Capítulo XLVI: Alhaquen II, el Rey Catedrático

Año de nuestro Señor de 961

O el Califa Catedrático, como prefieran Ustedes.

Alhaquen II, hijo de Abderraman III, que gobernó Al – Andalus durante 15 años (961 – 976), bien pronto dejó en sus territorios la impronta cultural que se había venido desarrollando durante los gloriosos años del reinado de su padre. Y si Abderraman III tenía pasión por sus 10.000 mujeres, Alhaquen II decidió dar un giro a sus preferencias decantándose por reunir una monumental biblioteca de 400.000 volúmenes. Y ello sin imprentas, ni libros de bolsillo, ni zarandajas; a golpe de talonario, y con toda la Escuela de Traductores de Toledo trabajando día y noche para que Alhaquen II tuviera puntualmente dispuesta en su mesilla de noche la última creación del intertextualizador de turno.

No es de extrañar que Alhaquen II tuviera esta pasión por la lectura, pues a fin de cuentas su interés en las formas culturales abarcaba todos los campos: aceptable poeta, según las crónicas (es decir, que el tío debía ser un desastre: “Me llamo Alhaquen, y voy a ver a aquél”, y cosas así), se encargó personalmente de proteger a miles de intelectuales, además de ampliar la mezquita de Córdoba. Tanta pasión por la cultura no le dejaba tiempo para completar un harén que resistiera alguna comparación con el paterno, pero tampoco habría podido: Alhaquen II estuvo casado con una vasca, Sobeya, con quien tuvo al heredero Hixem II. ¿Se imaginan qué habría ocurrido si Alhaquen intenta tener aventurillas con otras mujeres, en lugar de dedicarse a leer sesudos volúmenes filosóficos? Nada bueno para Alhaquen, seguro, porque la mujer, como verán en nuestro siguiente capítulo, era de armas tomar.

Un hombre tan culto no podía hacer otra cosa que mantener excelentes relaciones con los reyes cristianos, a los que apenas hostigó en batalla en comparación con sus antecesores. Es decir, en resumen, que Al – Andalus había tocado el fondo de su decadencia en este breve periplo de 15 lamentables años de preocupación por edificar formas artísticas cada vez más atrevidas, dejando de lado lo consustancial a todo español: el gusto por la lucha y la sangre en defensa de objetivos que nunca han estado muy claros, como la fe, la religión y cosas por el estilo. Aquello se estaba convirtiendo en un cachondeo, insultabas a alguien en las calles de Córdoba y en lugar de sacar una navaja para arreglar virilmente la disputa te soltaba un proverbio árabe y seguía su camino tan contento, la gente se dedicaba a aumentar su conocimiento e investigar en los misterios de la vida en lugar de arar los campos y luchar a muerte por los ideales de cada cual; al final esto parecía Suecia, pero no la Suecia de entonces con sus vikingos, sino la Suecia actual, con su flema, su gusto por la cultura y su tolerancia, es decir, un auténtico desastre nada español.

Afortunadamente, a la muerte de Alhaquen II un Hombre de verdad, Almanzor, que despreciaba los libros porque nunca había leído uno pese a comenzar su carrera como Burócrata de Córdoba, se hizo con el poder absoluto en calidad de Caudillo de Al – Andalus por la G. de Allah, aunque nominalmente el Califa seguía siendo el hijo de Alhaquen II, Hixem II. Lo primero que hizo Almanzor fue ordenar la destrucción de la biblioteca de Alhaquen II, lo que nos habla del barbarismo del personaje pero también de la futilidad de los esfuerzos del Rey Catedrático.

Y a partir de ahí… Se lo contamos en nuestro siguiente capítulo, “Almanzor, El Hombre”.english into french dictionarycorporate pages


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