Los viajes en el tiempo y el Universo de Einstein – Richard Gott

Abrimos con este libro una nueva subsección de La Página Definitiva (¿una de tantas destinada a languidecer poco después de su inauguración? ¡Quién sabe!), su Biblioteca Científica o Laboratorio del Dr. Mengele, en la cual reseñaremos obras científicas que nos llamen la atención (y que hayamos leído, claro). A decir verdad, ninguno de los redactores de LPD es científico (ni remotamente), pues todos nos caracterizamos por el impepinable amor al relativismo inherente a la labor humanística. Razón de más, en efecto, para atrevernos con algo así.

El primer libro que sacamos a colación, “Los viajes en el tiempo y el universo de Einstein”, del profesor americano Richard Gott, es, por decirlo con precisión, mu interesante pero también mu complicao. Al principio, en lo que llamaremos “el concepto”, la cosa es más o menos fácil, pero cuando se trata de demostrar porqué “el concepto” es verídico y posible (por ejemplo, para explicar, no cómo se da el viaje hacia el pasado, sino por qué es posible que se dé y qué condiciones son precisas), la cosa se complica.

A decir verdad, no he entendido muchas de las cosas que expone. Y en ese caso, dirán Ustedes, si ni yo mismo alcanzo a entenderlo muy bien, ¿cómo me atrevo a explicárselo a Ustedes? Ay, amigos, me duele comprobar que ni siquiera cuatro años de LPD han servido para superar determinados prejuicios. Hablar con toda tranquilidad de lo que no se sabe no sólo está en la raíz de la Página (o al menos de mi participación en la página; no tengo mucha idea de bolsa, por ejemplo, y ahí me tienen, pontificando), sino que es la misma esencia del buen periodismo. De lo que se trata no es de saber, sino de que parezca que sabes de lo que hablas: “este tío es listo porque habla raro”, he aquí un objetivo perseguido durante siglos por todos los aspirantes a eruditos del planeta, y LPD no iba a ser una excepción.

El libro plantea una de las cuestiones más interesantes, y revisitadas, de la ciencia ficción, la posibilidad de moverse en el tiempo, visitar el futuro, contemplar el pasado, e incluso cambiarlo. ¿Quién no ha soñado más de una vez con hacer ambas cosas? Por ejemplo, a mi no me importaría hacer una visitilla al año 2050 para comprobar si LPD ya es la principal página web no pornográfica de Internet, o aún mejor, al año 1995 para fundar LPD con la suficiente antelación como para ser comprados algún día por Terra Networks. Y conforme nos alejamos más en el tiempo, en el pasado o en el futuro, las posibilidades, claro, se multiplican (¡Vaya al siglo XVI e impida que Carlos V se gaste el oro de América en fruslerías, o como mínimo quédese una parte! ¡Vaya al siglo XXX para observar si España sigue siendo una o diecisiete!). Lo que ocurre es que, con la teoría newtoniana, todo esto no dejaba de ser una mera entelequia. Sin embargo, el universo definido por Einstein abre un sinfín de posibilidades que, de entrada, posibilitan el viaje al futuro e incluso, en determinadas condiciones más o menos improbables, pero no totalmente imposibles, al pasado.

El universo de Einstein, a diferencia del de Newton, consta de cuatro dimensiones, pues añade a las tres ya conocidas la dimensión temporal. Los objetos se ubican en función de tres coordenadas espaciales pero también a lo largo de un arco temporal. En principio, esto podría tomarse como una mera reformulación de cosas ya sabidas (parece como más romántico decir que el tiempo es una dimensión que afecta a la ordenación del Universo, tomándolo como una especie de poesía romántica en plan “cualquier tiempo pasado fue mejor, salvo los años del felipismo”), pero la cosa cambia considerablemente cuando tenemos en cuenta el pernicioso efecto del movimiento de cualquier objeto en relación a la velocidad de la luz. Einstein, en su teoría especial de la relatividad, afirmó (y posteriormente se demostraría) que, si el movimiento del objeto es uniforme, las leyes físicas se mantendrían invariables, pero también que la velocidad de la luz sería siempre la misma (300.000 km/s). ¿Qué significa esto? Significa, nada menos, a los efectos de lo que aquí nos interesa, que el viaje en el tiempo es posible, por una razón que no acabo de comprender, pero que por lo visto es muy sencilla: para los cuerpos en movimiento, el tiempo pasa con mayor lentitud, y en mucha mayor medida conforme nos acercamos a la velocidad de la luz. ¿Por qué? Miren, les prometo que lo entiendo, pero no me hagan explicárselo tal cual; tiene que ver con un juego de espejitos, a decir verdad, muy poco masculino.

Suele ponerse el ejemplo de un astronauta moviéndose a una velocidad cercana a la de la luz y un observador que le ve moverse (es un decir, difícilmente podríamos atisbar mucho de una nave espacial que se mueve a un 90% de la velocidad de la luz; bueno, nosotros sí que podríamos, que para algo somos españoles, pero los extranjeros, por lo visto, no pueden), ambos dotados de un reloj. Lo que viene a decir el libro, para ahorrarnos mucho sufrimiento (a Ustedes y a mi), es que para el observador terrestre a la luz, y al tiempo, “le cuesta” más moverse respecto a la nave que respecto a él mismo, pues la velocidad de la nave es muchísimo mayor, y cuanto más se acerce respecto a la velocidad de la luz, más lentamente transcurriría el tiempo (la velocidad de la luz vendría a ser algo así como “la hora cero” del tiempo, y discúlpenme los científicos por la burrada que acabo de soltar, pero oigan, si quieren una explicación digna, hagan como yo: cómprense el libro). Para un astronauta que se moviera a un 99’995% de la velocidad de la luz el tiempo transcurriría cien veces más despacio que para nosotros.

Es en estas condiciones, ciertamente cogidas por los pelos, en las que puede darse un viaje hacia el futuro, aunque un poco restringido. Dejando a un lado la cuestión de si es factible generar una energía tan brutal como para mover una nave espacial (que no es lo mismo que un triste protón en un acelerador de partículas) a una velocidad así (y si algún astronauta no español podría sobrevivir a la aceleración), para que el viaje hacia el futuro tuviera algún interés (saltar un buen número de años en el tiempo) también deberíamos estar unos cuantos años corriendo cual cervatillos en el campo, cual atletas dopados, a fin de alcanzar nuestro objetivo (por ejemplo, diez añitos para lanzarnos apenas mil en el futuro, cincuenta años vagando por el espacio para asistir a un Mundial en el que la Selección española se hiciera con la victoria).

Y, además, el viaje tendría bastantes inconvenientes, inadmisibles para cualquier máquina del tiempo de prestigio, como la necesidad de desplazarse por ahí y, sobre todo, la irretroactividad de la máquina del tiempo: una vez asentados en el futuro, no hay vuelta atrás, no hay manera de volver al pasado (salvo que en nuestra ausencia alguien hubiera inventado una máquina del tiempo capaz de ir al pasado, algo mucho más improbable). Imagínense que uno, para hacerse el interesante ante los amigos, saca su nave espacial del parking y se embarca en un viajecito de estas características: vuelve mil años después y sus amigos han muerto, con lo que ya no puede hacerse el interesante, la burbuja inmobiliaria ha explotado por fin, con lo que su piso no vale nada de nada, todos los ahorros de los intereses del banco se van en pagar la factura del caprichito de mover una nave a esta velocidad (y vaya Usted a los de las nucleoquímicas a contarles aquello de que no son mil años de suministro, sino diez), y además sigue gobernando el PP. Para este viaje, mejor quedarnos donde estamos.

Pero si los viajes al futuro son complejos, y además muy limitados, no vean lo que ocurre con los viajes al pasado: droga dura. Comenzando con el propio concepto de “viaje al pasado”. Porque, ¿cómo vamos a ir al pasado, si en el pasado no estuvimos nunca? ¿Y qué pasa si cambiamos el pasado hasta el punto, incluso, de poner en peligro nuestra existencia? (Como ocurre en “Regreso al Futuro”) Y, por otro lado, ¿cómo podemos poner en peligro nuestra existencia en el pasado si, una vez, desaparecemos, se supone que no existimos y por tanto, como no – existentes, nunca pudimos embarcarnos en un viaje al pasado? Pura droga dura.

Frente a esta primera paradoja, Gott explica las dos principales escuelas que en el mundo científico intentan dar una explicación. La primera, muy minoritaria, afirma que el universo es en realidad un compendio de universos múltiples, que van disociándose en diversas líneas temporales conforme adoptamos unas decisiones u otras. O sea, que si viajamos al pasado y, pongamos por caso, nos cargamos al Caudillo, ese universo en el pasado continuaría con un universo en el que España no hubiera sufrido una dictadura de cuarenta años (con las trascendentales consecuencias para el devenir del Universo que ello comporta, programa espacial español incluido), pero el universo del que provenimos, con su Españaza poscaudillal, continuaría tan fresco. Personalmente, es la teoría que más me gusta, porque preserva el libre albedrío (bueno, sí, me he cargao al Caudillo, pero oiga, es que me ha mirao mal, y total, donde cabe un Universo caben dos), y además es el sueño de cualquier socialdemócrata que se precie (imagínense qué peazo Administración tendría un universo que tiende a duplicarse hasta el infinito, lo de la España plural sería una mariconada al lado de esto). Por último, el principal fundamento de esta teoría es el principio de indeterminación de Heisenberg, que, por encima de otras consideraciones, suena como más interesante y viril.

Sin embargo, la teoría que parece prevalecer es la del “universo autoconsistente”, en virtud del cual, sencillamente, ningún eventual viajero al pasado podría llevar a cabo acciones que fueran contrarias a la propia lógica del Universo (y si nos cargamos al Caudillo, obviamente, nuestro Universo futuro no sería el mismo, lo cual es imposible comenzando desde el momento en que, como nuestra estancia en el pasado ya existe en el momento en que iniciamos el viaje desde el presente, no hemos podido hacer nada digno de mención en el pasado, a lo sumo colocarnos como Gobernador Civil).

Pero, asumamos una teoría u otra, el viaje en el pasado sigue antojándose una entelequia. Para ir al pasado Gott muestra una serie de teorías mucho más complejas que la anterior del astronauta y su viaje al futuro; no en vano el viaje al futuro se basa en algo tan de andar por casa como la teoría especial de la relatividad de Einstein, mientras que los distintos modelos de viaje al pasado son un compendio de teorías posteriores que, si la anterior no he acabado de entenderla bien, imagínense esta (insisto, léanse el libro y déjenme en paz, que yo bastante hago con inventarme ejemplos absurdos sobre el pasado y futuro de España para ilustrar los hipotéticos viajes en el tiempo). En realidad, según la teoría de Einstein el viaje al pasado es imposible, puesto que para viajar al pasado es preciso superar en algún momento la velocidad de la luz; y es imposible superar la velocidad de la luz, y no porque lo diga yo, sino porque es una constante que no puede ser rebasada en el vacío; sin embargo, hay ciertas formas de eludir este escollo aparentemente insuperable. Las distintas teorías suelen partir de la “Teoría de las Supercuerdas” (que viene a decir que el Universo está formado en torno a, como su propio nombre indica, unas cuerdas tan grandes, tan infinitas, que son Super), y que aunque en principio no dan cabida a la siempre necesaria explicación teológica que ubique la investigación científica netamente española, sin duda no excluyen tampoco la posibilidad de que detrás de las Supercuerdas esté Dios, así, tal cual, pero un Dios, oiga, Uno, no diecisiete, pues “Dios no juega a la comba con el Universo”.

Dichas teorías desembocan en, más o menos, la misma conclusión: aunque no podemos movernos más rápido que la luz, sí podemos buscar “atajos” en el espacio que nos permitan llegar a otro lugar del Universo más rápido de lo que lo haría la luz por el camino “normal”. Esto es posible porque el Universo no es plano, sino curvo (ya ven el Universo, qué cosas tiene, ya incluso llegamos tarde a aquello tan bonito de quemar astrónomos por herejes que tan bien se nos dio en lo referente a la Tierra), y de la misma forma que haciendo un agujero que atravesara el centro de la Tierra llegaríamos a Nueva Zelanda recorriendo una distancia menor que si viajamos en avión, en determinadas condiciones en que la curvatura es extremada (y el Universo, para entendernos, prácticamente se cierra en un pliegue sobre sí mismo), el ahorro en distancia que nos proporcionaría el atajo es suficiente para superar la velocidad de la luz (La distancia entre las caras anterior y posterior de una hoja de papel puede ser de, por ejemplo, veinte centímetros si la recorremos longitudinalmente, pero si hacemos un agujero que atraviese el papel, ese segundo camino es mucho más rápido).

El problema es que los artefactos precisos para construir atajos semejantes distan mucho de ser una mera taladradora del Universo, o mejor dicho, consisten básicamente en eso, pero créanme, el Universo no es una entidad que se deje taladrar así como así, de forma que la tecnología necesaria para generar estos atajos y hacerlos practicables pertenecen definitivamente al terreno de la ciencia ficción, más que de la ciencia, y además suelen asociarse a un compañero de viaje tan poco amigable como los agujeros negros, tan dados a absorber sin freno todo lo que tienen alrededor, al más puro estilo de Internet respecto de la industria discográfica.

Además, el viaje hacia el pasado tiene un último inconveniente, y es que en la inmensa mayoría de los casos (y precisamente aquellos, dentro de lo que cabe, más factibles), tienen como límite el momento en el que la máquina del tiempo comienza a existir; o sea, que si mañana termino por fin la máquina del tiempo a la que he dedicado casi dos horas y media de esfuerzos, mi máquina sólo podrá llevarme, como mucho, hasta el 20 de Enero de 2004, lo cual, indudablemente, es muy atractivo desde la perspectiva de un usuario ubicado en el año 3000, pero muy poco para alguien que, como yo, vive en estos momentos en el 20 de Enero de 2004. Claro que también podría terminar mañana por la tarde mi nave espacial, es más, “Superespacial”, cuyos planos he diseñado este mediodía mientras me tomaba el café, hacer un viaje hasta el año 2010 (un mes o dos en mi nave), comprobar si en el año 2010 ya he conseguido ser funcionario y, de no ser así, emplear mi máquina del tiempo para devolverme a la actualidad.caricatures sketchesrussian keyboard translation


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