Mazurca para dos muertos – Camilo José Cela
Bodrios de premio Nobel
Título: Mazurca para dos muertos
Autor: Camilo J. Cela
Categoría: Novela erótica
Siglo: XX
Comentario
Tuve la inmensa suerte de leer casi ocho páginas de esta novela, algo que sólo pude conseguir gracias a la sólida formación intelectual proporcionada por mi colegio de curas. Empecé a leer esta novela a los nueve años por consejo de mi profesor de Literatura. Las ocho páginas que leí me introdujeron en un mundo nuevo, un mundo en el que una cosa muy sucia llamada sexo era lo principal, algo que al parecer también pensaba mi profesor de Literatura (o quizás no se había leído la novela, claro). Cuando, muchos años después, descubrí lo que era un gang band, sólo tuve que aplicar mis conocimientos previos adquiridos en “mazurca”. 150 personajes en ocho páginas que se dedican a follar o intentar follar unos con otros; ejemplo diáfano de nuestra nueva cultura democrática, Don Camilone dejó de beber agua por el culo para conseguir un premio (el Nobel) que en España contaba con antecedentes tan preclaros como José de Echegaray y su “Mancha que limpia”. Yo pensaba que “Mazurca para dos muertos” era sin duda alguna la peor novela que no había leído nunca, pero Camilo J., inmerso en la fundación de la AEPI, me iba a deparar aún muchas sorpresas.
ABP: Como yo sí tuve el valor de leer hasta el final “Mazurca para dos muertos” (hasta ahora sólo me ha vencido “Capitalismo, Imperialismo y Falocracia”, en edición del Círculo de Lesbianas por la Plusvalía, y eso porque, claro, estaba lleno de faltas de ortografía) me siento en la obligación de añadir algo. Cuando leí Mazurca era joven, influenciable, y estaba metido de lleno en esa terrible época adolescente en que uno no concibe que algo con contenido sexual pueda ser aburrido. Gracias a Cela y a Almudena Grandes descubrí cuan equivocado estaba. Mazurca es un peñazo insoportable incluso para un púber reprimidillo, que no sirve más que para descubrir que “carallo” es “carajo” en gallego y que ambos significan polla. El saber nunca ocupa lugar.
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