Por qué ganaron los Aliados – Richard Overy

Probablemente no exista ningún acontecimiento histórico del que se haya escrito más, y por lo tanto más trillado, que la II Guerra Mundial. Tengan en cuenta que se trata probablemente del acontecimiento no español más mancillado por el excm. Doctor por la “Logos University” César Vidal. Pero es indudable que tampoco es fácil encontrar otros eventos tan interesantes (excepción hecha del Aznarato en su conjunto). Por otra parte, la II Guerra Mundial se aparece en la distancia como una guerra que, a partir de cierto momento (1942), estaba abocada a un final muy previsible con la victoria total de los Aliados, no en vano éstos contaban con un potencial humano, industrial, tecnológico y estratégico (en particular, en lo que concierne a la disponibilidad de recursos básicos para la industria de guerra como el petróleo o la bauxita) mucho mayor que el de las potencias del Eje. Sin embargo, este libro, partiendo en esencia de la constatación de la superioridad de los Aliados en los campos mencionados, viene a decir que “las cosas no estaban tan claras”, y para demostrarlo procede a un concienzudo análisis de todos los ámbitos en los cuales se resolvió el conflicto. En realidad, el libro cuenta cosas ya sabidas, pero lo hace con lucidez e introduciendo algunas materias de discusión insuficientemente visitadas. Entre las principales claves evaluadas por Overy podríamos destacar:

– La Batalla del Atlántico, es decir, la guerra submarina llevada a cabo por los alemanes contra los mercantes que abastecían Inglaterra, que alcanzó su máxima expansión durante 1942. Cabe recordar que esta estrategia ya había sido empleada con gran éxito por los alemanes en la Gran Guerra, y de hecho estuvieron a punto de ganarla en la primavera de 1918. Sin embargo, el fracaso de la guerra submarina en la II Guerra Mundial (fracaso en todo caso relativo, dado el enorme tonelaje hundido por los alemanes) no derivó únicamente de las “contramedidas” aliadas implantadas paulatinamente en 1941-43 (descifrado de Enigma y con ello de las claves empleadas por Alemania, perfeccionamiento del radar y el sonar, establecimiento de convoyes cada vez más protegidos y, sobre todo, extensión del apoyo aéreo a casi todo el Atlántico, entre otros), sino curiosamente de la desidia de los nazis a la hora de emprender un programa de rearme basado en submarinos. Al comenzar la guerra Alemania no sólo no disponía de una marina digna de tal nombre frente a la Royal Navy, sino que los planes de mejora se circunscribían a la flota de superficie, perdiendo así unos años preciosos que podrían haberse empleado en desparramar cientos y cientos de submarinos por el Atlántico.
– El factor humano: lo que podríamos denominar la “Erlebnis”, o “Espíritu” (en realidad no sé si significa espíritu, mis conocimientos de alemán se circunscriben a “Lebensraum” y “Führer”, pero creo recordar de mis estudios de Semiótica Aplicada VI que así era). El factor humano no sólo se refiere a mariconadas como la “Resistencia” o a la mera dimensión cuantitativa (donde es obvio que los Aliados contaban con una enorme ventaja), sino, sobre todo, a la moral con la que se buscó la victoria en los dos bandos. Contrariamente a lo que cabría suponer de la alemanidad de la población alemana, lo cierto es que la productividad fue mucho menor que la de los Aliados y el entusiasmo en combate decayó con igual rapidez que en el caso de los Aliados conforme las victorias iniciales se evaporaron. Cabría destacar en este punto el espíritu que iluminó a la población soviética frente a la adversidad y que les acabaría llevando a la victoria, considerablemente más viril que el propio de los anglosajones: la barbarie desarrollada por los nazis en los territorios ocupados, lejos de quebrantar la moral de una población acostumbrada a siglos de barbarie menos eficaz y tecnificada que la oleada de moderna barbarie nazi, es cierto, pero con el mérito de su carácter nacional, provocó una indignación típicamente moral en el buen pueblo ruso, como diciendo “nosotros nos guisamos nuestra barbarie y nosotros nos la comemos”; las medidas expeditivas aplicadas por Stalin en el frente de “ni un paso atrás”, que implicaba el fusilamiento de todos aquellos que intentasen huir (y el fusilamiento posterior de la mayor parte de los soldados del Ejército Rojo que habían caído en poder de los alemanes y no habían sido ya exterminados); la extraordinaria capacidad de la URSS para enviar más y más tropas al frente (lo cual hizo lamentarse al jefe del Estado Mayor alemán en 1941, el general Halder, diciendo algo así como “si exterminamos a una docena de divisiones, los rusos simplemente ponen otra docena”), así como el no menos extraordinario desprecio por la vida de sus soldados que siempre mostró la URSS (que provocó un elevado número de bajas a lo largo de toda la guerra) acabaron arrojando un espectacular saldo de 17 millones de muertos. Pues bien, lo alucinante es que junto a todo lo anterior la población soviética trabajó con entusiasmo en las industrias improvisadas en los Urales y en las ciudades no ocupadas, haciendo jornadas de 18 horas sin apenas comida ante la atenta supervisión de los comisarios del Pueblo (que, por supuesto, fusilaban con una prodigalidad sólo comparable a la del felipismo dándole cholletes a los amigos de PRISA) y entrando en un surrealista éxtasis patriótico mitad padrecito Stalin, mitad Iglesia ortodoxa.
– Las batallas decisivas: lo más destacable en este punto, junto a la descripción de las batallas obviamente decisivas (Stalingrado y Normandía), es el énfasis que hace el autor en la batalla de Kursk (la mayor batalla de tanques de la II Guerra Mundial), para Overy más decisiva que Stalingrado por cuanto supuso la pérdida definitiva de la iniciativa en el Este por parte de Alemania. Y sobre todo
– la producción armamentística: en 1942 Alemania alcanzó su máxima extensión territorial, contando con un amplio abanico de recursos pero, sobre todo, con un potencial humano e industrial comparable al de cualquier otra superpotencia. A pesar de los obvios destrozos causados por el conflicto, Alemania contaba no sólo con sus propios recursos iniciales, sino con la práctica totalidad de Europa, lo cual implicaba hacer acopio de la industria francesa y de los Países Bajos, de la potente industria armamentística checa, de las llanuras de Ucrania y una parte sustancial de los recursos soviéticos, etc. Sin embargo, ni siquiera en los mejores años de Alemania (el período que abarca 1939 – 1942) su producción industrial fue superior a la británica o la soviética, y no digamos la estadounidense una vez “el arsenal de la democracia” entró en el conflicto. Podemos arbitrar varios motivos que explican esta infrautilización de los recursos propios, el más obvio la tardanza en declarar la movilización general (1942), pero algunos de éstos son exclusivamente imputables a la falta de sentido práctico de los nazis. Más allá incluso del hecho obvio de que, salvo en Francia y Croacia, los nazis no fueron precisamente “Miss Cabello Bonito 1940”, o sea, una potencia invasora simpática y acogedora con la que colaborar, lo cierto es que la industria armamentística estaba muy mal planificada, no sólo a causa de los desvaríos del Führer en cuanto a la dirección de la industria de armamento, sino por cuestiones derivadas de la obsesión alemana por la calidad: los tanques, aviones y acorazados alemanes siempre habían de ser “lo más mejor”, en una estrategia productiva que rechazaba la “grosera” producción en serie y buscaba, en cambio, unos acabados casi de tipo artesanal. El resultado de esta política fue el de un ritmo de producción muy inferior al de los Aliados que, además, produjo una amalgama de modelos mezclados en las Fuerzas Armadas que convertía el abastecimiento, los repuestos y la reparación en una auténtica pesadilla. Los Aliados, por el contrario, muy pronto llegaron a una estandarización absoluta de su producción armamentística, aplicando la producción en serie absolutamente en todos los campos, en muchos casos inexplorados (destaca en este aspecto la producción en serie del barco mercante Liberty en los astilleros estadounidenses, y de los enormes bombarderos “Flying Fortress” en gigantescas naves industriales habilitadas al efecto por Henry Ford). El resultado fue que los alemanes podían tener veinte modelos distintos de transporte de tropas, o de tanques, mientras EE.UU. tenía un transporte estándar y la URSS dos tipos de tanques (el famoso T-34 y el menos eficaz KV-2).

Otras cuestiones, como el empleo de los servicios de inteligencia, infinitamente mejor en los Aliados, o los lamentables compañeros de viaje de Alemania, particularmente Italia (que no consiguió ganar una sola batalla en toda la guerra, perdiendo incluso contra Francia, que ya es decir, y metió a Alemania en el chapapote de los Balcanes y el norte de África, para después, como es habitual, cambiar de bando), pero también Japón (enfrentado a un problema de escasez de recursos mucho peor que el de Alemania) también tienen su importancia y su tratamiento en el libro, en el que también queda más o menos asentada la percepción que todo hombre de bien tiene sobre las motivaciones de la victoria aliada: el papel central de la URSS en la victoria, que con sus ya mencionados 17 millones de muertos tuvo siempre ocupado al grueso del esfuerzo de guerra alemán (en torno al 75% de las divisiones y la aviación), contribuyó decisivamente al aumento de la natalidad en Europa del Este, llevó a cabo hazañas tan típicamente soviéticas como trasladar sus gigantescas industrias contaminantes a los Urales y ponerse a producir de nuevo en un par de días y, en fin, repartió chapapote hasta quedarse a gusto.дизайн для маленьких ванных комнатплюсы продвижения сайта


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