Capítulo LIX: La saga de los Borrell
Año de nuestro Señor de 914
Wifredo el Melenudo había dejado bien claras las cosas a los gabachos, pero estos aún no daban totalmente por perdido el condado, así que empiezan a mangonear a la muerte del Conde e intentan colocar a un favorito suyo, un tipo lamentable, bajito, calvo y nada español (que, según las crónicas, respondía al nombre de Almúbina), como nuevo conde de Barcelona. Vano intento; los catalanes (sí, al igual que España existe desde antes de la creación del mundo, Catalunya -a fin de cuentas, España- también) montan unas espectaculares elecciones primarias en las que los hijos de Wifredo el Velloso, Borrell I y Suñer (ni Serrano ni el de Avidesa; otro), ganan por goleada y se disponen, por tanto, a gobernar el Condado de Barcelona; pero el felipismo de entonces se encargó de medrar por la Corte y Borrell I fallece en el año 914, con lo que Suñer se queda solo y desvalido frente a las hordas arábigas.
Tampoco le fue demasiado mal, pues consiguió mantener los dominios de su condado más allá del río Llobregat y a su muerte, en 950, el poder pasa tranquilamente a sus hijos Armengol, Miró y (nuevamente) Borrell. Es hora de preguntarnos; ¿qué leches pasa aquí con la entrañable tradición catalana del Hereu? ¿A qué viene esta manía de repartir un condado (que, por otro lado, no era nada del otro mundo, pues aún no tenía conciencia de formar parte de España) entre tanta gente? Algo así no podía salir bien, pero afortunadamente la Naturaleza es sabia e impuso hereu donde el Hombre sólo veía gobierno mancomunado: a los pocos años mueren Armengol y Miró, y Borrell II se queda con el gobierno en exclusiva.
No sabemos si fue antes el huevo o la gallina, pero en el 997 Borrell II se niega a asistir a la coronación de Hugo Capeto como rey de Francia, y por tanto afirma su independencia frente a los poderosos (y sin embargo pusilánimes) vecinos del Norte; a fin de cuentas, Almanzor había arrasado Barcelona y todo el condado en el 985, dejando Catalunya para el arrastre, y los francos ni siquiera se habían marcado una pequeña ayudita para “su” Marca (ya hablaremos de Almanzor en su momento, sólo les decimos por ahora que no dejó piedra sobre piedra por donde pasaba, en demostración de lo españoles que podían ponerse algunos gobernantes de Al – Andalus de cuando en cuando).
Poco después de negarse a asistir a la coronación de Hugo Capeto, Borrell II muere, sin duda empujado por la gentecilla del aparato felipista catalán que apoyaba a Francia, pero esto no tiene demasiada importancia, pues a Borrell II le sucede, como no podía ser menos, su hijo Borrell III, esta vez sin primarias, ni bicefalia, ni nada de nada; Borrell III es conde en plan puramente español: por que lo dice él, y punto; así que no nos extraña que desde el principio se manifieste como un monarca sabio y reflexivo para quien lo único importante era la venganza de la destrucción de Barcelona por las huestes de Almanzor; ya saben Ustedes que bajo el seny catalán late, muy a menudo, un temperamento nervioso y presto a las acciones dictadas por la genial inspiración, nunca por la racionalidad y esas mariconadas, es decir: pura España de nuevo.
Así que Borrell III envía un ejército a Córdoba a principios del siglo XI para mediar en la guerra civil en que arde la ciudad tras la descomposición del Califato (ya lo explicaremos en su momento, no se preocupen), con el resultado de que primero el bando aliado decide pasar olímpicamente del ejército catalán y, a continuación, este es atacado por los otros musulmanes a la salida de Córdoba, cuando los catalanes casi no habían podido violar, expoliar ni nada, es decir, que los tíos no sólo se van de vacío sino que encima recibieron un severo correctivo por parte de los españoles de Córdoba.
Borrell III murió en el año 1018, dejando al menos una Catalunya más o menos restablecida del desastre en que la había sumido Almanzor (claro que más que gracias a él, gracias al suicidio colectivo de los musulmanes en los reinos de taifas, rasgo muy español en el que ahondaremos más adelante); las cosas irían a partir de ahora mejor con una nueva saga, la de los Ramón Berenguer, que por de pronto intentó acabar con esta fea costumbre de gobernar todos los hermanos al mismo tiempo. Lo veremos en nuestro siguiente capítulo, “Ramón Berenguer I y los Usatges”.
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