Capítulo I: Tartessos
Año 6000 antes del advenimiento de nuestro Señor
Durante años, hemos estudiado los imperios egipcio y babilonio como si ahí hubiera nacido la humanidad. Los historiadores revisionistas (aunque ahora está claro, gracias a ellos, que la Guerra Civil comenzó en 1934 y que el Holocausto judío nunca existió, entre otras grandes aportaciones historiográficas, no nos referimos a aquéllos, sino a los desgraciados que se pasan la vida investigando concienzudamente civilizaciones distintas a la occidental, de manera que todo el mundo, en su casa, en su Universidad, en el bar, se ríe de ellos y no los toma en serio) se quejan de que esta visión es totalmente eurocentrista, y que las raíces de la civilización hay que buscarlas en la antigua China. Unos y otros están equivocados; el mundo tal y como hoy lo conocemos, como todo lo que merece la pena, nació en España, señores, en un singular Imperio del que nadie sabe nada pero que debió ser, en tanto español, la mayor ocasión que vieron los siglos: Tartessos.
La historia de Tartessos se remonta al año 6.000 antes de Cristo (por poner una fecha; al menos, eso lo que dice Heródoto. Otra gente de raigambre menos española se conforma con circa el año 1000 a.c.), cuando en la actual Andalucía se erigió un Imperio destinado a asombrar al mundo (como muchos años después lo haría Lola Flores). No está nada claro de dónde surgió dicha civilización, y aunque cualquier persona con dos dedos de frente da por supuesto que, si algo está en España, es la civilización, se discute si el origen del Imperio es, sencillamente, producto tanto del influjo civilizador como de la reorganización efectiva de la zona llevada a cabo por los fenicios, que preferían negociar todos los acuerdos comerciales con una única autoridad, en lugar de aguantar a miles de reyezuelos enfrentados entre sí y mucho más dispuestos, como es natural, a boicotear el negocio ajeno antes que lucrarse con el propio (recuerden siempre, siempre, no lo pierdan de vista en ninguno de los capítulos que nos queda por recorrer, que hablamos de España). Incluso se baraja la posibilidad de que los Pueblos del Mar recalaran allí y fundaran dicha civilización, pero esto, dado que de los Pueblos del Mar no se sabe apenas nada, y además lo poco que se sabe los asocia sistemáticamente con la destrucción, y no con la creación, de civilizaciones, no cabe tomarlo muy en serio. Además, precisamente por su impacto en el mundo antiguo y porque no se sabe nada de ellos, los Pueblos del Mar tienden a ser un comodín de la llamada utilizado con asiduidad por los historiadores modelo César Vidal en el flujo incesante de barra de navegación de procesador de textos que él denomina “escribir”.
La oscuridad de los orígenes de Tartessos ha provocado que su historia sea, en buena medida, historia mítica, inicialmente relacionada con la mitologia griega, que menciona la muerte del gigante Gerión, así como de su perro de dos cabezas, a manos de Hércules. Hércules, recordarán, era el primo de Zumosol de los dioses griegos, un individuo convenientemente ciclado por años y años de gimnasio (y, además, de gimnasio en Grecia; imagínense) y estimulantes proporcionados por la divinidad. Hércules tuvo que enfrentarse a doce terribles pruebas para expiar sus pecados, consistentes en el asesinato de su familia “en un rapto de locura” provocado por Hera, esposa de Zeus y enemiga mortal de Hércules (siempre que Zeus tenía algún favorito o favorita Hera se dedicaba a boicoteárselo). Probablemente lo más sencillo, y más teniendo en cuenta las características del personaje, habría sido soltarle un par de yoyah a Hera y no se hable más de la cuestión, pero los Antiguos tenían una extraña forma de afrontar la culpa y la expiación, así que Hércules, en efecto, soltaría yoyah a diestro y siniestro, pero dirigidas a destinatarios inocentes de sus pecados, problemas y, en general, paranoias (aunque justo es decir que probablemente doce trabajos destinados a monstruíllos menores resultarían más llevaderos que enfrentarse a Hera).
Gerión se nos muestra como el primer rey de Tartessos, y hay que decir que, en cuanto primer rey de España del que tenemos noticia, no decepcionó: ¿Mandíbula prominente, indicios de cretinismo, y cosas así? No, amigos, Gerión era español de España, y como tal nos era representado en la mitología griega: no sólo era un gigante, sino que además era, en realidad, un consorcio de tres gigantes idénticos, unidos cual siameses por la cintura. Imagínense a tres defensas del Sevilla entrándole a Usted con los tacos por delante mientras intenta hacer una internada por banda, pues eso venía a ser Gerión, debía dar un miedo de la leche. Otra opción más razonable es que los antiguos griegos se quedaran tan impresionados de ver la masculinidad casi insultante de los habitantes de Iberia que exageraran una miaja en sus mitos, que a fin de cuentas de eso se trata. Sea como fuere, Hércules tuvo éxito en su empresa, se llevó por delante a Gerión y a su perro y robó todo su ganado (objetivo de la prueba en sí), dando al traste con el primer intento del Real Concejo de la Mesta por dominar el mundo o, cuando menos, la meseta castellana.
Otra leyenda mítica, de sabor netamente español, que nos habla de los orígenes de Tartessos, es la divertida y entrañable Leyenda de Gárgoris y Habidis: Gárgoris era rey de Tartessos y vivía feliz con sus súbditos a la edad de 100 años. Lamentablemente, un buen día se percató de lo buena que estaba una de sus hijas y, como si se hubiera leído de pe a pa la Biblia, tuvo relaciones incestuosas con ella, de las que surgió un hermoso niño llamado Habidis (la verdad, los Antiguos tenían un fervor sexual inigualable). Totalmente arrepentido, y como buen antecesor de las abortistas, Gárgoris decidió que lo mejor era cargarse al fruto de su pecado. Primero lo abandonó en el bosque para que las fieras se lo cepillasen, pero éstas no sólo no se lo comieron sino que le trajeron ricas viandas. Luego ordenó a uno de sus soldados que se cargara al niño, pero a este le dieron reparos de conciencia y lo dejó abandonado. Finalmente, y harto de no poder llevar a cabo su arrepentimiento, Gárgoris metió al niño en una caja y lo echó al vasto océano, confiado en perderlo de vista para siempre.
Vano error. Unos delfines descubrieron la caja y, como sólo Flipper podría haberlo hecho, lo acercaron a la playa. Allí Habidis fue acogido por una apacible familia de osos que le dieron sustento alimenticio y, posiblemente, una buena educación (claro antecedente de la leyenda de la fundación de Roma). Cuando Habidis se hizo mayor, se dedicó a saquear todo Tartessos en venganza de su padre/abuelo, hasta que este vio la luz, pidió perdón a su hijo/nieto, lo nombró heredero y se retiró a sus aposentos.
Más allá de estas dos leyendas, las primeras referencias teñidas de historicismo que sobre Tartessos encontramos en alguna fuente corresponden a la Biblia. Y por estas referencias y por otros datos sabemos que, contrariamente a lo que cualquiera podría suponer de una civilización típicamente española, la prosperidad de Tartessos se basaba en el comercio (claro ejemplo que avala la nefanda influencia fenicia). Pero eso sí, en el comercio viril, nada de vender lana o microprocesadores: en la venta de cobre y estaño para fabricar armas. Durante siglos, Tartessos explotó sus ricas minas de cobre y estaño (este último bastante escaso en la Antigüedad; de hecho, las indagaciones griegas y fenicias les llevaron nada menos que hasta Cornualles, en Inglaterra, para hacerse con tan preciado metal) para surtir a todo el mundo antiguo de armas con las que atizarse una y otra vez. Con gran inteligencia, la llegada de la Edad del Hierro dejó impávidos a los tartessianos (o tartessienes, o tartessios), que siguieron ofreciendo cobre allá donde querían escucharlos, es decir, en ningún sitio. El hecho de que Tartessos contara con gigantescas minas de hierro no fue motivo para cambiar tal inteligente política comercial, con lo que el tinglado desapareció en poco tiempo (probablemente, los mineros de la Hunosa de la época se negaron a dedicarse a algo útil y en Tartessos se siguió explotando el mineral de cobre, como diciendo “a nosotros a chulos no nos gana naide“).
La época de mayor apogeo de Tartessos se vivió con el rey Argantonio, que según nos relatan los historiadores (si se puede llamarlos así) griegos (de nuevo Heródoto) llegó hasta la edad de 120 años, sin células madre, nanotecnología ni mariconadas de esas, en un ejemplo claro de que los socialistas no fueron los primeros en edificar un sistema sanitario solvente, o de que las pensiones en Tartessos subían mucho más que en la actualidad. Dicho esto, y aunque está claro que cualquier español puede vivir más de cien años, si se pone, parece probable que la figura de Argantonio reuniera, en realidad, a varios reyes de Tartessos, fundamentalmente porque resulta un tanto extraño que Argantonio fuera, a la vez, el rey de Tartessos en su apogeo y también en su decadencia definitiva, producto, probablemente, de la combinación de los nefandos efectos comerciales de la Edad del Hierro con la llegada de los cartagineses, los cuales, vencedores de su conflicto con las ciudades de la diáspora griega en el siglo VI a.c., se habían convertido en los amos del Mediterráneo Occidental.
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