La Revolución Francesa – François Furet, Denis Richet
La historiografía habitual sobre la Revolución Francesa estuvo dominada durante años, como no podía ser de otra manera, por una visión post-marxista de la misma. No hemos de considerar este fenómeno como extraño, pues décadas enteras vieron como en general toda la Historia era dominada por una interpretación economicista-determinista y como todo un país, Francia, era el retiro dorado de cualquier intelectual que considerara a Stalin un reaccionario que gobernaba desde una piedad y catolicismo indignos.
La perspectiva oficial ponía en consecuencia de relieve las circunstancias que todos conocemos en los eventos revolucionarios: la importancia del movimiento de los “sans-culotte” (asociados al proletariado), el innegable progresismo del campesinado francés, el innoble pacto de la burguesía liberal con una Monarquía decadente y, según las facciones, la excelente labor de Maximilien Robespierre y su Consejo de Salud Pública, ejemplo de Gobierno enérgico y eficaz, o bien la nefasta labor de Maximilien Robespierre, burgués y traidor a la causa revolucionaria por no haber logrado avanzar hacia la democracia directa.
Ante este panorama la obra de Furet y Richet tuvo el enorme mérito en su época de ser una de las primeras en analizar con detalle la Revolución desde una perspectiva “diferente”. Obvio es decir que en el momento de su publicación no se les calificó de “diferentes” sino de fachas, reaccionarios y todo lo que es habitual en estos casos. Más allá de lo que cada cual pueda pensar al respecto es innegable que esta Revolución Francesa fue sólo por ello una ráfaga de aire fresco. Por primera vez se explicaban los acontecimientos de 1789-1798 sin caer en los viejos esquemas explicativos.
Por otra parte la obra, de fácil lectura e informativa, incide en aspectos tradicionalmente olvidados por la historiografía hasta ese momento dominante. Se trata de una historia de la Revolución Francesa que concede una gran importancia a los aspectos políticos y a los cambios institucionales, lo que permite una comprensión de los fenómenos más global.
Hemos de tener en cuenta, por último, que los autores de esta historia de la Revolución francesa son, en cualquier caso, franceses. Y como hay cosas que nunca cambian tampoco ellos pueden evitar acabar con una explicación de estos acontecimientos que acaba pareciendo, en resumen, unos meros preparativos para la llegada salvífica y reparadora de Bonaparte. Para disimular hurgan un poco en la herida de algunas de sus derrotas militares, pero la impresión del lector es, como siempre, que Napoleón tenía un aura especial que le hacía muy particular y que, en última instancia, justifica todo. Los caudillos, como siempre, marcan épocas.
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