La Red – Juan Luis Cebrián
Examinar un libro de Juan Luis Cebrián es un asunto complejo; el escritor acomete sus obras desde una perspectiva muy particular que lo convierte, sin solución de continuidad, o bien en objeto del deseo de algunos o bien sujeto de las iras de otros. ¿Es Cebrián un genio incomprendido? ¿Es un mediocre sobrevalorado? La respuesta a estas preguntas variará considerablemente en función de un único parámetro: si el encargado de reseñar las obras de Cebrián es cercano (o directamente está en nómina) al Grupo PRISA o, por el contrario, pertenece al Periodismo Independiente. Para los primeros, Cebrián es un ángel redentor que ha sido enviado por el más allá para explicarnos una serie de verdades universales; para los segundos, es uno de los más siniestros representantes del Polanco – felipismo (y punto). Nosotros tratamos de situarnos en una posición intermedia, según la cual Cebrián no es un genio por su posición de Consejero Delegado del Grupo PRISA, ni tampoco dedica su tiempo libre a departir con el jefe de una banda de asesinos.
El libro comienza de forma prometedora: en el perfil que se hace del autor en la solapa se relatan los múltiples cargos atesorados por Cebrián para concluir: “Juan Luis Cebrián es una de las personalidades más destacadas de la vida periodística e intelectual española”. ¿Quién ha decidido esto? Pues el mismo Cebrián, porque son los autores del libro los encargados de elaborarse su propio perfil. Esto nos permite hacernos una idea de lo que piensa Cebrián de sí mismo: un genio en ciernes dedicado a todos los ámbitos de la vida intelectual española, que a buen seguro estará inmerso en sus pensamientos, intentando descubrir el Teorema de Fermat o las bases de la mecánica cuántica mientras asiste a algún sarao en Madrid, actividad, como es sabido, a la que dedica la mayor parte de su tiempo cualquier intelectual español que se precie.
Sin embargo, en la introducción Cebrián se nos muestra modesto y reconoce no ser un experto en informática y también confiesa que no pretende descubrir nada nuevo con el libro. Ambas afirmaciones, podemos asegurar desde este momento, son ciertas. Cebrián es lego en la informática, y posiblemente también en Internet, y desde luego no descubre nada nuevo con su libro, que no pasa de ser un ensayo divulgativo en el que se nos informa de cosas ya sabidas, y en algún caso ya desmentidas. Por eso el resultado es el que es: una especie de larguísimo reportaje de periódico en el que se muestra una visión, obligadamente superficial, de algunos (no todos) de los factores relacionados con Internet y el desarrollo de las redes de comunicación. Cebrián demuestra, una vez más, que es un gran periodista, pero sólo eso. Ni con la mayor generosidad del mundo podríamos catalogar este libro como ensayo “científico”, aunque Cebrián intente recubrir su texto de cierto cientifismo; lamentablemente, no es su mundo, y se nota. Las dos estrategias de Cebrián para que el lector se crea que lo que hay ahí escrito deriva de un mínimo proceso de reflexión científica, o al menos humanística, son bastante pedestres.
En primer lugar, Cebrián recubre todo el texto de un lenguaje innecesariamente alambicado, un estilo ampuloso y estomagante en el que los términos empleados son rayanos en la pedantería barata, casi tanto como en esta frase que están Ustedes leyendo. Para Cebrián, “siempre hay un adjetivo más complejo” para expresar, no necesariamente mejor (más bien al contrario), la misma cosa. El motivo de esta utilización tan peculiar del lenguaje, empero, está justificado. Cebrián es, por si no lo recuerdan y al igual que el 70% de los columnistas de ABC, “De la Real Academia Española”, como él mismo se encarga de dejar constancia en el texto:
Procuro, además, incorporar un léxico de uso común entre los cibernautas aunque no haya recibido aún el beneplácito de mis colegas de la Real Academia Española, a la que ya he presentado una lista de neologismos para su integración en la próxima edición del Diccionario. (pág. 41)
Por otro lado, Cebrián intenta mostrar que él es un investigador serio, que cuando se lanza a hablar de algo lo hace apoyado en un sólido acervo bibliográfico. Por ese motivo, Cebrián incluye al final del libro una serie de referencias agrupadas bajo el epígrafe “Menos que una bibliografía”. Hay que reconocerle el acierto en la denominación, pues lo que Cebrián reconoce fuentes de su libro en modo alguno puede constituir la base de ningún estudio: recortes de periódicos, conferencias light pronunciadas por “santones” siempre en Madrid, pseudolibros de Bill Clinton y Bill Gates sobre Internet, y un par de libros universitarios sobre asuntos tan estrechamente relacionados con la Red como “La educación secundaria, pivote del sistema educativo”, a cargo de Ricardo Díez Hochleitner, prologuista del libro. Cada una de estas referencias es citada una vez en el libro, como para justificar su inclusión en la bibliografía y, al mismo tiempo, demostrar que “se ha leído”. Creemos que ni los peores estudiantes universitarios de Ciencias Sociales o Humanidades disfrazarían tan mal en un estudio la escasez de referencias consultadas.-
Quizás todos estos problemas sean ajenos al contenido del libro, que pese a lo farragoso del estilo se lee con agrado, comprobando que Cebrián menciona todos y cada uno de los lugares comunes sobre Internet, la globalización, la interactividad, etc. Recurre en abundantes ocasiones a mencionar las relaciones de Internet con otros medios de comunicación, particularmente con la televisión, terreno éste en el que -obviamente- el autor se mueve con mayor soltura y en el que podemos encontrar alguna reflexión interesante. Por lo demás, este libro no es ni mejor ni peor que muchos otros que se han escrito con títulos igual de pretenciosos, pretendiendo explicar en unas líneas una incipiente revolución que a buen seguro, y echar un vistazo a La Página Definitiva lo confirma, da para muchos volúmenes.
Y es que Cebrián es, insistimos, un excelente periodista, capaz de hilar a partir de escasos datos un texto más o menos aceptable con el que es fácil hacerse una idea de cuáles eran los motivos de preocupación más habituales sobre Internet en el Pleistoceno (1998); un periodista que sabe transformar cuatro recortes de prensa leídos apresuradamente y un par de comentarios en cualquier sarao madrileño en un ensayo divulgativo que se lee con facilidad. Un muy buen periodista, insistimos, pero sólo eso. Que de “gran periodista” Cebrián pretenda convertirse en intelectual orgánico de postín no nos parece de recibo, habida cuenta de los escasos méritos que aduce para ello. Cebrián es uno de tantos ejemplos de persona válida en lo suyo que, arropada por un fuerte poder empresarial, acaba convertido en algo que no es (y del Cebrián académico y novelista mejor ni hablamos); por eso resulta aún más divertido (y quizás revelador) que el propio Cebrián se queje en La Red de aquello que él mismo hace continuamente:
Hay una tendencia en todas las personas u organizaciones que triunfan a suponer que sus habilidades, demostradas en determinado aspecto, les facultan para ejercer una especie de magisterio universal sobre no importa qué cuestiones. Estadistas poderosos disfrutan con la exposición de sus mediocres cuadros, y escritores excelsos pugnan como candidatos a la presidencia de su país. (pág. 95)
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