Cuatro días de Marzo – Consuelo Álvarez de Toledo
Un libro infame y oportunista ¡Pásalo!
Para que luego digan que nuestro país sólo es simpático. Es interesante pasarse, durante estas semanas, por una librería y ver la estantería especial dedicada al 11-M. La cantidad de libritos publicados en pocas semanas y, todos ellos, en la sección de novedades y complementos de estas librerías, hace palidecer a Harry Potter. Sólo falta que las librerías pongan imágenes de los atentados y canciones de Chimo Bayo por el hilo musical para promover el consumo de estos libelos escritos y publicados con la urgencia del dinero fácil.
Abrió el fuego Rosa María Artal, una periodista cuyo libro se vanagloria de su inmediatez. Así, en la fecha de edición que aparece junto al copyright, esa fecha que se suele indicar con el año (y a lo sumo, con el mes), se lee: “11 de abril de 2004”. La verdad, le habría quedado más bonito completar el epitafio de la publicación de una manera parecida a ésta: “7.36 minutos de la mañana del 11 de abril de 2004, es decir, justito justito un mes después del atentado.” Morbo sin límites. Lo más importante era ser el primero y que la publicación se produjera en el primer aniversario posible. Desde entonces, y parece que el proceso no para, siguen animándose los periodistas, de una y otra parte, a contar sus vivencias, opiniones y valoraciones de aquellos días. Y uno de los libros más divertidos de todos es, sin duda, el de Consuelo Álvarez de Toledo, titulado “4 días de marzo. De las mochilas de la muerte al vuelco electoral.”
Para empezar, la portada no tiene desperdicio. Aparece una secuencia de tres fotografías. La de la izquierda muestra un vagón de cercanías reventado; en la del centro aparecen Acebes, Zapatero y Ánsar en la manifestación del 12-M; y en la de la derecha, Zapatero, sonriente y con el dedo pulgar levantado, tras saberse los resultados electorales. Una sucesión que se corresponde con el subtítulo del libro: de las “mochilas” (causa) al “vuelco electoral” (efecto). Por otra parte, el título viene a indicar de qué va la cosa. Parece ser que aquellos periodistas más ansaristas (es decir, aquellos que piensan que es Bin Laden quien gobierna en la Moncloa y quien decide el envío de tropas a Afganistán, su país natal, en una clara estrategia de despiste ante la comunidad internacional), parece ser, decimos, que son los afines al PP quienes prefieren hablar de “4” días de marzo, y no de “3”, ya que el cuarto día, Lucifer no descansó, sino que influyó también en la jornada electoral.
Pero bueno, matices a la mar, recordemos un poco quién es esta Consuelo Álvarez de Toledo. Pues tan pomposo nombre esconde a quien fuera nombrada Defensora del Espectador de Antena 3 en 1996. Que su designación se produjera ese año no significa que se tratara de defender a los espectadores frente a Ánsar, no. Era para defenderlos de las hordas rojas que, con Rubalcaba al frente, empezaron a maquinar un estado paralelo, con unos servicios de inteligencia alternativos, que se dedicaban a informar mal a los Gobiernos de Ánsar. Desde Abel Matutes a Ana Palacio, desde Esperanza Aguirre a Eduardo Zaplana, todos los ministros populares han sido alguna vez intoxicados por los hombres de Rubalcaba. Así que, frente al separatismo, aceite de ricino. Porque Consuelo Álvarez de Toledo es la Ana Botella del periodismo español. Su curriculum hace que nos quitemos el sombrero: Cadena COPE, Antena 3 de Radio, Onda Cero, RNE, El Mundo, ABC. Y su huella indeleble como Defensora del Espectador de Antena 3: servicios informativos plurales, formatos de entretenimiento educativo, y South Park a las 3 de la mañana.
Lo que cuenta el libro, con todo esto dicho, no sorprenderá a nadie. ¿O sí? Pues puede, porque la capacidad de sorpresa nunca debe ser despreciada. Para empezar, el libro está dedicado “a todas las víctimas inocentes”, y detalla, con nombres y apellidos, en siete páginas de extensión, los nombres de las víctimas. Ésta será una constante en el libro: el PP se preocupa por las víctimas; el PSOE, no. De todos modos, resulta cuanto menos curioso que quien se erige en defensora de las víctimas (citando incluso sus nombres) sea quien saque a toda pastilla un libro caracterizado por la falta de distanciamiento o de análisis, con un único afán recaudatorio. ¿Quién está al lado de las víctimas? ¿Consuelo Álvarez de Toledo? Por ningún lado se lee que se destine ni un duro de los beneficios del libro a las víctimas a las que dice sentirse tan cercana la autora. Aunque, para qué, si de lo que se trata es de vender, alinearse más con el PP y luego ya podrán venir los donativos, las desgravaciones fiscales y las promesas de más cargos públicos en un futuro en que las cosas vuelvan a su orden.
Una vez realizada la dedicatoria, empieza lo bueno: el libro. Una de esas novelitas de ficción política con los indios y los vaqueros claramente definidos. Cuando recrea la autora diálogos en el seno del PP todo son buenas palabras, preocupación por la democracia, por las víctimas, e incapacidad para responder a los ataques del perverso PSOE. Porque, cuando se citan las conversaciones de los socialistas, descubrimos a auténticos maquinadores. Ánsar aquí es una mezcla entre Rocco Siffredi y Cary Grant: hombre serio, con capacidad de decisión; un hombre que llama preocupado a los directores de los periódicos para mantenerles al tanto de las investigaciones oficiales. El maniqueísmo se manifiesta en frases como ésta: “A partir de ahora el ‘¿quién ha sido?’ será algo más que una pregunta inocente. El PSOE se aferra a la ‘pista árabe’. El Gobierno, indignado con quienes dudan, insiste tenazmente en que es ETA” (pág. 104). Es decir, el PSOE apuesta por una carta (la apuesta le sale bien, es lo que viene a decir Álvarez de Toledo en el libro), mientras que el PP no entiende cómo alguien duda de la verdad, puesto que ellos, pobrecillos ignorantes, creían que era en verdad ETA. Incluso cuando se produjeron las detenciones del día 13, seguro que pensaron: ¿por qué la policía sigue empecinada con Al Qaeda cuando todo el mundo sabe que es ETA?
Álvarez de Toledo también le recrimina a Ánsar que no saque su lado Rocco, que no ponga sobre la mesa esos huevos y esa polla de la que tanto ha presumido delante de periodistas y del mismo Bush: “Quedan sólo tres días para las elecciones. El Gobierno no contempla, ni por un segundo, la idea de paralizar el proceso electoral. Eso supone entregar el triunfo a los terroristas; quienes sean, da lo mismo” (pág. 113). Porque, claro, el matrimonio Ánsar está demasiado compungido y no tiene, esta vez, ni tiempo de sustituir el Parlamento por Antena 3 para pedir confianza ciega a los ciudadanos: “Para Aznar el golpe es terrible y se ve incapaz de luchar contra el tiempo. Quedan dos días para las elecciones y no tiene margen para hacer llegar a la opinión pública una explicación racional de lo ocurrido. Cuando habla con los ministros apenas exterioriza su estado de ánimo. Además, Ana no deja de llorar desde que ha vuelto de los hospitales. La mujer del presidente lleva una temporada especialmente sensible” (No explica, por cierto, por qué “lleva una temporada especialmente sensible”). Todo ello lleva al terrible desenlace que todos conocemos: la victoria del PSOE en las elecciones. ¡Ay, si Ánsar hubiera tenido una semanita más de tiempo! Es lo mismo que dijo Felipe González en el 96: “Con una semana más de campaña o con un debate televisado, ganamos”. Al final, Ánsar se acerca a González. Les une esa fe ciega en la voluntad del pueblo español. Saben que una semanita es lo que hace falta para convencer a los imbéciles. Pero, ¿qué haces cuando te falta esa semana? Que pierdes las elecciones. Puta democracia.
Pero lo mejor es el final de la novela. Nos presenta una escena bucólica en que varios ministros del PP, cara al sol, lanzan un mensaje de esperanza al lector. Una lección moral que recuerda la fuerza del triunfo de la voluntad. Tiene tal fuerza visual que se podía adaptar al cine:
“Concluida la información del recuento, los ministros pasan a una salita cercana, y Arenas, de repente, cae en la cuenta:
-¡Pero si no hemos dado los resultados del Senado!
Marilar de Andrés, directora de Prensa del vicepresidente primero, sale como una exhalación para advertir a los periodistas. Regresa en seguida a la salita:
-Lo siento mucho, Javier, pero ya no queda nadie. Se han ido todos a la sede del PSOE.
Javier Arenas se lamenta. Eduardo Zaplana se derrumba:
-Qué desastre, qué barbaridad, menudo palo nos han dado.
Ángel Acebes le mira pensativo:
-¿Sabes qué, Eduardo? No te quejes; al fin y al cabo nuestra derrota de hoy puede ser reversible dentro de cuatro años. Aquí lo único malo que ha ocurrido son esos doscientos muertos para los que ya jamás habrá otra oportunidad” (páginas 226-227).
Y así acaba esta novelita: con los buenos llenos de esperanza, con los defensores de las víctimas preocupándose y desviviéndose sólo por las víctimas, sabedores, estos chicos buenos, de que pronto en España empezará a amanecer.
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