Capítulo XLIV: Abderraman III, Amo del Mundo

Año de nuestro Señor de 929

Una vez Abderraman III había solventado sus problemillas con la mayor parte de la población de Al Andalus, y una vez dejó bien claro que aquí los alfaquíes estaban para orar y procurando que no se les oyera demasiado, nuestro personaje se dispuso a hacer de Al – Andalus un reino temible no sólo para los patéticos reinos cristianos peninsulares, sino también para las opulentas e hiperdesarrolladas monarquías europeas, de las que sólo les digo que su esperanza de vida era un 10% más alta que la de los cristianos peninsulares (40 años) y de cuando en cuando aparecía alguien que sabía leer y todo (y en tal caso lo quemaban en la hoguera, naturalmente).

Para empezar, así, sin darse importancia, Abderraman III se nombró a sí mismo Comendador de los Creyentes, o Califa, es decir, oficializó totalmente su independencia de los Burócratas de Bagdad. Era este un paso lógico pero que sólo un político de la altura intelectual de Abderraman III podía dar: en Al – Andalus hacía muchos años que no se rellenaba una sola póliza proveniente de los susodichos Burócratas, ya eran por todos conocidas las virtudes de los vinos españoles y el propio Abderraman no le hacía ascos a incluir figuras de animales (algo severamente prohibido por el Corán no sabemos muy bien por qué motivo, quizás para no incitar al vicio) y plantas (¿montárselo con un ciprés? No suena muy bien) en sus suntuosos palacetes. Tenía que ocurrir algo así: una vez los musulmanes pusieron el pie en España y se dieron cuenta de que ya estaban en el Paraíso su moralidad fue progresivamente más laxa, mientras que los intérpretes oficiales del Corán en el Norte de África, en un entorno natural tan agradable como el desierto, tendían a endurecer cada vez más la interpretación del código: los muyhaidines del Magreb, “siempre negatifos, nunca positifos”, y en España ocurría al revés (¿alguien se ha preguntado alguna vez por qué el calvinismo surgió en Suiza? ¿Ustedes han visitado Suiza? Prueben a saltarse alguno de los 7 semáforos que mantienen de promedio al día en España, a ver qué pasa).

Con estos mimbres, no ha de extrañarnos que Abderraman III diera sopas con onda a todos los gobernantes de su tiempo, y que jugueteara con los reyezuelos cristianos como quien disfruta entorpeciendo el quehacer de las laboriosas hormigas. Disculpen por la frase opusdeísta, no volverá a ocurrir, pero es que de alguna manera hay que destacar la grandeza de Abderraman: este hombre enviaba a sus ejércitos a hostigar a los reyes cristianos cuando se ponían pesados, y aunque alguna vez fueron derrotados (la épica victoria de Simancas, que ya relataremos), la verdad es que eran guerras de frontera, como quien envía a un cuerpo expedicionario a Panamá sin mayores consecuencias para la política interna. Porque Abderraman III era un hombre amante de la paz, y por eso hizo lo mismo que todos los hombres amantes de la paz han venido haciendo desde tiempos inmemoriales: invertir en el ejército, de tal manera que Abderraman llegó a contar con la mayor flota de Europa, algo importante para un país con una fuerte dependencia del comercio marítimo, sostuvo un ejército permanente de mercenarios extranjeros muy bien pagados, a diferencia del que hay ahora, y con un coeficiente intelectual medio muy alto (también a diferencia del Éjército actual), casi más alto que el promedio de los concursantes en experimentos sociológicos televisivos.

Sin embargo, al igual que ahora, la mayor parte de los mercenarios eran eso, mercenarios de pro, y por tanto extranjeros, muchos de ellos cristianos del norte de España, quienes, sorprendentemente, antepusieron el vil metal a la pasión religiosa por el Señor que según es vox populi embargaba a todo el mundo por esas fechas. Con una defensa semejante, el reinado de Abderraman pudo vivir una prosperidad económica sin igual en nuestro país hasta la llegada de la Segunda Transición, una época de expansión en la que Al Andalus exportaba todo tipo de productos a los pérfidos extranjeros y con los beneficios invertía en el interior del país, creando una excelente red de comunicaciones, gran cantidad de edificios públicos que superaban incluso los modos de actuar de los Burócratas de Damasco, palacios sin igual, … Córdoba se convirtió en la ciudad más grande de Europa, ¡qué leches!, del mundo, y Abderraman III incluso tuvo tiempo para gastarse los excedentes en cosas sin ninguna utilidad (las universidades florecieron como hongos), y también en algunos caprichillos de índole personal, estos mucho más interesantes (el Califa disponía de un harén de 10.000 mujeres; en honor a la verdad hay que decir que por muy Grande que fuera Abderraman III a uno le da la sensación de que aquí el cronista, siguiendo la reinterpretación coránica que se impuso en España, iba harto de vino).

Con inteligencia, Abderraman III consiguió primero la unidad de sus dominios para después adquirir una posición de fuerza en el plano internacional, legitimada por su autonombramiento como Califa. A partir de ahí, modernizando los sistemas monetario y fiscal y adoptando una política tolerante con sus súbditos, Al – Andalus alcanzó una prosperidad gigantesca en todos los órdenes. No es difícil concluir que Abderraman III era un genio. Lógico, dirán Ustedes. A fin de cuentas, era español. Cierto, pero hay algunos aspectos de su biografía que resultan algo sospechosos, casi me atrevería decir que judeomasónicos. Recuerden que he indicado que la prosperidad de Al – Andalus lo fue “en todos los órdenes”. En todos. Incluso en la nefanda cultura. ¿Desde cuándo es español preocuparse por algo así? Aunque nos duela, hay que reconocerlo: Abderraman III es casi tan importante en el devenir de la cultura hispánica como los Harlem Globe Trotters, algo que veremos en nuestro siguiente capítulo: “Abderraman III (III): Un adelantado a su tiempo”.защита прав потребителей киевцена оптимизации сайта


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