Juan Carlos, el Rey de un pueblo – Paul Preston

Aprovechando que acabamos de celebrar treinta años desde la llegada del Monarca a la jefatura del Estado y nuestros corazones, tal vez sea un buen momento para revisar intensamente su figura. Esta hagiografía cumple todos los condicionantes para satisfacer nuestras necesidades de valoración imparcial de una figura histórica de este calibre: en primer lugar, está escrita por Paul Preston, uno de los más significados hagiógrafos del felipismo (y particularmente odiado por el redivivo búnker “1934”); en segundo lugar, esta biografía la regalaban con el diario ABC. ¿Alguien da más?

El libro es en su conjunto muy divertido, y también sorprendente. Abarca toda la vida de Juan Carlos y aun antes, es decir, desde el momento en que estalla la Guerra Civil española y Don Juan se pone a disposición del Caudillo para lo que éste guste determinar, hasta los años de la democracia. Es muy divertido porque, además de estar bien escrito, se dedica a contar cotilleos extraídos de memorias de dirigentes políticos y demás libros de aeropuerto, y al hacerlo se dedica a repartir chapapote por todas partes. Es muy sorprendente, también, porque todas las figuras históricas evaluadas en el libro acaban salpicándose en un momento u otro por alguna acción equívoca o directamente equivocada. Todas, claro está, salvo una: el Monarca. En ese sentido, el libro constituye un auténtico Manual de Estilo de extraordinaria utilidad para cualquier periodista español: ¿teme Usted no haber sido lo suficientemente complaciente en su última crónica de las vacaciones del Monarca en Baqueira Beret? ¿Esa desgraciada alusión al divorcio de Doña Letizzia aún le pasa factura en la redacción? ¿Su jefe de redacción le ha obligado a hablar de los Albertos, Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal o Mario Conde? El libro de Preston le ayudará. Sabrá cómo tratar la figura del Monarca, como hombre discreto, inteligente, capaz de evaluar correctamente las situaciones más difíciles y, por encima de todo, con un extraordinario don de gentes derivado de su natural campechanía (no se preocupe por acumular “naturalidad” y “campechanía” en una misma frase: no son exactamente lo mismo, y aunque así fuera, es el Monarca: puede Usted acumular todos los elogios que considere oportunos, no se corte, aunque sea una noticia de agencia).

Sin embargo, es preciso señalar que, aunque Usted no sea periodista ni hagiógrafo, el libro aún reviste un gran interés. No en vano, recuerde Usted, salvo la figura del Rey (bueno, y de la Reina), nadie queda impune. Y ello significa que podrá Usted no sólo reírse con Juan Carlos del Caudillo, de Arias Navarro, de Suárez, de Torcuato Fernández Miranda, del General Armada, … personajes a todos los cuales el Monarca traiciona / deja tirados en algún momento de su rutilante trayectoria (bueno, a todos salvo al Caudillo; el argumento para dejarlos tirados es, casi siempre, “su momento histórico ya había pasado”. Pedazo democracia constitucional, especialmente en el caso de Suárez). No, también podrá Usted leer cosillas sobre la Infanta Elena (entrañable la alusión a cómo el Monarca impidió que se consagrase la igualdad de sexos borbónica en la sucesión al Trono, durante el debate sobre la Constitución de 1978, en referencia a la siempre misteriosa enfermedad de la Infanta, comparable a las traumaúras o latigasos del Dr. Nick Riviera de los Simpsons) o sobre Don Juan, el padre del Monarca, esa figura que, cuando el gran Plan de Su Majestad para salvarnos a todos y traer la democracia de la nada aún estaba en ciernes, ya se mojaba valientemente por un sistema democrático de puta madre. Descubrirán Ustedes que Don Juan persiguió la democracia desde los mismos inicios del Alzamiento, cuando se presentó en la frontera ansioso por ayudar al exterminio de la hidra roja, o cuando intentó (también infructuosamente) que el Caudillo le dejara guerrear en nuestra gloriosa Armada. ¿Y qué decir de los años del franquismo, en los que Don Juan se abrazaba sucesivamente con el Caudillo, con los carlistas, con la oposición democrática y, siempre, con una curiosa cálifa de mentes privilegiadas conocida como “monárquicos juanistas” que oscilaba continuamente entre la democracia revolucionaria y el fascismo monárquico según le diera por ahí al Pretendiente? Viendo cómo Don Juan los traicionaba, una y otra vez, a todos salvo al Caudillo (que le aplicaba a Don Juan la misma estrategia) el futuro Monarca recibió su primera lección de altura de miras democrática: en cualquier momento el tiempo histórico de uno puede haber terminado, y entonces lo dejas tirado en la cuneta y a otra cosa.

Pero cuando la cosa gana enteros es, claro está, en todo lo relacionado con la Transición democrática y, sobre todo, el Golpe. Lo curioso aquí es que Preston se pasa tanto de rosca (todo lo que hace el Monarca está siempre bien, las actitudes más sospechosas –como reunirse una y otra vez con el General Armada en las semanas previas al 23-F- quedan validadas por un sentido superior de la política que, al parecer, siempre acompaña a Juan Carlos) que, aunque imagino que los lectores de ABC tragarán, gente que, aunque rechace la Monarquía como institución, siempre ha pensado que el balance de la misma en esos años cruciales es claramente positivo (otra cosa es el comportamiento del Monarca a partir de 1982), ve cómo sus convicciones se tambalean por momentos. Sobre todo, con el Golpe. Porque es sencillamente alucinante cómo se intenta limpiar de polvo y paja cualquier duda sobre la implicación del Monarca en el Golpe. Es decir, que en todas las maniobras del General Armada o Milans del Bosch Preston aprecia, al mismo tiempo, un afán por cumplir (según, claro está, una interpretación errónea de la situación) supuestas órdenes implícitas del Monarca para crear un Gobierno de concentración nacional o, directamente, acabar con la democracia (y es muy sorprendente que los propios conjurados ni siquiera hablaran nunca de qué querían hacer después del Golpe), que quedarían validadas por las continuas reuniones y conversaciones que ambos, pero sobre todo Armada (no en vano jefe de la Casa del Príncipe, y luego del Rey, durante décadas), tuvieron con Juan Carlos y, al mismo tiempo, una clara actitud del Monarca, desde meses antes del Golpe, por evitar cualquier sublevación militar. Las incongruencias de este tipo de interpretaciones sobre los meses previos al 23-F llevan no sólo a sorprendentes ejercicios de golpismo – ficción, sino a que incluso los que siempre tuvimos bastante claro lo que pasó esos días y la positiva actuación del Monarca en las cruciales horas posteriores al Golpe veamos cómo nuestras convicciones, en plan antiespañol, se tambalean. Y que esto ocurra en una hagiografía de tal calibre, es decir, que ocurra por saturación de escandalosa parcialidad a favor de la figura del Rey, tiene mucho mérito.раскрутка яндекссколько стоит консультация юриста


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