Capítulo L: Los reinos de taifas
Año de nuestro Señor de 1031
Como hemos visto en el capítulo anterior, todo era muy bonito en España gracias a los reinos de taifas. Algunos malignos comentaristas políticos habían sugerido que los españoles de Al – Andalus no eran tan españoles como los norteños, pues estaban unidos en un gran reino en lugar de luchar cada uno por su cuenta y, para mayor bochorno, además las cosas les iban muy bien juntos.
Afortunadamente, la hispanidad tiene recursos para todo, especialmente para la automutilación, así que 30 años de dictadura militar mediante y tras una fracasadaTransición pacífica a un nuevo sistema político, cada cual se fue por su lado, conformando un mapa político de la península ibérica que en nada tiene que envidiar a los mejores tiempos de los Balcanes (aún por llegar, nos tememos): tres grandes taifas fronterizos con los reinos cristianos (Zaragoza, Toledo y Badajoz) y un mosaico de ridículos reinos extendidos por Levante y Andalucía. Por fin la nación plural que es España podía expresarse con total libertad, dividida en casi 40 reinos entre cristianos y musulmanes, pensarán Ustedes. Y así fue.
Lamentablemente, los reinos cristianos no supieron ver que en la variedad está la riqueza cultural de los pueblos, y tras 300 años de lucha desigual con Al – Andalus decidieron tomarse cumplida venganza en los incautos reinos de taifas. Mientras Alfonso VI, como relataremos en su momento, conquista Toledo, los reinos de Badajoz y Zaragoza sufren pérdidas constantes ante el ímpetu de los ejércitos cristianos, y casi todos los taifas acaban convirtiéndose en tributarios de los cristianos. “Plata o plomo”, parecía ser la consigna de los nobles cristianos ante los opulentos y desprotegidos reinos de taifas.
Aquello no podía ser, e incluso el gobernante musulmán más celoso de salvaguardar la especificidad de su cultura y su Rh negativo acabó dándose cuenta de que para sobrevivir tendrían que adoptar alguna medida. ¿Volvería a reunificarse Al – Andalus ante el enemigo común? Naturalmente que no, piensen que estamos hablando de españoles de pura cepa, de estos que cuando toman una decisión la llevan hasta el final, porque un español de pro nunca se equivoca.
Así que los taifas llamaron en su auxilio a una tribu de salvajes norteafricanos recientemente islamizados, los almorávides, que cruzan el Estrecho de Gibraltar con un ejército dispuestos a enfrentarse a los cristianos. Si recuerdan nuestro símil con los EE.UU, viene a ser como si la independencia de los 50 estados de los Estados Unidos acabase en una guerra entre Canadá y México en territorio estadounidense, es decir, un desastre absoluto.
Naturalmente, los almorávides no sólo vienen a ayudar a sus “hermanos de sangre” frente a los maléficos cristianos, sino que de paso se hacen con el poder en todos los taifas, reconstruyendo Al – Andalus bajo la égida y la legitimación de su ejército. Los taifas no sólo habían terminado con la preponderancia árabe en España para siempre jamás (al menos hasta que el Presidente Gil abriera las puertas de Marbella a los opulentos árabes), sino que habían incurrido en el pecado menos español que jamás pudiera pensarse: dejar el destino del país en manos de los pérfidos extranjeros judeomasones, sucesivas oleadas de integristas islámicos que se enfrentaron a los monarcas cristianos: “Los extranjeros mangonean en España”.
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