Capítulo LI: Los extranjeros mangonean en España
Año de nuestro Señor de 1086
A partir de la llegada de los almorávides, el concepto de Reconquista en España adquirió su verdadero significado. El enemigo ya no eran tanto los reinos de taifas, fácilmente batibles con las armas, sino los ejércitos norteafricanos que disputaban a los cristianos la supremacía en España. En este contexto, el recurso a la religión se hizo más habitual, y también más lógico: la guerra se convirtió en una auténtica guerra de religión, y también en una guerra de Reconquista.
Desde que en el año 1086 los almorávides destrozan en Zalaca el ejército castellano comandado por Alfonso VI (quien pocos años antes, sin molestos salvajes islámicos perturbando, se había hecho con el importante reino de Toledo), los taifas desaparecen en cuanto agente político en España y volvemos a la anterior situación, altamente peligrosa para los cristianos, de enfrentamiento con un enemigo unido. Pero los almorávides, que supieron aguantar el empuje cristiano sin excesivos problemas durante años, acabaron vencidos por otra tribu del norte de África, igual de salvaje pero mucho más fanática en lo concerniente a la religión.
Vaya por delante que los almorávides, tras años de estancia en el Paraíso Terrenal (España), habían sabido modificar su orden de prioridades y se habían hecho sin demasiados problemas con las costumbres y la forma de vida española: un aperitivo por aquí, unas tapitas por allá, luchar contra los cristianos, sí, pero nunca en la hora de la siesta… Los almohades venían a exterminar a estos malvados renegados de las esencias del islamismo. Allah era el único Dios, decían, y como si de palestinos subidos a un autobús en Tel Aviv se trataran, los almohades no tenían empacho en afirmar que todo aquél que no estuviera de acuerdo, y lo demostrara fehacientemente con su austero modo de vida, había de morir.
Los almohades llegan a España en un vendaval; numerosísimos y muy, muy brutos, pues a la dureza natural de la vida en el desierto africano se sumaba su fanatismo religioso; pasaron a cuchillo a todos los impíos almorávides, pasaron a cuchillo a todos los taifas hedonistas, y por supuesto pasaron a cuchillo a todo mozárabe, judío o “heterodoxo” que se cruzara en su camino. Esto, desde cierta óptica, podría haber sido visto como una reivindicación de españolidad, pues el salvajismo siempre ha sido muy apreciado por estos lares, pero su procedencia norteafricana era un lastre demasiado importante como para que los almohades, por muy fanáticos, intransigentes y brutos que fueran, pudieran adquirir la condición española. Por eso sus guerras contra los cristianos fueron siempre de exterminio, y en principio muy favorables a los almohades: En la batalla de Alarcos (1195) el ejército castellano-leonés de Alfonso VIII el Niño es singularmente exterminado por los chicos del norte (de África), de tal forma que para enfrentarse a la amenaza los reyes cristianos, tras solventar sus diferencias a la española (atizándose entre ellos), llegan a una alianza. En el año 1212 las fuerzas combinadas de castellanos, navarros y catalano – aragoneses se enfrentan a los almohades, destruyéndolas totalmente (ya les contaremos la batalla en su momento con mayor precisión, no pierdan el sueño).
En pocos años, los cristianos reducen “el mundo árabe” a la mínima expresión, conquistándolo prácticamente todo salvo el Reino de Granada, que naturalmente sobrevive a costa de convertirse en tributario de los castellanos. Una tercera tribu africana, los benimerines, intentan reconquistar lo perdido a principios del siglo XIV, pero con ese nombre tan ridículo no podían llegar muy lejos y Alfonso XI el Justiciero los derrota definitivamente en la Batalla del Río Salado, en el año 1340. A partir de ese momento, la prensencia árabe en España, en el plano político, es meramente testimonial, hasta que los Reyes Católicos conquistan Granada en 1492 y, según todos los manuales de Secundaria para los cuales Navarra no forma parte del país, “completan la unidad de España”.
Quizás Ustedes nos miren con reconvención ahora que vamos a dejar de lado definitivamente a los árabes en la narración de nuestra Histeria. ¿No sería mucho más justo dedicar siquiera unas líneas a cada uno de los reinos de taifas? Sin duda es una gran idea, imagínense: “Capítulo LX: La taifa de Niebla, Capítulo LXV, la taifa de Denia, …. Capítulo C, la taifa de Algeciras”. Es una excelente idea, pero lamentablemente ya tenemos bastante con tener que contar la Histeria Medieval desde tal variedad de ópticas (Al – Andalus, Castilla, Navarra, Aragón, Catalunya,…) como para meternos en este follón. Pero ojo, eso no quiere decir que agotemos aquí nuestro relato de la civilización árabe en España. Aunque en el plano político consideramos que el fin de la civilización árabe en España (o, más directamente, “de la civilización árabe” a secas) se puede situar hacia el año 1010, eso no quiere decir que reneguemos del espectacular legado cultural, social y económico que dejaron los árabes en su productivo paso por la Península. Por eso en los siguientes cinco capítulos asistirán a un pequeño repaso de las principales realizaciones de los árabes, comenzando por el campo: “El legado de Al – Andalus (I): La agricultura”.
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