El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial – Samuel P. Huntington
El ensayo de Huntington, un sesudo profesor de Harvard del que nadie había oído hablar, se ha hecho paulatinamente famoso a raíz de los sucesos del 11 de Septiembre. Miles y miles de intelectuales orgánicos europeos se han hinchado a poner a parir a Huntington al correr la voz de que el tipo este acusaba a los musulmanes de todos los males habidos y por haber. Uno podría pensar que el ensayo de Huntington, en consecuencia, se habrá vendido como rosquillas, si sumamos las compras de los intelectuales orgánicos y las masas de poseídos por el fervor cristianos deseosos de encontrar en las páginas de este libro una Verdad absoluta con la que tener dos culpables por el precio de uno (“los vascos” o “los españolazos” y “los moros”).
Pues no. Como ocurre tantas y tantas veces, el ensayo de Huntington es criticado muchas veces a la ligera, citando de oídas y en muchas ocasiones inventando. Pero tranquilos, aquí está La Página Definitiva para resumirles el libro y que así Ustedes tampoco lo tengan que leer para hablar con conocimiento de causa.
En primer lugar, es indudable que Huntington procede del pensamiento liberal conservador que asola Estados Unidos desde que Estados Unidos son tales. Aunque su biografía no hace pensar, en un principio, que venga directamente de la caverna (su única incursión en política, 1977, es en la Administración Carter, un rojo liberal como pocos han pisado nunca el Despacho Oral), la idea de que estamos hablando de un choque de civilizaciones en la que la civilización occidental (y más concretamente, la civilización encabezada en exclusiva por EE.UU. y “los aliados”) son “los buenos” recorre el libro de forma insistente. Lo que trata de describir Huntington es cómo pueden responder los buenos, es decir, Occidente (es decir, Ustedes ya saben, América y “los aliados”) al comienzo de un supuesto proceso de decadencia en el que tendrán que enfrentarse a otras civilizaciones emergentes, más concretamente China y el mundo árabe, que en cualquier western se dedicarían a asolar pequeños pueblos, aliarse con los indios y cargarse al sheriff, esto es, los malos. Todo esto, claro, para garantizar la pujanza del Mundo Libre, o cómo mantener el cotarro.
Pero, en segundo lugar, con la salvedad de algunas insuficiencias de procedencia ideológica o argumentativa (fundamentalmente una tendencia a la inevitabilidad un tanto determinista, uséase, speaking in silver, que el tío este cree que las cosas están sujetas a un Destino que no lo mueve de ahí ni Dios, y lo que empieza en A tiene que acabar en B por narices)., también es indudable que el de Huntington es un estudio serio, que puede estar sujeto a crítica (de hecho, lo está) pero no por ello deja de ser un acercamiento interesante a un posible motor (las civilizaciones) de la política internacional presente y futura.
– La idea central de Huntington es que con la caída del Muro de Berlín la ordenación del mundo ha dejado de estar fundamentada en criterios políticos (los buenos, esto es, el mundo capitalista, y los malos, las sociedades comunistas), y para paliar este vacío los países han configurado un sistema incipiente de alianzas basado más bien en criterios culturales fundamentados, en última instancia, en la raza y/o la religión. En este proceso, que está comenzando, Huntington describe un total de nueve civilizaciones (Occidental, Latinoamericana, Africana, Islámica, Sínica, Hindú, Ortodoxa, Budista y Japonesa) en la que el ordenamiento es o tenderá a ser “los buenos” (Occidente) contra todos los demás, con algunas salvedades representadas por los mundos ortodoxo y Latinoamericano que posiblemente se alineen con Occidente (pues aunque no son buenos son más o menos avanzados y pertenecen al mundo cristiano. Esta división del mundo, de entrada, se nos antoja bastante simplista, y se le pueden encontrar muchas pegas en un doble sentido:
o En primer lugar, al describir el mundo anterior, se considera que el capitalismo es “el mundo libre”, en el que entran países tan libres como el Irán del Sha, la Sudáfrica del apartheid o democracias de carácter orgánico peculiares de España en aquella época. Con todo lo que sobra, esto es, los países tercermundistas que no estaban alineados claramente con el “mundo libre” o los siniestros rojos, el autor cuela la chorrada de los “países no alineados”, ignorando que si bien es cierto que en aquella época la política era el criterio básico para dividir el mundo, no por ello las razones de índole civilizatoria que el autor parece descubrir después como ordenación del mundo carecían de importancia por aquel entonces, por ejemplo en el mundo islámico o en los países latinoamericanos, generadores de una figura cultural tan característica como el dictador providencial (figura de la que, por cierto, era también partícipe España, siempre un cruce de civilizaciones).
o Da la sensación de que a Huntington no le salen bien las cuentas y para que todo cuadre se saca civilizaciones de la manga que luego él subsume en otras (por ejemplo el budismo, civilización de raíz religiosa que sería fagocitada por China, claramente con base en la nación – cultura). También comete el imperdonable error de olvidarse de la civilización hebrea (¿qué medidas habrá tomado el famoso lobby?), que, con un par de huevos, el tío mete dentro del mundo islámico.
– Esta división civilizatoria es desfavorable para Occidente porque, según Huntington, el mundo Occidental está en una fase de decadencia de la que aún no se ve claramente el fin, pero que en principio sólo puede ir a peor. Para sostener esta aseveración, el autor compara el dominio de Occidente en su apogeo (hacia 1920) con la actualidad, y los datos que de ahí se desprenden son claros: el porcentaje de población, territorio, y fuerza económica era mucho mayor entonces. La idea de la decadencia inexorable de las civilizaciones después de su apogeo deriva del estudio de la Historia, que sin embargo se basa más bien en el estudio de los Imperios, con el clásico amanecer – madurez – decadencia que caracteriza a todos ellos (salvo al español, inmerso en la decadencia casi desde el primer momento). Realmente Huntington reconoce la importancia del Imperio actual como eje de Occidente, y exige de Estados Unidos, dicho Imperio, que se reconozca como parte y núcleo de esta civilización para defenderla de sus enemigos, pues en el mundo de las civilizaciones, también dice Huntington, la pretensión universalista que caracteriza hasta el momento a Occidente es imposible, y todo se reduce a un “nosotros contra ellos”.
– Para defender este estado de cosas, por último, Huntington arroja múltiples ejemplos de cómo los conflictos y acuerdos en el mundo en los últimos diez años se han ordenado siempre en torno al eje civilizatorio (las guerras de Bosnia, Palestina y el Golfo, por ejemplo, los problemas fronterizos localizados en las líneas de fractura de las civilizaciones – el de Cachemira como zona de conflicto entre Pakistán e India sería un buen ejemplo reciente, …)
– ¿Y qué problemas genera este tipo de mundo? Como, insistimos, Huntington escribe siempre desde una perspectiva occidental, para él los peligros son las civilizaciones que en un futuro pueden sustituir a Occidente en la dirección del mundo, China y el Islam. China como potencia “seria”, para entendernos, con un potencial militar y económico que en pocos años puede resistir, según él, una comparación con Occidente, y el Islam como civilización efervescente cuyo “amanecer” se basaría en la explosión demográfica que le caracteriza.
– Y en lo que resta del libro, en efecto, Huntington se dedica a poner a parir al mundo islámico, en cuanto civilización retrasada, de corte medieval – religioso y enormemente agresiva e intolerante para con sus vecinos (de hecho, la mayor parte de las guerras tienen como protagonista, en algún lado del conflicto, a la civilización islámica). Uno de los factores que explica este permanente estado de tensión del Islam con sus vecinos sería la ausencia de un Estado central de esta civilización que tome el mando, como sí ocurre con Occidente, con la civilización ortodoxa, o con Japón (estos últimos dos casos, sin embargo, por no decir los tres, no dejan de ser una obviedad). No queda claro, sin embargo, qué Estado puede tomar el mando en un futuro (los candidatos son muchos y por razones variopintas: Indonesia, Turquía, Egipto, Arabia Saudí, …), si esto (que algún país tome claramente la batuta) será bueno o malo (para Occidente y para el estado de la civilización islámica) y, sobre todo, cuál es la naturaleza del gran peligro que atenazaría a Occidente, más allá de convertirse en mosca cojonera de cuando en cuando con conflictos localizados y, en un alucinante futuro de las relaciones internacionales descrito por Huntington, convertirse en secundario aliado de China en una supuesta guerra global con Occidente y “los aliados”.
En realidad, el libro de Huntington se ha puesto de moda ahora porque muchos creen ver en el 11 de Septiembre la demostración de que el Islam, o la parte más radical del mismo, sí que es capaz de hacer tambalearse a Occidente sin necesidad de declararle abiertamente la guerra, y claro, porque lo que es indudable es que mucha gente le tiene ganas al Islam después del infortunado día, y para eso el libro de Huntington debe ser, sin duda, satisfactorio, porque pone a caldo a la civilización islámica pero lo hace argumentando.
Haciendo balance, yo diría que el libro de Huntington chirría en gran medida en la tesis central. No está nada claro que el poder de Occidente esté en decadencia; quizás lo que está en decadencia es su pretensión de imponer su cultura, lo que no quiere decir que muchos aspectos de la misma no se acabe imponiendo de forma más o menos natural; y si estuviera en decadencia, tampoco sabemos en virtud de qué esta es inexorable. En cualquier caso, la distancia entre la influencia política y económica de Occidente y los demás sigue siendo enorme (si bien es indudable, ateniéndonos a los datos, que en las últimas décadas la distancia se ha reducido algo, fundamentalmente gracias a Japón y los jodidos Tigres asiáticos que fabrican cosas en condiciones inhumanas para un occidental de pro y te eliminan de los Mundiales que organizan ellos de mala manera). La tesis de las civilizaciones, sin embargo, sí parece parcialmente operativa, con muchas más salvedades, empero, que las que designa el propio Huntington, la mayor de las cuales la importancia que tiene la imposición de un modelo de intercambio y producción económicas manifiestamente favorable a Occidente y que genera muchas más desconfianzas que el mero factor civilizatorio a la hora de sentirse afín a unos u otros.
Y tras estas líneas posmarxistas que acabo de publicar en La Página Definitiva, con un par, sólo queda hablar de lo que a todos interesa de este ensayo, esto es, el mundo islámico. Creo que Huntington acierta en gran medida en su diagnóstico del Islam y en las enormes dificultades para integrarlo en el mundo occidental, pero yerra en las consecuencias que extrapola de este diagnóstico. Sin caer en un absurdo multiculturalismo que pone al mismo nivel formas culturales que obviamente están a años luz unas de otras, ni en su correlato obligatorio, el relativismo del todo vale, que la integración sea difícil no quiere decir que sea imposible, ni que sólo nos quede situarnos a un lado de la trinchera por siempre jamás. En realidad, más que asumir que las fronteras entre civilizaciones, particularmente con la civilización islámica, son eternas, convendría asumir la necesidad de ayudar a este mundo islámico a superar sus enormes deficiencias, que comienzan en sus corruptos gobernantes, muchos de ellos sostenidos por Occidente y su supuesto “Estado central” y, en efecto, volver a un universalismo que no se quede en lo más superficial de la cultura occidental, como hasta ahora, crea que los valores de Occidente, algunos de ellos (el sistema democrático, las libertades fundamentales), son universales, e intente extenderlos como vía de evitar la explosión del Islam, en lugar de dedicarse a las películas de Hollywood y el capitalismo, como hasta ahora.
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