Capítulo XIV: Las recetas españolas en Roma II: Los fundamentos genitales
Año de nuestro Señor de 98
O cómo nosotros, los españoles, supimos tener muy en cuenta el camino abierto por Séneca para llevar, con nuestra fe y nuestro singular modo de ver las cosas, al Imperio a sus mayores cotas de poder y gloria. Varios fueron los ciudadanos españoles que llegaron a lo más alto, a la condición de Imperator, y todos destacaron en una u otra labor. Les reseñamos lo más notable de cada uno de ellos:
– Trajano: Gobernó el Imperio a fines del siglo I d.c.. Después de las singulares personalidades de Nerón y Calígula, nada mejor que un hispano para arreglar el desaguisado al que había llegado el Imperio Romano. Con Trajano, Roma llegó al máximo nivel de expansión territorial, alargando sus tentáculos hasta la Dacia (actual Rumanía) y cruzando el Rhin unas cuantas veces para dejar claro a los germanos que, en cuestión de dar leches, los iberos les ganábamos por varios pueblos. La Columna Trajana en Roma aún atestigua que este ciudadano de Hispalis acabó con todos los problemas de la degeneración romana por unos cuantos años. Trajano era sobrio, imperturbable, impasible el ademán, rasgos todos propios del tronío sevillano y comunes a otros grandes líderes, más cercanos en el tiempo, de que hemos disfrutado los españoles.
– Adriano: Lugarteniente de Trajano, le sucedió al frente del Imperio, iniciando la hermosa tradición española de los validos, que últimamente se ha visto truncada con el penoso resultado del pacto socialcomunista (claro que la Verdadera Hispania nunca habría caído en esa clase de inconsecuencias). Adriano, todos los historiadores lo confirman, era un genio. Esto, a fin de cuentas, no supone una gran novedad desde nuestra óptica, porque, hispano de Hispalis como también era Adriano, ¿cómo no iba a ser genial? Adriano construyó castillos (El famoso Castillo de Adriano), villas (la encantadora Villa Adriana) e incluso muros (el monumental Muro Adriano, creado para separar a los caledonios -escoceses- de los británicos, antecedente claro del Muro de Berlín y único rasgo de Adriano que nos hace pensar que, él también, era socialcomunista); todo ello, claro está, construido con sus propias manos, no fuera a ser que los impresentables de los romanos se gastaran toda la pasta destinada a Infraestructuras en orgías, como habitualmente hacían.
– Marco Aurelio: Uno de los máximos representantes de la filosofía estoica, Marco Aurelio era de familia hispana (es decir, siguiendo la filosofía de más de un equipo de fútbol y líder peninsular, hispano de toda la vida) y gobernó Roma a mediados del siglo II d.c. Marco Aurelio era un pensador sutil, original, ponderado, como Séneca, y, al igual que Séneca, también supo ver claramente lo que había que hacer para devolver la pujanza a Roma: dedicarse a torturar, crucificar e incinerar cristianos, aunque, eso sí, con un gran estoicismo. Cuenta la leyenda que Marco Aurelio se dedicó a apiolar cristianos durante casi toda su vida (inexplicable, con lo pacíficos que eran), pero al final dio un viraje radical ante el milagro de la Legio Fulminatrix, compuesta exclusivamente de cristianos. Marco Aurelio luchaba al frente de sus legiones contra los pesaos de los dacios, y todas ellas estaban a punto de morir de sed. Aunque a Marco Aurelio eso le daba bastante igual (no lo olviden: era enormemente estoico), lo cierto es que la situación era bastante comprometida, pero por fortuna los cristianos de la Legio Fulminatrix se pusieron a rezar a Dios (lo único que hacían, los muy pacíficos) y este no les envió toneladas de maná ni plagas de langostas como acostumbraba, sino una lluvia que salvó a todo el ejército romano de morir de sed (y seguro que la lluvia ni siquiera les caería a los dacios). Ante la magnitud del milagro, nuestro hispano Marco Aurelio, estoico él, vio la luz y dejó de perseguir a los cristianos (curiosamente, sus sucesores no vieron el milagro con la misma claridad que él y, por tanto, siguieron practicando este deporte nacional que, al parecer, era el martirio de cristianos; claro, los extranjeros nunca han tenido la privilegiada claridad de visión de los hispanos para observar milagros por doquier).
– Teodosio: Este hombre lo tuvo un poco más crudo que sus antecesores hispanos, porque gobernó durante el siglo IV d.c., época en la que tanto los germanos como los hunos empezaban a ponerse muy desagradables con Roma. Pese a ello, y pese a que toda la historia de Roma desde la muerte de Adriano es la historia de una imparable decadencia, Teodosio supo brillar con luz propia y le ahorró disgustos sin cuento a su languideciente Imperio. Bien asesorado por los muy pacíficos cristianos, ya legalizados y dominando la Administración romana, Teodosio tuvo la genial idea de dividir el Imperio en dos partes: la occidental, para Honorio, y la oriental, para Arcadio, ambos, por supuesto, hijos de Teodosio, ya versado en las artes del felipismo. Creemos que en un primer momento Teodosio quizo dividir el Imperio en 17 partes o Comunidades, pero no tenía tantos hijos y además los hispanos habrían exigido un tratamiento especial que tuviera en cuenta las particularidades culturales, lingüisticas e históricas del territorio, así que tuvo que dar marcha atrás en su original proyecto.
Desgraciadamente, y pese a la inteligencia de Teodosio, la división del Imperio en dos partes trajo un sinfín de desastres para nuestra amada Hispania: unidos a los incompetentes de los galos, bretones e italianos en el Imperio Occidental, nuestra tierra no tardó en ser colonizada por una serie de exóticos pueblos germanos caracterizados por sus escasos modales: “Suevos, Alanos y Vándalos” (y por fin nos quitamos de encima a los romanos).
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