Breve historia de Italia – Harry Hearder

Alianza Editorial se ha puesto a publicar recientemente en su colección de bolsillo una serie de libros con el título genérico “Breve historia de…” y el país objeto de estudio (por ejemplo, “Breve historia de Euskal Herria”, si es que hacer una historia de Euskal Herria en menos de 5.000 páginas es posible). Que yo sepa, hasta la fecha se han publicado breves historias de Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Japón, Italia y Centroamérica, todas ellas muy o bastante recomendables (bueno, la del “país” Centroamérica, obviamente, no la he leído). Todas salvo una, la de Italia, razón por la cual, con el talante eminentemente destructivo que caracteriza a LPD, es la única que por el momento vamos a reseñar.

Cuando uno se acerca a la historia de un país como Italia espera, a grandes rasgos, lo siguiente:

a) Exhaustivas referencias a la grandeza, gloria y majestad de la República e Imperio romanos.
b) Revisión completa de la historia del Papado, deteniéndose especialmente en los episodios picantes (aunque en tal caso tal vez conviniera plantearse una “Breve Historia del Vaticano”).
c) Divertidas anécdotas sobre el sinnúmero de ciudades – Estado, repúblicas y reinos liliputienses en que acaba convertida Italia en la Baja Edad Media, con especial atención a las repúblicas marítimas (Pisa, Venecia y Génova) y sus luchas comerciales con la Corona de Aragón, así como al relato majestuoso de la conquista de Cerdeña y Sicilia por esta última.
d) Relación completa del glorioso período italiano que va del siglo XIV al XVII, esto es, la dominación española: además de Cerdeña y Sicilia, el Reino de Nápoles y el Milanesado formaron parte del Imperio Español a partir del siglo XVI. Y también conviene señalar que a partir de ese mismo siglo la República de Génova comía de la mano de los españoles (no en vano, haciendo gala de nuestro atávico dominio del mundo de los negocios, “el oro español nace en América honrado y es en Génova enterrado”). Y de los Estados Pontificios qué les voy a contar, más de lo mismo. Especial énfasis en el Renacimiento (no es preciso constatar lo que ya sabemos, que este último es obra española, no en vano sus inicios y su final coinciden milimétricamente con el período de dominación española).
e) Comentarios jocosos respecto de la lamentable historia italiana a raíz de su unificación en el XIX, probablemente el único Estado-Nación occidental incluso más fracasado que el español. En efecto, Italia es en muchos aspectos, salvo el ya mencionado de los negocios y el militar (impagable la anécdota de Margaret Thatcher, contestando a un periodista que le preguntó sobre la duración de la Guerra de las Malvinas: “si los argentinos son descendientes de españoles, la guerra será larga. Si lo son de italianos, en cuatro días habrá terminado todo”), una versión más acabada de España.

Sin embargo, el autor pasa sobre ascuas por encima del Imperio Romano, da el coñazo hasta lo indecible con la descripción de todas y cada una de las grandes figuras del Renacimiento, pero sin estudiar el fenómeno de forma integrada, maquilla miserablemente los sucesivos fracasos de Italia hasta la Segunda Guerra Mundial y el cachondeo posterior a la posguerra y, sobre todo, considera el período español una auténtica “Época Oscura” de Italia, de la cual el territorio habría salido totalmente debilitado. Esto último, por supuesto, es completamente cierto (piénsese que Sicilia, la parte de Italia que en mayor medida disfrutó de la impronta española, había pasado bajo la dominación de griegos y cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, normandos e incluso gabachos; de todas esas oleadas de conquistadores Sicilia salió convertida en una de las regiones más ricas de Europa. Pero fue llegar Pedro III “El Grande” y sus sucesores y convertirla en el erial que es ahora). No en vano, si en 2.000 años de gestión española España es lo que es ahora imagínense el efecto de aplicar esa gestión a los demás, por poco tiempo que dure la Administración. Y todavía más si a los españoles les da tiempo a generar más españoles en el proceso (como en América).

Pero aunque sea cierto, el problema del libro no es ese, sino que, sistemáticamente, el autor parece algo así como un hooligan comportándose como un tifosi. Y puede que eso sea lo adecuado al leer la historia del país propio (no hay más que ver el éxito de la avalancha de supuestos historiadores españoles de todo signo al narrar la Historia de España, aunque con el matiz diferencial típicamente español del cainismo ante las infinitas antiespañas), pero resulta sencillamente ridículo cuando de lo que se trata es de leer sobre los pérfidos extranjeros. Allí lo que uno busca es una narración lo más neutral posible de los hechos, y si éstos son objetivamente divertidos, mucho mejor. En lugar de esto, el autor se pasa páginas y páginas y páginas hablando de los inconcebibles éxitos italianos y de cómo éstos se ven sistemáticamente disminuidos a causa de la siniestra dominación de sucesivas oleadas de pérfidos extranjeros. Pero claro, como luego resulta que cuando, por una vez, “Italia es por fin regida por italianos”, a partir de 1870, el resultado es extraordinariamente pobre, el chiringuito conceptual se viene abajo del todo, y los intentos del autor por enmascarar la realidad objetiva de los hechos no hacen sino ahondar en el fracaso. Eso sí, precisamente por ese motivo, por el fracaso del autor al maquillar las cosas, la narración resulta a partir de la unificación bastante más divertida (en plan “no sé quién es más pringao, si Italia como nación o el autor del libro en su hagiografía”).

Por este motivo, y por la obviedad de que es esa parte de la historia de Italia, la más reciente, al mismo tiempo la más desconocida, el libro gana enteros en el tramo final. Por ejemplo, uno constata que en realidad el fascismo no es sino la versión acabada de todos los gobiernos italianos hasta 1922 (imperialismo colonialista grandilocuente e invariablemente fracasado), aunque el autor venda el fascismo como “el desastre”. Y acaba por comprender la revolucionaria estrategia diplomática italiana. Tanto en las dos guerras mundiales como en el proceso que llevaría a la unificación, Italia se busca un aliado – tonto útil que le hace la mayor parte del trabajo sucio (Napoleón III, el Kaiser Guillermo y el Führer), después hace el ridículo en todas y cada una de las guerras que le toca acometer (contra Austria en la unificación, nuevamente contra Austria en la I Guerra Mundial, y de la II Guerra Mundial qué les voy a contar), antes o después cambia de bando (en la I Guerra Mundial antes, en los otros dos conflictos después) y consigue abundantes réditos de su política, sin que en apariencia los Aliados que le acaban dando prebendas sean conscientes del nulo valor (es más, del peligro desde muchos puntos de vista: incompetencia, posible traición, etc.) de tener a Italia teóricamente de su parte.

Por ejemplo, la unificación se consigue gracias a la estupidez supina de Napoleón III, a una alianza posterior con Prusia que, al vencer totalmente al Imperio Austro-Húngaro en Sadowa, minimiza el simultáneo fracaso militar italiano, y a que posteriormente Prusia se hace cargo de Napoleón III cuando éste comenzaba a ser consciente del engaño; en la I Guerra Mundial Italia traiciona a las Potencias Centrales, con las que había firmado la Triple Entente, para ponerse del lado de los Aliados, hace el ridículo una vez más frente al Imperio Austro-Húngaro pero luego consigue Trieste y algunos valles alpinos; en la II Guerra Mundial Italia traiciona a Alemania (aunque a estas alturas cabe pensar que los nazis preferían ser “traicionados” que tener a Italia de su parte, como en efecto se demostraría después) al no entrar en la guerra hasta 1940, ya prácticamente derrotada Francia declaran la guerra a los Aliados, pese a lo cual consiguen hacer de nuevo el ridículo (nada menos que) frente a Francia, luego meten a los alemanes en un montón de chapapotes (el norte de África, los Balcanes), a continuación cambian de nuevo de bando (lo cual obliga a los nazis a inmovilizar un montón de divisiones en Italia) y al final, ¿qué queda de todo? Pues que Italia no paga sanciones a nadie, no sufre apenas pérdidas de territorio, no es dividida y rápidamente se beneficia del chollete del Plan Marshall (particularmente importante en el caso italiano dada la fortaleza electoral de los comunistas), permitiéndose, además, montarse el rollete de la Resistencia (al menos, los franceses tuvieron la dignidad de enfrentarse militarmente primero a los nazis, como diciendo “mira cómo resisto”) al mismo tiempo que, ya instalada la Democracia Cristiana, le pedían cuentas al Caudillo por los servicios prestados por Mussolini en la Guerra Civil.

Además, dado que el autor del libro murió en 1996 y su última versión se paraba en los ochenta, el autor de la edición (Jonathan Morris) ha incorporado un epílogo que da cuenta del período 1980 – 2000. ¡Y vaya epílogo! Simplemente al comprobar lo que podría ser la historia italiana de narrarse por obra de un historiador imparcial (al cual, además, se le nota en este caso cierta vergüenza ajena por las páginas que le preceden) uno se relame. La descripción de los Gobiernos de Craxi y de Tangentopoli, del reparto de cargos y la espectacular ineficacia y corrupción administrativas es sencillamente desternillante, por momentos, incluso española. Y qué decir de los años de Berlusconi, uno se reconcilia con el libro y con Italia al leer maravillas como esta, referida a la campaña de Forza Italia en 1993, que además prefiguran y son resultado, al mismo tiempo, del modo español de hacer política:

[Forza Italia] recurrió (…) a la técnica de entrevistas grupales para determinar el programa que podría resultar más popular, sin atender demasiado al carácter aparentemente contradictorio de algunas de las propuestas (…) La izquierda pensaba que su falta de implicación en Tangentopoli la beneficiaría, pero Berlusconi no se cansó de tildar al PDS [los excomunistas] de reliquia comunista de la Primera República, a la vez que afirmaba que sólo los partidos integrados en el Polo garantizaban un nuevo comienzo. Este mensaje era reiterado machaconamente por unas bailarinas impúberes -las estrellas de los programas más chabacanos de Finivest- que interrumpían sus evoluciones para advertir a los telespectadores que el PDS era el representante de Satanás” (pp. 339-340).место сайта в яндексе


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