Los Buddenbrook – Thomas Mann
Escrita con el comienzo del siglo XX (1901), esta obra supone la aparición rutilante de Thomas Mann como uno de los escritores fundamentales del siglo. La novela explica la historia de una clásica familia de la burguesía alemana, erigida en torno al Vater, cuyo objetivo es la consolidación y desarrollo de los negocios familiares, indisolublemente ligados a la consideración social y el honor de la familia, desde su apogeo hasta su definitiva decadencia.
Una decadencia que queda explicitada por dos tendencias confluyentes que afectan de forma perniciosa a la buena salud de los negocios: el hecho de que la familia genere de cuando en cuando mujeres, por un lado, y las veleidades creativas en el ámbito de los negocios de algunos de los dirigentes de la familia, por otro. Las aventuras matrimoniales de las sucesivas representantes femeninas del honor familiar dejan a ésta sin honor, primero, y sin patrimonio, después, merced a una serie de matrimonios desgraciados (léase con pringaos sin un duro), ansias de grandeza (la pretensión de las mujeres de la familia de constituirse en seres dotados de algo más que una indudable habilidad para el manejo de la aguja, el dedal y los fogones) y follones inmorales en los que se mete al sufrido Vater, incapaz de administrar al menos con algo de dignidad lo que se le viene encima.
Varios son los mensajes de calado que el gran escritor nos desliza a lo largo de esta novela:
– La existencia de un insoslayable valor supremo, presente en todos los estratos de la sociedad y la vida alemanas, que debería justificar y ordenar la existencia de todos; el expresado con claridad por la palabra más importante existente en lengua alemana, arbeiten (trabajar). El trabajo -entiéndase, el trabajo serio, no diseñar trapitos o páginas web, ejemplos ambos propios de la despreocupada cultura latina- como motor de la sociedad y del progreso, una rígida ética de la laboriosidad que rechaza peligrosos deslizamientos hacia la frivolidad de la cultura del ocio y la diversión.
– La superioridad de la raza, vulnerada por la dilución de la sangre: subyace a la decadencia de la familia la equivocada política matrimonial con una serie de individuos provenientes de las capas racialmente más equívocas de la sociedad, que despeñan la grandeza de los Buddenbrook por el precipicio del mestizaje, la adquisición de costumbres modernas y la edificación de una ambiciosa política de empresa basada en la innovación, todos ellos vicios impropios de un buen representante del pangermanismo y que, como se demuestra con el devenir familiar, no pueden acarrear nada bueno.
– La degeneración familiar como correlato de la degeneración social: conforme los Buddenbrook ven derrumbarse en torno suyo no sólo los valores económicos que los habían sostenido durante generaciones, sino, lo que es más importante, los altos valores morales que los habían refrendado (la mujer del patriarca se comporta como una descocada corista buscándose líos entre los más acreditados aventureros de la zona, su hermana y su sobrina se casan con incultos, paupérrimos y sureños consortes que no pueden traer nada bueno, el propio patriarca y sus hermanos se dejan enredar en turbios negocios, …), una familia de advenedizos va escalando posiciones merced a su dinamismo y también, por qué no decirlo, su falta de escrúpulos, sin que la ausencia de una alta educación sea ya obstáculo para ascender en la escala social, exactamente lo mismo que con toda probabilidad ocurriría en su día con el fundador de la dinastía Buddenbrook, pero habida cuenta de que la novela no nos relata sus gloriosos comienzos ni tampoco el momento futuro en que los nuevos ricos en ascenso, llevados por el papanatismo social, se embadurnen de una capa de alta cultura que les confiera mayor respetabilidad (sustituyendo, para entendernos, el fútbol por la ópera y la prensa amarilla por el Frankfurt Allgemeine Zeitung, aunque no entendieran absolutamente nada ni de lo uno ni de lo otro), habrá que concluir que la decadencia moral no sólo afecta a la familia Buddenbrook, sino a toda la sociedad; su decadencia es también la decadencia de un glorioso modelo de país.
– Por último, la ya mentada inferioridad de las mujeres, sexo débil que debido a su ausencia de criterios morales contribuye poderosamente, con sus actos y con su diluida sangre, a abundar en la profundidad de la decadencia familiar.
Todos estos argumentos, obligado es decirlo, no aparecen con claridad diáfana en el transcurrir de la novela, pero “están ahí”; tampoco reducen el valor objetivo de la obra, que es muy alto, una gran novela de cuya alemanidad dan fe tanto su longitud (unas 600 páginas de irremisible decadencia familiar) como la densidad del argumento (uno podría pensar que no hay nada más sencillo que explicar el proceso de decadencia de unos burgueses de provincias, pero precisamente ahí estriba el gran mérito y la trascendencia de la obra), por no hablar, naturalmente, de lo que en cuanto a complejidad retórica del texto literario supone de garantía la marca de fábrica alemana.
Tampoco conviene llamarnos a engaño respecto de la ideología del autor y su posicionamiento en una época tan turbulenta como la de la Alemania de la primera mitad del siglo XX; esta es una gran obra, reiteramos, pero también una obra de juventud (a los 26 años) de Thomas Mann, que supuso su presentación literaria. Y aunque Mann fuera en un principio coherente con los valores expresados en los Buddenbrook, mostrando un férreo apoyo al belicismo de preguerra y a la propia “Causa” a lo largo de la I Guerra Mundial, los acontecimientos posteriores y el descubrimiento de los avatares propios de la guerra lograron sacar al autor de su ensoñamiento romántico – nacionalista llevándole a un desarrollo intelectual inaudito en cualquier periodista, líder político o escritor contemporáneo en que puedan Ustedes pensar: reconocer sus planteamientos previos como equivocados y, en consecuencia, cambiar de opinión hacia posiciones lindantes con el pacifismo, lo que en su día le llevaría a exiliarse ante la llegada del nazismo y a desarrollar una activa política de compromiso pacifista antes, durante y después de la II Guerra Mundial.
Porque la gran lección que da los Buddenbrook como metáfora de Alemania es que no es mediante las explosiones de violencia desaforada, mediante los fuegos de artificio de los U – boat, las panzer divisionen, los ME 109, las V-2 y el Lebensraum, como el ser germánico adquiere toda su grandeza, sino, bien al contrario, merced a un compromiso total con el trabajo serio, fecundo y reiterado combinado con un activo pacifismo y un afán de entendimiento de los pueblos cuyo símil más afortunado sería la actual Unión Europea, donde Alemania se erige en faro intelectual y económico en pos de una Unión que superando antiguas divisiones enconadas, y aunque haya que soltar unos dinerillos de cuando en cuando (y aguantar incluso que el principal perceptor de estos dinerillos, el presidente del Gobierno español, Joe Mary Ánsar, se pasee ufano por Alemania dando lecciones de cómo cuadrar las cuentas presupuestarias y riñendo en plan Ánsar a Schröeder por no haber hecho los deberes), garantice un amplio mercado de paz y concordia en el que puedan los alemanes vender sus productos construidos con el sudor de su frente, adquirir una masa crítica suficiente en desarrollo industrial, productividad y capital humano y quizás, un día, convertir los astilleros españoles en productores de U – boat nucleares, convertir la factoría SEAT de Martorell en una máquina de escupir carros blindados, cerrar el aeropuerto de Barajas para que puedan aterrizar allí los Eurofighter, aprovechar la industria pirotécnica valenciana para tener un arsenal apañado de armas nucleares y, todos juntos y bajo el férreo dominio de Alemania, declarar la guerra a 117 países “porque sí”, conquistar Francia en un par de días si objetan algo al nuevo paraíso alemán y, en suma, “volver a intentarlo”.
Compartir:
Tweet
Nadie ha dicho nada aún.
Comentarios cerrados para esta entrada.