Capítulo XLI: Omar Ben Hafsun, el Hispano

Año de nuestro Señor de 882

España, y antes Hispania, ha sido siempre un país fecundo en la creación de caudillos providenciales que, en un momento dado, se rebelaban contra una situación injusta y con gran clarividencia, poco a poco y alternando el palo y la zanahoria, conseguían dejar su país mucho peor de como se lo habían encontrado. Omar Ben Hafsun, un hispanogodo cuya familia se había convertido al islamismo para pagar menos impuestos, fue uno de ellos.

Como sabemos, a Omar los sicarios del emir le asestaron cincuenta latigazos que le dolieron a nuestro hombre en el alma. ¿Cómo se atrevían unos ridículos y mezquinos soldados asestarle latigazos nada más y nada menos que a él? Ni corto ni perezoso, y en lugar de interponer la correspondiente denuncia en el juzgado nº 3 de lo Contencioso – Administrativo de Córdoba, como habría ocurrido en un país serio, Omar se lanzó a las montañas con un grupo de amiguetes para los cuales el honor era también mucho más importante que la vida, razón por la cual se dedicaron al pillaje y al saqueo, aterrorizando la comarca de la serranía de Ronda al tiempo que anunciaban la Buena Nueva: ellos iban a acabar con la tiranía de los Omeyas que habían tenido la desvergüenza de aumentar geométricamente el nivel de vida de sus conciudadanos, olvidando en el camino los conceptos fundamentales de Virtud y Fe. Los idealistas españoles de esa época, como es natural, se le unieron en tropel, pues cuando a un español se le menta el honor, como Ustedes saben, todo lo demás queda en un segundo plano.

Omar Ben Hafsun y los suyos siguieron amargando la vida a las gentes del emir, y como nadie les podía hacer frente comenzaron a crear un auténtico reino en la provincia de Málaga, en el que se encontraba, entre otras, el solar de lo que, años después y desarrollismo franquista mediante, sería la actual ciudad de Marbella. No es de extrañar que en este entorno natural incomparable Omar se sintiera el rey del mundo. Así que decidió crear una capital – fortaleza en plena sierra, muy cerca de lo que hoy es Ronda, a la que llamó Bobastro. Esta capital de Hafsun era un enclave inexpugnable, rodeado de escarpadas montañas, y con unas murallas tan altas que ríase Usted de la Gran Muralla china. Una vez garantizó la seguridad de sus súbditos, Omar se dedicó a lo que cualquier español de pura cepa haría: a construir en la futura Ronda la plaza de toros más grandiosa que vieron los siglos, donde se sucedían las fiestas con un tronío y un arte que no se podía aguantar.

El emir Mohamed I, que aún no se había convertido al cristianismo, intentó atraerse a Omar hacia sus filas, ofreciéndole, a él y a los suyos, un puesto de relieve en el Ejército. Pero cuando Omar llegó a Córdoba, el gobernador le alojó en una pensión infecta, negándole todas las comodidades que un hombre de tan alto rango moral habría merecido. Así que, nuevamente con el honor mancillado, Omar Ben Hafsun se vuelve a Bobastro, montado en su caballo “Imperiosus”, y le declara la guerra por siempre a los Omeyas: “¡Babiosos, Facineriosos, Sociatas, sus vais a enterar!”, parece ser que dijo.

Y vaya si se enteraron. Rápidamente Hafsun, hábil político, extendió la rebelión por todo Al – Andalus, y uniéronsele muchos mozárabes y también hispanogodos islamizados pero que echaban de menos las visitas a los conventos de clausura en la época en que eran cristianos (en esa época tales conventos no existían, pero seguro que los frailes buscarían alguna alternativa igual de cristiana). En poco tiempo, Al – Andalus ardía por los cuatro costados. El emir Mohamed I, incapaz de resistir la rebelión, deja el trono, se convierte al cristianismo, como ya dijimos, y acto seguido (el Señor quería que su nuevo siervo se reuniera lo antes posible con Él) muere. Le sustituye su hijo Almóndir I, jefe del ejército Omeya, que había vencido a los cristianos en múltiples escaramuzas fronterizas y se sentía con fuerzas de acabar, de una vez por todas, con Omar en su propio refugio de Bobastro. Naturalmente, fracasó, de hecho fue herido en Bobastro y los árabes tuvieron que levantar apresuradamente el campo. Ya en Córdoba, su hermano Abdalá, de quien la Historia nos dice que “era amante del arte y la cultura” demostró su nivel de conocimientos administrándole, como si de Wojtila visitando a Juan Pablo I se tratara, un medicamento que tuvo un efecto inmediato: Almóndir I la palma, y Abdalá se convierte en el nuevo emir: “Abdalá I, el Padre”.раскрутка сайта через googleдизайн плитки в ванную комнату


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