El cerebro de Broca – Carl Sagan
Tras este absurdo título (que se limita a reproducir el título del primero de los trabajos que componen el libro) se encuentra una recopilación de artículos, fundamentalmente divulgativos, del científico estadounidense Carl Sagan. Famoso por la publicación del libro “Cosmos” (posteriormente adaptado en una memorable serie televisiva de los 80 con todo el sabor de los 80: pinta demodé ya en los 80, efectos especiales ridículos, carácter enfático por doquier, … ¡Y eso que se trata de una serie de divulgación científica), por la novela de ciencia ficción Contact, posteriormente adaptada al cine (bueno, eso ya lo contamos en la crítica del libro Luz de otros días; ¡En LPD nos repetimos casi más que un columnista!), por sus trabajos para la NASA y sus investigaciones sobre el origen de la vida, entre otras muchas peripecias (a mí siempre me divirtió, en particular, su obsesión por la inminente guerra nuclear, sobre todo en la década de los 80; casi estaba tentado de decirle: “¡Pero dónde vas, alma de cántaro, que son mucho más peligrosos para la paz mundial unos moros harapientos con navajas de Albacete que una miaja de ojivas nucleares soviéticas!”), en este libro Sagan hace, una vez más, una exhibición de sus virtudes.
¿Y cuáles son dichas virtudes? Pues muchas: claridad expositiva, capacidad para interesarse (e interesar) sobre las cuestiones más variadas, habilidad para sintetizar y ejemplificar, y, por encima de todo, una inestimable prestancia para comunicarse con un entusiasmo digno de mejor causa. Sagan es el autor de frases que han pasado a la historia, que recorren tanto sus libros como la citada serie “Cosmos”: hablamos de monumentos al énfasis tales como: “El cosmos se compone de cientos de miles de millones de galaxias configuradas a partir de cientos de miles de millones de estrellas”; “no somos sino una ínfima mota de polvo perdida en la inmensidad infinita del Cosmos”; “Estamos hecho de la materia de las estrellas, y a ellas volvemos”, y cosas así. Y no me interpreten mal, el hombre no suelta algo así dándose importancia, no. Lo hace con una sonrisilla seráfica, una mirada entre nostálgica y fascinada, una energía y unos ademanes que uno no veía desde que mi agente inmobiliario me contaba las características de mi actual piso. Para que Ustedes se hagan una idea, no es que hablemos de cualquier tío, sino de “El” tío. En concreto, de este tío (jersey de cuello alto incluido):
Bien, pues en el libro que nos ocupa Carl Sagan se dispone a comunicarnos, con su mirada / verbo alucinado a la par que entusiástico (talmente como si fuera un superprogre modelo “arrastrado” ingiriendo peyote en el desierto – que por cierto, nunca he entendido muy bien la obsesión de los superprogres modelo arrastrado por tomarse un hongo putrefacto y encima, por si esto fuera poco, hacerlo congelándose o asándose en un puto desierto, pero esa es otra cuestión), su opinión y análisis en relación con cuestiones muy variadas, agrupadas en torno a cinco grandes apartados:
– “Ciencia e interés humano”, que no es, como Ustedes podrían pensar, contar cotilleos sobre científicos que se liaron con sus ayudantes de laboratorio y cosas por el estilo (bueno, en parte sí es eso, pero sólo en parte), sino una especie de amalgama / cajón de sastre “no sé dónde colar esto, así que mételo en lo del interés humano, que viste mucho”. Es, con mucho, la parte menos interesante del libro. Y créanme, si encima se da la circunstancia de que se la leen en un momento particularmente duro de sus vidas la experiencia puede ser difícil de sobrellevar (imagínese que está pasando por un mal momento y de repente les viene un individuo con jersey de cuello alto a soltarles que Usted es “ una ínfima mota de polvo perdida en la inmensidad infinita del Cosmos”. Pues eso).
– “Los fabricantes de paradojas”: sin embargo aquí hablamos de la parte más interesante, o al menos la más divertida, de todo el libro: la ejemplificación de algunos significados representantes de tantos y tantos paracientíficos, charlatanes, vendedores de crecepelos, periodistas y programadores televisivos que han trufado la historia de la Humanidad a lo largo de los siglos. El equivalente científico a los defensores de los derechos históricos y cosas así, de eso estamos hablando.
– “Nuestro espacio próximo”: es decir, el Sistema Solar. O, viniendo de quien viene (recuerden, mirada perdida y cuello alto), una obsesión por explorar y colonizar los planetas más próximos digna de cualquier europeo segundón del siglo XVI. La cosa está un tanto pasada de moda (el Sistema Solar es cualquier cosa menos un paraíso tropical, y ni siquiera hay nativos, que se sepa, a los que expoliar), pero sigue teniendo encanto.
– “El futuro”. Aquí, más o menos, Carl Sagan viene a hacer lo que criticaba en el apartado II, pero como diciendo “eh, cuidadito, que yo soy lo más”, es decir, que no hace paraciencia, sino ciencia ficción. Destaca la obsesión por la búsqueda de inteligencia extraterrestre. ¡Como si alguna vez el intercambio de pareceres con otras civilizaciones hubiera servido para algo!
– “Cuestiones postreras”. Esto es un eufemismo para referirse, claro está, a la religión. Digamos que se trata, en realidad, de un subepígrafe del apartado II, aunque aquí ya no hay paraciencia, sino franca oposición, claro, siempre dejando un margen típicamente metrosexual (y, sobre todo, típicamente USA) para los adoradores de ídolos.
Por tanto, se trata de un libro – compendio en sí (como cuando un periodista español coge seis años de artículos sobre la eutanasia, la ruptura de España, el Real Madrid, la ETA, el síndrome de la Moncloa, Ibarretxe y las novelas, exposiciones y realizaciones de distintas amistades de dicho periodista, las agrupa con forma de libro y les pone un título original, en plan “España, cómo te quiero, hostias. Yo ej que lo veo asín”, pero en este caso con mayor grado de cohesión interna), cuyo principal defecto está (al igual que ocurre con la serie “Cosmos”) en que algunas de las reflexiones y análisis efectuados en el libro se han quedado claramente anticuados. Sin embargo, las referidas virtudes de su autor consiguen que el asunto se sostenga bastante bien.
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