EPISODIOS NACIONALES
El autor: “Ven y toca”
Benito Pérez Galdós nació en Gran Canaria. Hijo de militar, era un chico reservado y tímido que pasaba las horas dibujando y leyendo hasta que un día “la llegada de una prima a Las Palmas le trastornó emocionalmente”. Es decir, que de pronto se debieron dar cuenta sus padres de que no le conocían muy bien porque cogió a la prima y le empujó salvajemente la caca hasta la vesícula con su apéndice fálico, de modo que lo tuvieron que enviar a Madrid para sortear tamaño escándalo y seguir siendo gente “decente”.
Como todos los paletos que llegan a Madrid, se tiñó el pelo y se puso unos piercing -y demás parafernalia que en su pueblo equivalía a una buena ración de pedradas por parte de los paletos con aún más raigambre- adoptando la tendencia del momento en la capital, que por ley natural siempre ha sido, es y será la que lleva unos cuantos años pasada de moda en Londres; en este caso, se trataba del krausismo. En la que le introdujo su koleg@ Giner de los Ríos.
Del mismo modo que en la Barcelona de los ochenta, ciudad portuaria con importantes barrios obreros desarraigados azotados por la droga, fue arrojado Diego Armando Maradona como una bomba de neutrones, Galdós cae en el Madrid de su “Fortunata y Jacinta” y se convierte en un putero de padre y muy señor mío. En esos primeros años ya se descubre como una persona inteligente con una visión muy aguda de lo que le rodea, pues en poco tiempo pasa de pagar dinero por servicios sexuales a premiar con máquinas de coser a sus queridas para que puedan ganarse la vida y no darle la chapa. Con esta mentalidad tan aviesa se pregunta: ¿a qué me podría dedicar yo profesionalmente? Y sin dudarlo ni un instante se hace periodista.
Como al hombre se le da bien juntar letras, pasa al siguiente escalón profesional y se convierte en escritor de éxito. Logra amasar una gran fortuna que tira por el WC, pues nunca fue mirado con el dinero y lo iba regalando por los bares. Sin embargo, como literato, abraza el naturalismo con maestría absoluta describiendo los problemas y la realidad de su época como pocos contemporáneos lograron hacerlo. Talento que, sumado a lo prolífico de su persona, lo aúpan hasta unos niveles literarios que, de haber sido tan sólo un poquito más ingenioso y perspicaz, se le podría llegar a comparar hasta con un César Vidal.
Uno de los amores más importantes de su vida fue Emilia Pardo Bazán. Mujer de enormes dotes literarias, muy adelantada a su tiempo y con una visión revolucionaria del devenir humano y las costumbres de la época, o sea que, en definitiva, era ninfómana. Doña Emilia le hizo mucha gracia a Don Benito, pero tenía un serio problema: era más fea que la gangrena. Por lo que ella se enamora perdidamente de él, pero como suele pasar, él no de ella. A Galdós la que le ponía es una tal Teodosia Gandarias con la que se escribe más de doscientas cartas y que, conociéndole, tenía que estar como un queso.
Cuando ya está perfectamente consolidado, a Don Benito no paran de darle disgustos. Primero tiene que ver cómo le dan el Nobel a Echegaray, una especie de Antonio Gala que… bueno, también el Atlético de Madrid tiene una Copa Intercontinental; luego Leopoldo Alas “Clarín” le pone a vivir día sí día también con sus reseñas en El Imparcial, que sería del Grupo Prisa y Galdós no publicaba en Alfaguara; y finalmente la pujante generación del 98 ni le reivindica ni le toma como referente ni nada, más bien, todo lo contrario, se dedican a hacer escarnio de su figura para quitarle de en medio. Aunque, claro, hay que entender que a un tipo como Unamuno, que escribe una obra como San Manuel Bueno Mártir con un lenguaje ágil e incisivo mas un ritmo tan trepidante que te la lees en un trayecto de metro, los cuarenta y seis tomos de los Episodios Nacionales le debían parecer lo mismo que un óctuple directo de Pink Floyd y Yes con la filarmónica de Praga a Joe Strummer, el difunto cantante de los Clash. Para más inri, Valle Inclán, en sus Luces de Bohemia, pone en boca de su protagonista, Max Estrella, una hiriente burla a Galdós, al que denomina “Benito el Garbancero”. Y claro, en un país como éste se queda con el mote.
Suponemos que ante tal adversidad, el odio, la inquina y el resentimiento hicieron mella en su persona y sin plena posesión de sus facultades mentales abraza el socialismo. Cómo se iba a entender si no que un hombre que si de algo hizo gala en su vida y obra es de un profundo conocimiento de la realidad española, comulgue con el socialismo y la república siendo la España del XIX un país paradigma del progreso en todos los campos donde florecían ideologías vanguardistas, como el carlismo, que Occidente ha tardado más de cien años en desarrollar bajo la denominación de “Antiglobalización”.
Metido a rojo, Don Benito comienza a preparar junto a Pablo Iglesias la Guerra Civil para destruir España en acciones coordinadas de la Kale Borroka quemando iglesias y células comunistas dirigidas por asturianos locos desencandenando genocidios por doquier. Pero esta conspiración no pasa en balde ante los ojos de Dios Nuestro Señor, que en cuanto se entera, le castiga dejándole ciego.
En los últimos años de su vida, el pueblo de Madrid le rinde homenaje erigiendo una estatua por suscripción pública en el Parque del Retiro. Las crónicas de la época señalan que Galdós, anciano y completamente invidente, se aupó tembloroso hasta el plinto para poder palpar con las manos su rostro egregio y romper a llorar, momento de gran emoción para los presentes, pero seguro que extremamente aciago para el escritor. Porque que a un hombre tan narcisista y mujeriego le inmortalicen todo viejecito sentado con una mantita en las piernas no le tuvo que hacer ninguna gracia.
Cuando muere en 1920, tiene un entierro a la española. Todo el pueblo de Madrid, en especial los más humildes, salen a la calle en señal de duelo. Se va el escritor más importante de nuestra Historia junto a Cervantes y, por eso, por su importancia, se le entierra en una tumba miserable y escondida. De hecho, aún hoy, si alguien quiere visitarla en el Cementerio de la Almudena, que lleve víveres y un par de arqueólogos de las pirámides egipcias porque no hay dios que la encuentre. Sin embargo, en la era contemporánea se le rinde el más grande de los homenajes, se plasma su cara en los billetes de mil pelas. Los papeles verdes, esa unidad de cambio equivalente a tres gramos de hachís, con lo que pasa a ser conocido por toda ciudadanía como “el tío bigotes del talego”, en lo que ha sido una de las campañas de divulgación literaria más eficientes de nuestros gobernantes.
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