Hitler 1889 – 1936 – Ian Kershaw
La primera parte de la monumental biografía escrita por Ian Kershaw tuvo un enorme éxito de público y crítica, pese a que no cubría los años más “interesantes” (la Segunda Guerra Mundial). En principio, cuando algo es apreciado por el público hay motivos para sospechar; ¿seguro que no será la última novela de Espido Freire? Pero si además la crítica coincide con el público hay motivos para echarse a temblar: las posibilidades de encontrarnos ante un bodrio de enormes proporciones son muy elevadas.
Por una vez, no fue así; la biografía de Hitler, en su conjunto, constituye una gigantesca investigación, que no por ello deja de ser amena para el lector sin especiales conocimientos de la Historia. Claro que Kershaw dedicó 15 años de su vida para escribir el estudio; en España, las cosas son un poco distintas, Javier Tusell, por ejemplo, escribió una infumable Historia de España en el Siglo XX en cuatro o cinco meses; lamentablemente, los resultados fueron también los esperados.
Aunque en ocasiones pudiera resultar un tanto repetitivo (pero hay que tener en cuenta que el Führer era, de por sí, más bien monodiscursivo), el trabajo de Kershaw permite alumbrar al lector sobre múltiples aspectos interesantes. Con independencia de la repugnancia que suscita, es indudable que Hitler, como personaje histórico, es apasionante; no es extraño que muchos se hayan acercado, de una u otra manera, al individuo para auscultar cómo fue posible que fuera seguido acríticamente por el pueblo alemán (se ve que hay mucha gente que aún no conoce lo suficiente las características de dicho pueblo); la verdad es que, aun después de leer las dos partes de la biografía, en cierta medida sigue constituyendo una incógnita; para buena parte de sus contemporáneos, Hitler era un personaje “maravilloso”, que embriagaba al público. Desde la perspectiva que otorga la distancia esto puede ser incomprensible, pero así era, por lo visto.
En realidad, la base de la popularidad de Hitler estribaba en su capacidad oratoria, capaz de convencer a los auditorios más variopintos por reticentes que pudieran ser en un principio. Al igual que les ocurría a los periodistas del ABC con Felipe González, los alemanes entraban críticos a los discursos de Hitler y salían hitlerianos. Y una vez bautizados en la nueva fe, ya se sentían legitimados para hacer todo tipo de barbaridades.
Como en su día le dedicaremos a Hitler un apartado en nuestra sección de Grandes Estadistas (aún no activada; nótese que en Grandes Estadistas también irá gente como Pinochet, e incluso José María Aznar, así que no se apresuren en tacharnos de fascismo), tampoco hablaremos demasiado aquí de los rasgos del personaje, ni de su política. Baste aclarar que la biografía de Kershaw ahonda en los orígenes de Hitler (parece ser que, finalmente, no era judío), su lamentable paso por Viena en los años 10, dedicándose en la práctica al vagabundeo, y su posterior participación en la I Guerra Mundial, que le marcó profundamente. En realidad, toda su política (por decirlo de alguna manera) posterior se basaría en las consecuencias extraidas de la derrota ante los aliados en la Gran Guerra (la “puñalada por la espalda” que los Aliados y los socialcomunistas, al mismo tiempo, asestaron a la “Verdadera Alemania”), así como en sus bases ideológicas, fundamentadas en un aprendizaje autodidacta de diversas obras (La decadencia de Occidente, Los hijos de Sión, Psicología de las masas, etc.) que le convencieron, entre otras cosas, de la superioridad intrínseca de la raza aria, de la imbecilidad de las masas y la facilidad para manipularlas, y de la existencia de una conspiración judía internacional cuyo objetivo era destruir la esencia de lo germánico e instaurar en su lugar una República judía.
Todo el poder de Hitler se nucleó en torno a su capacidad para exaltar a las masas y convencerles de la verdad de sus planteamientos; paulatinamente, gracias a los continuos discursos que lo llevaron a lo largo y ancho de Alemania, el Partido Nazi pasó de ser un movimiento marginal a una opción real de poder, visto por los alemanes como una organización, por encima de todo, firme (cuando siempre dices lo mismo, o directamente no dices nada, esto tampoco tiene demasiado mérito); su supuesta doctrina ideológica, representada por Mein Kampf, libro dictado a Rudolf Hess durante su estancia en la prisión de Landsberg en 1924 (como consecuencia del fracasado golpe de Estado en 1923), no era sino un compendio de tópicos de la ultraderecha alemana, que posteriormente, por desgracia, serían leídos como fuente de inspiración de casi todos los cargos nazis, incluido el propio Hitler, a la hora de diseñar la Solución Final.
Kershaw pone de relieve cómo la crisis económica de 1929 permitió al nazismo constituirse en opción válida de gobierno, en cuanto opuesto a una República de Weimar que, en apariencia, sólo había traído problemas y, al mismo tiempo, a los grupos de izquierda a los que los empresarios temían más que a nadie. Así que en 1933 el Partido Nazi consiguió la mayoría del Parlamento alemán y a punto estuvo el propio Hitler de ganar las elecciones a la Presidencia del Reich, alzándose finalmente con el triunfo el mariscal Von Hindenburg, héroe de la I Guerra Mundial (es curioso cómo los franceses no son el único pueblo, aunque sí el más entusiasta, a la hora de edificar mitos nacionales a partir de vergonzosas derrotas); pero apenas un año después Hindenburg, enfermo, decidió poner el destino del país en manos de Hitler, quien bien pronto se haría con todo el poder en Alemania, a base de eliminar, metafórica o literalmente, a todo aquel que pudiera constituirse en fuerza de oposición (por ejemplo, la limpieza afectuada en las SA, las tropas paramilitares del Partido Nazi, en la “Noche de los cuchillos largos”); de esta manera, una vez conquistada Alemania para sus intereses, Hitler, el Führer (guía) de Alemania, se encontró en disposición de dirigir sus miras hacia los demás países.
La biografía de Kershaw, en mi opinión, es la más completa de todas las que he podido leer sobre Hitler (bien, sólo he leído esta biografía, pero en cualquier caso me ha parecido de enorme calidad); la apertura, hace muy poco tiempo, de los archivos soviéticos, donde se encontraban, entre otras cosas, los diarios de Joseph Goebbels, firmemente asociado a Hitler desde los años 20, permitió arrojar más luz sobre un personaje sobre el cual, sin embargo, siguen pululando muchas dudas y una única cosa segura: su mediocridad en casi todos los órdenes de la vida (salvo la oratoria), lo que hace aún más sorprendente su fulminante ascenso al poder. Pero, como Ustedes saben, Alemania es, siempre ha sido, otra historia.
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