Las once mil vergas – Apollinaire

Pornografía de calidad

Título: Las once mil vergas

Autor: Guillaume Apollinaire

Categoría: Novela pornográfica

Siglo: XX

Comentario

Seguimos con nuestra crítica de las obras maestras del siglo para ocuparnos hoy de una simpática novelita pornográfica del que muchos han considerado como el mejor poeta francés de todos los tiempos, el chalado Guillaume Apollinaire.

Guillermito fue algo así como el hijo bastardo de una condesa polaca venida a menos y un poco puta que lo pasó en grande viviendo la bohemia del París de fin de siglo, que, como es sabido, duró hasta 1914. Tuvo, por raro que parezca, una educación bastante esmerada, y se le reconoce una invención sin límites, al filo de la perfección entre la forma y el sarcasmo. Leído en francés, sorprende siempre lo adecuado de las palabras que usa en sus poemas. Porque Guillaume recuperó para la lengua de Hugo la palabra como entidad sonora y evocadora, más allá de la descripción del ambiente creado por los versos.

Pero no estamos hablando del Apollonaire surrealista de ‘Alcoholes’ o del soldado acojonado de ‘Los poemas a Lu’ (por cierto, la Gran Guerra acabó con su buen humor, de un bombazo le tuvieron que trepanar la metralla de la cabeza. Murió en el 18 de gripe). Estamos hoy hablando del genial escritor de cuentos (‘El heresiarca’, por ejemplo) y, sobre y por encima de todo, de las aventuras de Moni Bibescu (o era con v?), Gospodar rumano.

Uno empieza la novela leyendo cómo nuestro amable héroe describe su nobleza hereditaria. La acaba entendiendo que Gospodar en Rumanía es algo así como el bedel del ministerio…y comprendiendo por fin lo que lanza a Moni a la búsqueda de emociones fuertes en el decadente París de principios de siglo.

La sucesión desenfrenada de orgías (en las que participan los no menos interesantes compañeros de Moni: Culculine d’Ancône o su criado Cornebeuf -les ahorramos la traducción-) es de lo más variopinta, y se sucede de París a Vladivostok siguiendo la estela del Orient Express y del Transiberiano. De hecho, si nunca han tenido sexo en un tren, ya verán las ganas que les entran después de la novelita de marras.

Porque sexo, haylo para todos los gustos: entre hombres, con mujeres, entre mujeres, con sangre, sin ella, con micción, defecación, animales, violencia. Lo hay para dar y para tomar, y siempre admirablemente descrito. Nuestros pasajes favoritos son: la primera noche en el tren, con la muerte por asfixia de la criada de Culculine, y la escena de la enfermera vampiresca en el frente de la guerra ruso-japonesa que, en vez de cerrar las heridas de sus pacientes, las abre de par en par para poder regocijarse metiendo de lleno la mano. Pero hay muchos mãs, y para todos los gustos. ¿Qué nos dicen del esplendoroso final de Moni, sodomizado por once mil japoneses, víctima del juramento que hizo al osar rendir tributo al Dios del Amor cien veces en una noche? Bradomín, a su lado, un aprendiz.

En resumen, un verdadero compendio de lo puede ser la buena pornografía, inventiva y de altísimo valor pedagógico-literario. Es un clásico por un clásico, ¿a qué están esperando?работа юристautomotive documents


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