Túnez
Continuando con el infernal akelarre que es el grupo de España, el segundo de los rivales con el que habremos de vérnoslas será nada menos que el una vez campeón de la Copa de África, el combinado nacional de Túnez (es preciso señalar que la Copa de África es la única competición más eficaz que el Mundial, que se sepa, en regalar campeonatos: en las últimas seis ocasiones ganó el anfitrión). Por efecto de la globalización del deporte y la obsesión por reducir cualquier competición interesante a un hediondo pozo de mediocridad, ya no es que la FIFA haya permitido históricamente que España juegue el Mundial, sino que, además, a España le acompañan cada vez más selecciones absurdas cuya única excusa es: “vale, somos patéticos y no vendemos una sola camiseta, pero es que no somos europeos ni latinoamericanos”. Pero bueno, y si es así, ¿cómo es posible que se les permita jugar? ¡Esto sólo puede aumentar el peligro de que algún día incluso España llegue a las semifinales (recuerden el asqueroso último Mundial, Turquía y Corea lo consiguieron)!
Como todos los países ribereños del Mediterráneo, Túnez cuenta con una larga y gloriosa historia cuyo principal hito fue, sin duda, la fundación de Cartago (814 a.c.) en una ubicación muy cercana a la de la capital. Cartago tuvo una historia gloriosa de expansión por el Mediterráneo Occidental, en constantes luchas por la supremacía con los griegos primero y los romanos después. Esto nos permite ubicar claramente a Cartago como atávico enemigo de la civilización, y hemos de dar gracias de que finalmente los romanos prevalecieran en su defensa del mundo occidental frente a sus enemigos y lograran preservar la civilización libre de toda mácula de barbarie, por la vía de destruir Cartago, esclavizar a toda su población y sembrar sal en el territorio para que no volviera a crecer ná de ná. A partir de ese momento Túnez pasa a formar parte del mundo romano, y tiene aún un momento de brillo en el siglo VII d.c., momento en el cual, en calidad de exarcado del Imperio Bizantino, envía a Constantinopla al emperador Heraclio para que se pusiera a repartir yoyah a los persas y lograra salvar el Imperio de la destrucción. Por desgracia, las continuas guerras dejaron a Constantinopla exangüe, de manera que los malvados musulmanes supieron aprovechar su oportunidad y conquistar todas las provincias bizantinas de la ribera sur del Mediterráneo (entre ellas, Túnez), sometiéndolas a una perenne oscuridad que llega hasta nuestros días y, lo que es más grave aún, que se extiende incluso al ámbito futbolístico.
Eso sí, Túnez, evaluado en el contexto de su pertenencia al mundo islámico, es un país modelo para Occidente, y de hecho puede considerarse el país más avanzado de todo el Magreb. Esto significa que, si bien las mujeres son esclavas de sus maridos, en ocasiones incluso pueden prescindir del sador (siempre y cuando aún no estén casadas); que los hombres se pasan la vida en el bar viendo pasar a la gente, pero al menos parece que no combinan esta actitud contemplativa con la continua elaboración de planes para destruir Occidente; y que la libertad de expresión y opinión, aunque naturalmente tampoco existen, su ausencia no es tan asfixiante como para disuadir a representantes de Occidente tan ilustres como Bettino Craxi para finiquitar allí sus días.
En efecto, podría decirse que Túnez, frente a otros ejemplos de su entorno que aún hoy resultan desalentadores para Occidente (les das cultura, medios económicos, un trabajo, una caña para enseñarles a pescar, a cambio sólo les pides que sean tus esclavillos y… ¿así te lo pagan? ¿Con guerras y conflictos radicalmente ajenos a nuestra pacífica filosofía de la vida?), es un modelo de descolonización. El país consiguió su independencia en 1957, gracias a los desvelos de su más renombrado padre de la patria, Habib Bourguiba, quien tan pronto como alcanzó la presidencia del poder derrocó la monarquía y se nombró a sí mismo Presidente de la República, puesto que ocuparía a lo largo de treinta años. Pese a ciertos devaneos iniciales con el socialismo, Bourguiba fue, en esencia, lo que Occidente esperaría de cualquier líder de país en vías de desarrollo: un fiel testaferro, en este caso, de Francia. En 1987 Bourguiba fue depuesto merced a un golpe de Estado de Ben Alí, quien envió al abuelo al exilio (en concreto a Monestir, con Bettino Craxi, donde Bourguiba moriría en 2000, a la plácida edad de 97 años) y frente a los años de dictadura personalista del padre de la patria ofrecería, hasta la fecha, un revolucionario período (que se prolonga, por ahora, por 19 años) de moderna dictadura personalista disfrazada, como en todos los países islámicos “amigos de Occidente” salvo Turquía, de democracia. Tuve la ocasión de asistir hace unos años a la campaña electoral tunecina, y aquello, créanme, era todo un espectáculo, todo plagado de fotos del Presidente Ben Alí modelo Mussolini, mientras la oposición había de conformarse con unos ridículos tablones de anuncios en los que pegaban DIN A-4 donde los líderes opositores rivalizaban en manifestar su cerrado apoyo a las políticas del Presidente, a ver si así les caía algo (Ben Alí ganó como gana siempre, con un 99% de los sufragios, siguiendo la estela de nuestro Caudillo).
¿Que por qué les cuento todo este rollo? Porque, al igual que Ustedes, no conozco a un solo jugador de Túnez, ni cómo juega, ni quién es su entrenador, ni qué hay que hacer para ganarles; ni falta que me hace, añado. Estamos hablando de España, joer, pero de una España modelo “hemos arrasado en el primer partido y ahora es momento de perder los papeles y decir que el Mundial está al alcance de la mano”, así que toda interpretación que no dé por supuesta una holgada victoria frente a Túnez sin bajarnos del autobús será automáticamente tachada de antipatriota y obligará a miles de buenos españoles a montar una “mani” a la puerta de su casa.
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