Historia de la incompetencia militar – Geoffrey Regan
Tradicionalmente, la sociedad ha compendiado cierto desamor por el estamento militar (particularmente acentuado, vaya Usted a saber por qué, en el caso de España) con una admiración por el rigor, disciplina y coherencia sistémica que se les suponen en su obrar a los militares (bueno, en España quizás lo de la admiración se haya visto un poco devaluado), sólo superados por el que recientemente han atesorado los científicos y en el pasado todo tipo de organizaciones que se nutrían de lo irracional y que rivalizaban en quemarse las unas a las otras: confesiones religiosas, organizaciones mistéricas, brujas, curanderos y un largo etc. vivían de puta madre a costa del miedo a lo desconocido / sobrenatural, que en nuestras sociedades modernas se está viendo paulatinamente sustituido por el miedo a los arcanos tecnológicos de la especialización.
Lo cual plantea el dilema eterno democracia / tecnocracia, es decir, en qué medida deberíamos dejar en manos de representantes democráticamente legitimados la gestión de según que asuntos que, por su grado de especialización, quizás puedan estar mejor gestionados por quienes realmente no son legos en la materia, y viceversa: hasta qué punto, en sociedades democráticas, debemos permitir que la hiperespecialización se haga cargo de asuntos que tienen después profundas implicaciones en la vida de los ciudadanos.
El ejemplo clásico en la materia es el de la política económica, aunque encontramos muchos más, y uno de ellos es el que aquí nos ocupa, el de los militares sometidos al poder civil vs. los militares “de antes”, que ellos sí que sabían y hacían bien las cosas (y como alguien profiriera alguna crítica sobre, por ejemplo, conquistar el Alcázar de Toledo en lugar de Madrid, atenersus a las consecuencias).
Este libro propone, en resumen, un recorrido bastante completo (aunque centrado, sobre todo, en las épocas moderna y contemporánea) por los distintos puntos de vista desde los que puede estudiarse la incompetencia militar, algunos propios de los militares y otros (los derivados de unos objetivos políticos delirante –el ejemplo clásico es el de la Alemania nazi) achacables al poder político que está detrás. El libro nos propone un análisis dividido en dos partes. La primera está dedicada al estudio de la incompetencia en todos los planos (fundamentalmente tres: la incompetencia “sobre el terreno” derivada de los mandos, la derivada de la planificación y estrategia previas, y la adjudicable a la incuria de la clase política). La segunda se centra en la revisión pormenorizada de una serie de batallas (desde la invasión británica de Cádiz en 1623 hasta la intervención anglofrancesa en el Canal de Suez en 1956) donde la incompetencia brillaría con luz propia, y por razones distintas en cada ocasión.
El principal problema que podemos encontrar, visible sobre todo en la segunda parte (la revisión de batallas concretas), deriva de la formación del autor. Resulta que Geoffrey Regan es un historiador británico, especializado en el análisis del comportamiento militar de las fuerzas armadas británicas. Y con todos estos antecedentes el hombre dedica buena parte de sus esfuerzos a glosar justamente el nefando comportamiento de los británicos en distintas épocas de su historia, en particular en la I Guerra Mundial (donde la incompetencia militar alcanzaría, como es sabido, alturas estratosféricas).
¿Pueden Ustedes creerlo? ¡Esto deja a nuestras gloriosas FF.AA. en un injusto segundo plano! No en vano, estamos hablando de que España no logra, en la revisión histórica, más que una dudosa segunda plaza (con, digamos, “una batalla y media”), que si bien demuestra el fulgor de nuestra historia bélica respecto de otras por momentos comparables (el ejército francés o el italiano, por ejemplo, aquí todavía más minusvalorados que el español), se permite obviar cientos de situaciones que también serían indudablemente acreedoras de los mismos méritos que las seleccionadas, o más (y así a vuelapluma me permitiría sugerir el espectáculo de la Armada Invencible o Trafalgar, por citar dos ocasiones en las que, además, el autor podría haberse solazado hablando también de los británicos).
Sin embargo, sólo el espectacular desastre de Annual en 1921 es merecedor, para Geoffrey Regan, de un análisis pormenorizado e individual. Recordemos que el desastre de Annual consistió en la extensión ridículamente amplia de una línea de fortificaciones planificadas con criterios aberrantes por parte del general Silvestre, que propiciaron una espectacular derrota / masacre de un supuesto ejército avanzado de 20.000 hombres por parte de 5.000 “harapientos moros”. Fue el momento en que el ejército español alcanzó, muy probablemente, su mayor grado de patetismo profesional a lo largo de su prolongada historia, por los motivos ahora conocidos: el rey Alfonso XIII decidió pasar olímpicamente del general Berenguer (jefe de las operaciones en Marruecos) y animó a Silvestre a proseguir sus delirantes avances, como diciendo (bueno, qué leches: diciendo tal cual) que le estaba echando un par de huevos y que él sí que sabía. Los resultados, los típicos también de una democracia avanzada: un golpe de Estado en 1923 perpetrado única y exclusivamente para evitar que saliera totalmente a la luz pública este clamoroso ejemplo de incompetencia militar y, sobre todo, la implicación de la Corona en el mismo.
La “media batalla” analizada por Geoffrey Regan es la de Lomas de San Juan, la gloriosa defensa de Santiago de Cuba en la guerra de 1898. En realidad, Regan se centra en el análisis de la incompetencia del mando y la planificación estadounidenses, y sólo al final hace una referencia al ejército español para decir eufemísticamente algo así como “menos mal que la incompetencia estadounidense ni en sus mejores sueños podía competir con la hondura, precisión y sistematicidad de la española, porque si no lo mismo habrían perdido la batalla”.
Además, nos encontramos la ya referida obsesión por el Ejército y la Armada británicos, que aunque ciertamente desmerece una visión de conjunto más o menos ecuánime en la materia (aunque no tanto como el problema nuclear del libro, esto es, que España no ostente un predominio absoluto), tiene dos consecuencias positivas: la primera, desterrar de una vez por todas en el lector una cierta mística positiva respecto del modus operandi británico, que históricamente ha gozado de muy buena prensa, pero no siempre (ni siquiera habitualmente, al menos cuando los enemigos no eran aldeanos prehistóricos) justificada. La segunda, enterarnos de los pormenores de un montón de batallas y conflictos ridículos asociados a la inverosímil historia del Imperio Británico. Con ayuda de este libro, Usted podrá reírse de los británicos y su absurda carga de la brigada ligera en Crimea, cachondearse del alto mando haciendo el ridículo con su programa de construcción de bombarderos en los años previos y en el transcurso de la II Guerra Mundial, carcajearse, una vez más, de Churchill y sus patochadas / sueños de grandeza que le llevaron a casi entregar el norte de África al Führer a cambio de hacer un poco el ganso en Grecia, y todo el rato así. Y el espectáculo de multiculturalidad que es, siempre, reírse del diferente (y aunque los británicos muy diferentes no es que lo sean, al menos llevan muy a gala serlo) es un espectáculo por el que merece sobradamente la pena pagar una entrada o, en este caso, pagar los más o menos 10 euros que vale el libro en versión bolsillo (“de bolsillo”, la editorial del mileurista de pro, es decir, Usted; y si es más que mileurista, ya está tardando en darnos lo que le sobra) y disfrutar, además de sus fascinantes contenidos, de un libro bien escrito, escrito, además, con mucha mala leche y plagado de anécdotas entretenidas.
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