Capítulo XIII: Las recetas españolas en Roma I: Los fundamentos ideológicos
Año de nuestro Señor de 39
La Hispania romana empezó pronto a demostrar, como no podía ser de otra manera, que si el Imperio quería ser de verdad digno de tal nombre no podía sino asumir como propios ciertos rasgos tan propios de los pobladores de ese crisol de culturas que ya era la Península. Ya en esa temprana época empezó Hispania a deslumbrar al mundo con rasgos que, a lo largo de la historia, se han repetido ineluctablemente, pues no otra cosa puede esperarse del genio hispano. Entonces, como ocurre en la actualidad, Hispania deslumbraba al mundo haciendo crecer en sus fértiles tierras estadistas de talla internacional que, en tiempos de mudanza, se encargaron (y encargan) de poner orden en una región, la europea, muy necesitada de manos firmes.
La brillante historia de los emperadores hispanos será analizada en los siguientes capítulos, pues ahora conviene resaltar que no sólo el genio político nación en Hispania, sino también la Política con mayúsculas. Tal y como ocurre en nuestros días por esa época los intelectuales españoles asombraban al mundo. La presencia de los hispanos en los cenáculos romanos aumentaba sin parar (el valenciano Cayo Julio Higinio, Séneca “el retórico”), pero no será hasta la irrupción en escena del cordobés Lucio Anneo Séneca cuando se produzca, un cambio en la Historia de las Ideas sin marcha atrás posible. Hasta esta deslumbrante aportación hispana el mundo de las ideas estaba dominado por los curillas de tres al cuarto de las distintas religiones politeístas. Una especie de copia de mala calidad de las exóticas doctrinas que propagaban los curas acabaría llevando al estrellato a los pensadores de la Grecia clásica, fundamentalmente atenienses. La Historia ha sido generosa en extremo con unos tipos que, esclavizando al 90% de la población de la ciudad (metecos) disponían de todo el tiempo del mundo para ir a misa y pontificar sobre todo lo divino. Sin embargo no lograron introducir cambios de entidad en lo que se refiere a la idea de la “política”. L.A. Séneca, por el contrario, fue el encargado de estructurar en un todo homogéneo la tradición cultural y política de una región, Hispania, muy consciente de cómo debían hacerse ciertas cosas. Así, fue el primer gran teórico de la corrupción (que catalogó como “un mal de los hombres, no de los tiempos”, adelantándose de esta manera en 2000 años a las explicaciones que ofrecería al respecto un jefe de gobierno español) y el pragmatismo político (que luego elaboraría de modo refinado Maquiavelo con 15 siglos de retraso pero logrando llevarse el éxito, como buen italiano). Preceptor del emperador, L.A. Séneca combinaba con sorprendente desparpajo su visión de la política y su tendencia conspiratoria con alegatos encendidos en pro del famoso vir fortis. La catadura moral del personaje era un fiel reflejo de lo que es la política hispana, con todos sus defectos, tan bien exportados, y alguna virtud (suponemos). Demostrando una vez más que a L.A. Séneca sus años en Roma no le habían amariconado y que era un español de pura cepa murió haciendo gala de la intransigencia y tozudez españolas, suicidándose al descubrirse una de sus intrigas cortesanas contra Nerón. La influencia del senequismo en Italia ha sido y es enorme, a pesar de actuaciones cara a la galeria tipo Manos Limpias. Su influencia en Hipania fue mucho menor, pues, en esas materias, poco podía enseñar L.A. Séneca, que se limitó a extender por todo el orbe el modo español de entender la política.
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