Capítulo VI: Viriato
Año 147 antes del advenimiento de nuestro Señor
Viriato es uno de los héroes nacionales portugueses, razón por la cual nosotros nos lo apropiamos y les hacemos saber que, en realidad, era español. Cuando Numancia se rinde, la rebelión frente a Roma continúa con otra estrategia: la guerra de guerrillas, uno de los mayores y más antiguos inventos que España ha creado para asombro del mundo. Los lusitanos, es decir, los españoles del este, martirizan durante unos cuantos años al Senado romano bajo la égida de un gran líder, un Caudillo llamado Viriato dotado de todas las virtudes humanas que cualquier ibero de pro debiera tener: salvajismo, crueldad y un nivel cultural similar al de Sainz de Ynestrillas.
Viriato nació en la sierra de la Estrella, fronteriza con Portugal, lo que acrecienta la tesis de su españolidad, y, al igual que los más elevados luchadores hispanos de toda la Historia, era pastor de cerdos. Con gran habilidad, supo ver las escasas diferencias entre el pastoreo de cerdos y el de recios combatientes iberos y acaudilló la lucha frente a Roma con gran éxito, hasta el punto de que los romanos acabaron pidiendo desesperadamente la paz. Viriato, magnánimo como sólo un ibero puede serlo, envió a sus tres lugartenientes, Audax, Ditalcón y Minuro, a negociar con el cónsul romano Cepión. La hilaridad que a todos ustedes, al igual que a nosotros, les ha producido tales nombres no puede ocultar el hecho de que estos tres canallas, que cada vez nos recuerdan más a los “tres barones” socialistas, vendieron a Viriato por un puñado de sextercios. Efectivamente, Audax, Ditalcón y Minuro apiolaron a Viriato en su tienda en menos de lo que se tarda en memorizar sus nombres, y luego volvieron a la tienda del cónsul Cepión a cobrar su recompensa. Pero el pillo de Cepión les salió con una de esas frases que pasaron a la historia para mayor gloria del inventor, ocultando, de paso, la sinvergonzonería del mismo: “Roma no paga a traidores”. ¿Y a quién paga Roma, pues? A nadie, amigos, porque Roma no había venido aquí a pagar nada, sino a cobrar, primero en forma de leña y luego en forma de oro hispánico.
Tras la muerte de Viriato los lusitanos escogieron a otro caudillo, este sí portugués de pura cepa, del mismo Oporto, que los llevó, derrota tras derrota, al desastre: los lusitanos negociaron una paz desfavorable con Roma, entregaron sus armas y, acto seguido, los romanos se los cargaron absolutamente a todos, singular manera, en clave nacionalista vasca, de acabar con la resistencia peninsular.
La pregunta que nos hacemos es: Ahora que ya les he soltado todo el rollo de Numancia y Viriato, ¿qué haremos para justificar los 130 años de épica resistencia a los romanos que aún nos quedan? No se preocupen, que tenemos algún as en la manga, por ejemplo: “Los albores del pueblo basko”
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