Capítulo XX: El arrianismo
Año de nuestro Señor de 360
Los visigodos, por si ustedes no habían caído en la cuenta, eran unos herejes arrianos. Esto es, seguían la doctrina del sacerdote Arrio, que afirmaba que Jesucristo no era Dios, sino un hombre muy, pero que muy santo. Tal atrevimiento fue combatido por la Iglesia Católica durante siglos en España, porque la mayoría de la población era católica, pero la jerarquía goda era arriana. Si a ello añadimos a la población judía, se pueden ustedes imaginar el jaleo.
Cuando los godos llegan a la bella Hispania, renuncian a cruzarse con los latinos (eran alemanes, claro), y mantienen impolutas sus costumbres totalmente ajenas al modus vivendi hispánico. Sin duda, los godos nunca participaron de las procesiones de Semana Santa, ni de la Navidad, ni de otras simpáticas y ancestrales tradiciones del culto católico. Sin embargo, fueron bastante más receptivos en algunos aspectos propios de la idiosincrasia cristiana, como pueden ser el martirio, la tortura y la persecución por motivos religiosos.
Periódicamente, los godos organizaban pequeñas cruzadas para convencer a la población de las bondades del arrianismo, pero el buen pueblo latino nunca se dejó convencer. Para ellos, eso de que Jesús fuera un simple humano le hacía perder todo interés a la religión: venía a ser como una especie de judaísmo encubierto, porque negaba la Santísima Trinidad, que es lo que más nos ha maravillado siempre a nosotros del cristianismo.
El punto álgido de la batalla teológica sucedió durante el reinado de Leovigildo, uno de los reyes godos más trascendentales. Su hijo Hermenegildo, aliado de los bizantinos y desde Sevilla (no podía ser menos), acaudilló una sublevación católica rápidamente sofocada por su papá. Leovigildo, merced a la llamada de la sangre, le dio una última oportunidad a su hijo, pero este, como buen católico, se mostró intransigente, y al final fue apiolado por un esbirro de Leovigildo, llamado Sisberto. Tal vez crean que hemos pasado a hablar de algún culebrón venezolano, pero no es el caso (por el momento). Más bien hemos introducido el capítulo dedicado al mejor rey visigodo, nuestro favorito, el más bestia y más efectivo: “Leovigildo”.
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