Capítulo XLV: Abderraman III, un adelantado a su tiempo
Año de nuestro Señor de 929
Como ya decíamos, además de su enorme capacidad para la gestión política, Abderraman III se caracterizó por su gusto por la cultura, aspecto este en el que vuelve a recordarnos al adalid de la Segunda Transición. Al igual que dicho adalid, Abderraman tendió a considerar muy a menudo, empero, que la cultura era él y, por tanto, sólo a él debía beneficiarle, y por ello una parte muy importante del gasto cultural se dirigió hacia dos fantásticas construcciones, la Mezquita de Córdoba y el Palacio de Medina – Azahara, cuya grandeza ni siquiera siglos y siglos de gestión cristiana posterior han conseguido minar lo suficiente.
Abderraman III, en cualquier caso, se sintió siempre más íntimamente ligado al palacio de Medina – Azahara (que, al fin y al cabo, era “su” palacio) que a la mezquita de Córdoba, cuya construcción databa de épocas anteriores (Abderraman I) y cuyas principales ampliaciones, además, son posteriores, de los tiempos de su hijo Alhaquen II. Por otro lado, es baladí pensar que alguien con un harén de 10.000 mujeres como Abderraman III pudiera profesar hondos sentimientos religiosos. O tal vez sí, nunca se sabe. De cualquier manera, ambas construcciones se cuentan entre las más importantes maravillas arquitectónicas con que cuenta España, y por tanto, el mundo mundial. La fastuosa mezquita de Córdoba, sus incontables columnas de diseño único y rompedor, la delicadeza del trazo en los bajorrelieves, el Patio de los Naranjos, … Nunca he estado en Córdoba, pero para algo somos periodistas. Y respecto a Medina – Azahara, lo mismo podríamos decir (tampoco he estado).
Sin embargo, el gusto de Abderraman III por la cultura era sorprendentemente sincero, y sus súbditos también se beneficiaron de la política abierta del califa, que fomentó la educación en todos los órdenes, como ya mencionamos en el anterior capítulo. En este extremo difiere, ciertamente, de la Segunda Transición. Y también difiere en el concepto último que los máximos representantes de ambas épocas tienen de la palabra “cultura”, pues si nuestro recio castellano gusta de solazarse discretamente con poetas que, según contesta invariablemente a las preguntas de los periodistas, “son mu buenos”, Abderraman III prefería ejemplificar el esplendor cultural en la variopinta, colorista y, por momentos, hortera vestimenta que solía llevar: el armario ropero de Abderraman III era tan amplio como el de sus 10.000 mujeres, y podemos decir que no hubo vestido que el Califa llevara dos veces.
Tal vez Ustedes piensen que es muy poco español que un gobernante se dedique a vestirse con colorines mientras se mira ufano al espejo, pero piensen en los trajes de luces de los toreros, en las telas estampadas con lunares de nuestras folklóricas, en la diversidad de los ropajes de los participantes en ese importantísimo pilar de la cultura de cualquier lugar que es el conjunto de nuestros bailes regionales y se darán cuenta de que hacer el ridículo y vestirse como un payaso forma parte también de la enorme complejidad del alma española. La riqueza cultural del reinado de Abderraman III dejó sus frutos en Al – Andalus hasta la fecha, garantizando que la mejor parte de la cultura árabe también fuera parte de la herencia española (y dejándoles la intransigencia religiosa a los que ahora son “el mundo árabe”, esa pandilla de pobres desgraciados que solamente les diré que no son españoles); pero también dejó muestras patentes de la eclosión cultural vivida bajo su reinado en los momentos inmediatamente posteriores a su muerte en la persona de “Alhaquen II, el Rey Catedrático”, poseedor de la biblioteca más importante de su tiempo, como veremos.
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