Capítulo XLVIII: Almanzor el Conquistador

Año de nuestro Señor de 985

Una vez Almanzor hubo asentado su dominio férreo sobre Al – Andalus, estuvo en disposición de imponerse nuevas metas. Ya no experimentaba el placer de antaño cortando cabezas de opositores a su régimen y enviándoselas como regalo a Hixem II, así que buscando nuevas sensaciones

Almanzor montó un ejército invencible de mercenarios capaz de otorgarle aquello que estaba buscando cabezas de opositores a su poder en los reinos cristianos. Acostumbrados a la buena vida de convivencia y comercio con Al – Andalus a que habían llegado la práctica totalidad de los reinos cristianos (si bien esta connivencia con el infiel era disfrazada de cuando en cuando con estériles campañas militares montadas en nombre de los respectivos dioses y vociferando lo malos e impíos que eran los otros), los habitantes del norte de la península no estaban preparados para un ejército de salvajes diestros en el manejo de todo tipo de armas y dirigidos por un líder sanguinario como Almanzor. Su ejército, como si de un “fenómeno fans” se tratara, arrasó, varias veces, todos los reinos, condados y posesiones cristianas del Norte, con el objeto no tanto de conquistar como de dejar bien claro quién mandaba aquí.

De esta manera, Almanzor destruyó Barcelona en el año 985, asesinando a casi todos sus habitantes y provocando una honda decadencia en la antigua Marca Hispánica, como ya vimos anteriormente; arrasó Castilla en varias aceifas a lo largo de su mandato y como fin de fiesta atacó Santiago de Compostela, cuna religiosa de los cristianos peninsulares, y aunque respetó el sepulcro del apóstol Santiago (“total, esto es más falso que una quiniela de 7 aciertos, así que para qué molestarnos”, debió pensar), no se privó de acometer por su cuenta y riesgo la última ampliación de la mezquita de Córdoba a costa de los materiales expoliados en la Catedral de Santiago: en una sorprendente muestra de aprovechamiento urbanístico, Almanzor se llevó las puertas y las campanas de la Catedral a hombros de cautivos cristianos, colocando las puertas en la Mezquita de Córdoba y fundiendo las campanas para convertirlas en lámparas, también para la mezquita. Es decir, que Almanzor no sólo destruyó varias veces las plantaciones, posesiones y ciudades cristianas, sino que humilló el sentimiento religioso del enemigo y, en suma, hizo lo que le plugo a lo largo de su vida con los reyezuelos del Norte, que ya no veían una batalla contra los sarracenos como una oportunidad para vestirse con la armadura y pavonear unos minutos con el caballo, sino un riesgo cierto de morir a manos de los sádicos soldados de Almanzor (expuestos, por otro lado y de no cumplir las estrictas órdenes sanguinarias de Almanzor, a morir a manos del caudillo árabe, siempre deseoso de nuevas cabezas que cortar).

En el contexto de la llegada inminente del año mil (que tampoco histerizó tanto al mundo cristiano como se ha considerado comúnmente, vean el ensayo de Henri Focillon al respecto), y con Almanzor mostrándose como auténtico jinete del Apocalipsis, no es de extrañar que los cristianos no vieran con excesivo entusiasmo el futuro. Y sin embargo este se mostraba esplendoroso. Porque cuando Almanzor muere en Medinaceli en el año 1002, de enfermedad y no de las (inexistentes) heridas producidas en la batalla, victoriosa como siempre, los cristianos pueden solazarse con dos excelentes noticias: por un lado, la muerte del dictador árabe, que tantos suplicios les costó en vida, les permitiría ahora, en un ejercicio propagandístico digno de mejor causa, hablar de una derrota final de Almanzor en una batalla frente a los cristianos: “En Catalañazor, Almanzor perdió el tambor”; esta frase, además de un ripio de bastante mal gusto, es una falsedad. Nunca hubo una batalla en Catalañazor, y de haberla desde luego no se saldó con la derrota de Almanzor, porque hay que reconocer que este hombre, en cuanto a táctica militar, se las sabía todas (o quizás se limitó a volcar todo el erario público andalusí en el sostenimiento de su Ejército, en cuyo caso la cosa se explicaría mejor). Pero la muerte de Almanzor también constituyó una excelente noticia porque su muerte fue también la muerte de Al – Andalus, que no pudo sobrevivir a la desaparición de quien a lo largo de 30 años fue su dueño absoluto. Almanzor convirtió una monarquía con tintes religiosos en una dictadura militar, y ello supuso que cuando el dictador desapareció, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, el sistema no pudo sobrevivir a quien le dio forma (o, en este caso, lo deformó decisivamente): aparecieron multitud de caudillos providenciales que se sucedieron apresuradamente unos a otros, hasta que al final Al – Andalus desapareció anegado en sangre: “La desintegración de Al – Andalus”.translation services ratesсуд голосеевского района


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