Rebelión en la granja – George Orwell
Inteligente metáfora de la Unión Soviética
Título: Rebelión en la granja
Autor: George Orwell
Categoría: Novela
Siglo: XX
Esta pequeña (y, sin embargo, Grande) novela de Orwell constituye, sin duda, uno de los hitos de la literatura del siglo XX. Naturalmente, esta no es la razón de que sea de lectura obligatoria en multitud de colegios, sino que sobre ella se hizo una película en dibujos animados de infausto recuerdo, y los profesores tenían la ocasión de perder un par de clases poniéndosela a sus alumnos.
La novela consiste, básicamente, en una gran metáfora de la Revolución Rusa y su evolución hacia el estalinismo. Comienza con una reunión de todos los animales en torno al más venerable de todos los cerdos, Mayor, quien les anuncia el advenimiento de una Revolución que acabará con la tiranía del granjero, que hasta ese momento dominaba el entorno natural (la granja) con mano de hierro. Al día siguiente muere el Gran Cerdo Venerable (no confundir con el Gran Puerco Trascendente de los chinos), que representa (erróneamente, como después explicaremos) a Lenin (no confundir al Gran Puerco Trascendente con Mao Tse – Tung, que también era un cerdo, pero más moderno), y poco después los animales, acaudillados por los cerdos, los más inteligentes de entre los mismos, expulsan en una Revolución al granjero Jones y a su esposa. El cuervo Moses, totalmente sumiso al poder fáctico del granjero, huye con él.
Al principio, las decisiones se toman de forma mancomunada, pero bien pronto dos cerdos, Napoleón y Snowball, comienzan a crear partidos enfrentados. Napoleón no es un cerdo brillante, pero su voluntad es más fuerte que la de Snowball, de mente lúcida y grandes ideas, pero inseguro. Bien pronto las disputas internas entre los cerdos se inclinan a favor de Napoleón, quien se hace con el poder, y Snowball tiene que huir ignominiosamente de la granja. A partir de ese momento, los cerdos van imponiendo una dictadura cada vez más autoritaria, los llamados heterodoxos van siendo silenciados o directamente eliminados, los cerdos van adoptando los modos de vida de los humanos y, en suma, el dicho “Todo el poder para los cerdos” acaba convirtiendo a los cerdos en hombres (escalofriante el final de la novela en el que se constata esta realidad, si no la habían leído lamento estropearles el happy end: no hay final feliz).
El mayor interés de la novela reside en que constituye una lúcida, y divertidísima, metáfora, de la degeneración del proceso revolucionario soviético en una dictadura convencional. Conforme más ahondamos en la lectura de la novela más nos damos cuenta de las similitudes. Obviamente, la asimilación de los cerdos con los bolcheviques no es casual, es una manera de manifestar el odio de Orwell hacia el comunismo soviético, que en su opinión había desvirtuado totalmente las ideas marxistas y su potencial subversivo. Hay que destacar, por un lado, que Orwell había vivido la Guerra Civil Española como miliciano de la República, y le marcó profundamente el autoritarismo de los comunistas y su apego a acometer todo tipo de purgas con los que consideraran “heterodoxos” y, por tanto, enemigos de la Revolución. Por otro lado, la novela apareció en Inglaterra (1943) en un momento en el que la U.R.S.S. era aliada de Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial, y las críticas a la Unión Soviética, antes tan habituales, estaban prácticamente prohibidas.
A continuación, trazamos una serie de paralelismos entre los principales personajes de la novela y los colectivos a quienes representaban:
– Mayor: el cerdo ideólogo de la revolución es un puerco afable, que en apariencia sólo quiere el bien de sus acólitos. Puesto que es el único al que todos siguen sin rechistar, debería ser asociado con Lenin, máxime cuando más tarde se relata en la novela que se desenterró el cráneo de Mayor para su exposición pública (clara referencia a la momificación y exposición de Lenin). Desde mi punto de vista, habría sido más acertado relacionar a Mayor con Marx, dado que Lenin era un auténtico cabrito dogmático, incapaz de llegar a acuerdos con nadie y obsesionado con el poder y la violencia tanto como el que más, con lo que no resulta plausible convertirlo en un afable cerdo sin malas intenciones: Lenin era un cerdo, pero de los otros.
– Snowball: Brillante, alocado, capaz de los más grandes proyectos, … Indudablemente, Snowball es León Trotsky, el creador del Ejército Rojo prácticamente “de la nada” (igual que Snowball organiza una serie de medidas defensivas que rechazaron el ataque de los granjeros, es decir, los rusos blancos apoyados por potencias enemigas de la Revolución) es incapaz de hacer valer su peso ante la plana mayor de los cerdos y acaba huyendo de la granja (la U.R.S.S.). A partir de ahí, todos los males de Granja Animal se achacarían a malignas conspiraciones de Snowball, y todos los que no estuvieran de acuerdo con Napoleón serían tachados de seguidores de Snowball – Trotskistas.
– Napoleón: Todas sus características nos llevan a asimilarlo con Stalin. Su falta de brillantez no le impide tener una gran capacidad conspirativa y una fuerte personalidad, que finalmente le llevan al poder. A partir de ahí, como haría Stalin, acomete una serie de medidas de planificación (los planes quinquenales) de la economía de la granja, personificadas sobre todo en la construcción de un molino (idea de Snowball que Napoleón primero rechaza y después se apropia), que le permiten no sólo subsistir sino también comerciar con los granjeros vecinos, lo que trae prosperidad a “Granja Animal”, mas de ésta sólo se benefician los cerdos, mientras que el resto de los animales padecen también estrecheces materiales, además de las continuas persecuciones – purgas a que les somete Napoleón.
– Boxer: El caballo de tiro, el animal más fuerte de la granja, representa al proletariado, cuna de la Revolución, que para Orwell habría sido engañado por los bolcheviques. El lema de Boxer, su respuesta ante todo, es “Trabajaré más fuerte”. Y trabajando en la construcción del molino muere, ante la pasividad de los cerdos.
– Benjamín: el burro, obviamente representa a los intelectuales. Se muestra siempre cáustico y muy negativo respecto a las intenciones de los cerdos, pese a lo cual éstos le consienten bastantes cosas. Aquí Orwell comete, en mi opinión, dos inexactitudes, en primer lugar asume que Benjamín es un gran amigo de Boxer (¿cuándo ha visto Usted a un intelectual, sobre todo a un intelectual crítico, acercándose a los representantes de los estratos bajos de la sociedad si no hay cámaras de televisión delante?), y en segundo lugar considera que los bolcheviques, por la fascinación que les suscitaban determinados intelectuales y la necesidad que tenían de dotar de un barniz cultural a su Revolución, permitieron ciertos excesos al mundo intelectual. Bien al contrario, los intelectuales, una vez comenzada la época de Stalin e incluso antes, fueron perseguidos con saña, al igual que cualquier otro estrato de la sociedad soviética; muchos, como Maiakovski (quien, además, era el “poeta oficial” del partido, como si de Joaquín Sabina se tratase), acabaron suicidándose, otros asesinados y los más, en Siberia (es decir, asesinados).
– Las ovejas y las gallinas, estúpidas y mayoritarias, representan al campesinado ruso, el 85% de la población. Se caracterizan por ser totalmente acríticas respecto a las medidas de los cerdos. Esto tampoco es totalmente exacto: los campesinos rusos, pese a su carácter desideologizado, pusieron en aprietos a los bolcheviques, y de hecho Lenin tuvo que dar un giro a su política económica con la NEP, por la cual se permitió una economía de mercado transitoria, sobre todo al campesinado. Independientemente de que consideremos que los campesinos rusos eran en su mayoría analfabetos y desideologizados, ello no debería hacernos asumir que también eran estúpidos, más bien apoyaban a los soviets exclusivamente por estar cercanos a sus intereses (desde el principio los bolcheviques realizaron un reparto de las tierras entre el campesinado), lo cual no es estúpido, y sólo cedían ante la coerción física, abundante en el Estado soviético desde el principio.
– El cuervo Moses, que en un principio huye con el granjero y vuelve más tarde, representa a la Iglesia ortodoxa. Nos satisface enormemente la representación de la misma en cuanto entidad siempre cercana al sol que más calienta, como ya ocurriera en la Unión Soviética (primero la Iglesia fue perseguida con saña, pero poco más tarde Stalin, ante las necesidades patrióticas de la Segunda Guerra Mundial, llega a una alianza con los Patriarcas para fomentar el nacionalismo ruso y ganarse apoyos entre la población).
– Finalmente, el granjero Jones representa al zar, y los demás granjeros a los otros países, el mundo capitalista al que acaba asociándose granja animal.
Son múltiples las metaforizaciones que encontramos en Rebelión en la granja, y es altamente gratificante interpretar cada uno de los capítulos de la novela en clave histórica. Es mucho más que una novela para niños, o que una novela a secas, es una desgarradora descripción de la Revolución Rusa y su conversión en un sistema totalitario, motivo por el cual es de lectura obligada en todos los colegios de curas, deseosos de dejar muy claro lo malos que son los ateos (sin embargo, mis profesores nunca hicieron referencia al papel de Moses, posiblemente porque el mío era un colegio generosamente subvencionado por el Gobierno socialista y los alumnos podían acabar deduciendo que, a fin de cuentas, Moses seguía existiendo y vivía plácidamente en alguno de los bonsais de Felipe, quien por otro lado para casi todos mis curiles docentes era un auténtico cerdo).
No podemos obviar, por último, que Rebelión en la Granja, posiblemente porque su propósito excede el marco de una novela tan breve, está también plagada de inexactitudes: ¿Por qué se asume que toda la granja, o prácticamente toda, acepta la Revolución, cuando los bolcheviques, los muy perdedores, eran una facción minoritaria de entre todos los partidos socialistas (aunque, eso sí, los que más claro tenían que el uso de la violencia era el medio más rápido para llegar al poder, y luego mantenerse en él, a costa de cualquier atisbo de pluralismo)? ¿Por qué se asume tan alegremente que, al final, los cerdos se acaban convirtiendo en hombres, cuando las diferencias, pese a todo, subsistían incluso en plena Guerra Mundial, y se hicieron patentes poco después? Podríamos dedicarnos a relatar algunas de estos defectos, o lagunas, de la novela, pero no lo haremos porque ya les he dado el coñazo bastante y porque quemaríamos el Especial “Historia de Rusia” que lanzaremos (se lo prometo) antes del final del Tercer Milenio (en la lengua vernácula, por supuesto).
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