Capítulo 6: “Dinamita en la palabra”
¿Se ha preguntado alguna vez el origen de por qué los españoles educados desde la reforma educativa de 1970 no saben hacen la “O” con un canuto y por qué parece imparable la degradación de la enseñanza del idioma español, y con él del resto de las asignaturas? Pues siga leyendo, siga, que se va a divertir.
¿Les suena El dardo en la palabra? Pues esto no es ni una crítica ni una recensión sobre el susodicho libro de Fernando Lázaro Carreter, del que me cuentan los medios que ha salido la segunda parte. Difícilmente voy a hacer recensiones de algo que no he leído, porque ni aunque me pagasen, oiga. Simplemente retengan el nombre del caballero.
Bueno, empecemos como siempre: establecimiento de los axiomas y del marco teórico a utilizar.
Primer Hecho, de demostración trivial por lo claro que está: los españoles no tienen ni puñetera idea de filología, de lingüística ni de nada remotamente parecido. Dirán ustedes que es normal, y que sólo los que han cursado con seriedad y rigor tales disciplinas a nivel universitario son los que conocen los detalles de dichas materias. Sí, eso es cierto, pero por eso mismo tenemos que hacer la declaración de los demás hechos:
Segundo Hecho: el no tener ni pajolera idea de los más elementales rudimentos teóricos de filología y lingüística no incapacita, sino que parece que alienta, el emitir los más variados juicios filológicos o lingüísticos por parte de la mayor parte de los españoles.
Tercer Hecho: a la mayor parte de la gente que tiene sólidos conocimientos de filología y lingüística, sobre todo los que hacen alarde de ellos en los medios de comunicación, se la refanfinfla sencillamente todo lo que saben y se suelen limitar a ser llevados por la corriente y no contradecir demasiado a “la mayor parte de los españoles” citados en el Segundo Hecho.
Y es que, como sabemos desde hace ya casi un siglo, lo lingüístico es clave en todas las facetas humanas, y las interpretaciones lingüísticas han penetrado en casi todas las disciplinas así llamadas “humanísticas”: sociolingüística, antropología cultural (Lévi-Strauss y todo el estructuralismo, sin ir más lejos), y eso sin meternos ya en toda la filosofía del lenguaje o en las interpretaciones lingüísticas del psicoanálisis (Lacan), o todo el tinglado de la semiótica. Los padres de todo este “giro lingüístico” son Frege por un lado y Saussure por el otro.
También será útil hacer una pequeña distinción entre lo que es filología y lo que es lingüística. Están muy relacionadas, pero no es lo mismo. La lingüística, con sus múltiples ramas, tiene fama de ser más científica, suele emplear una terminología específica y, en general, no llegan a la población las discusiones de alto nivel de congresos y seminarios que celebran los expertos; además, suele estar más relacionada con conceptos generales del lenguaje, o sea la capacidad del ser humano para hablar, del origen de esa misma capacidad y de su relación con el pensamiento. La filología suele estar más ligada al estudio de las lenguas históricas, al establecimiento de unas normas para cada una de ellas y a la crítica de los textos literarios. Por tanto no se puede decir taxativamente que sean cosas diferentes, y se relacionan mutuamente: la filología particular de cada lengua o dialecto aporta los datos necesarios para que los lingüistas a otro nivel establezcan relaciones entre las distintas lenguas, y por regla general la filología desde principios de siglo utiliza fundamentalmente los términos de la lingüística. En realidad, la distinción es sobre todo académica y de especialización: si lo que te gusta es una lengua o conjunto de lenguas, y el estudio de las manifestaciones que el Espíritu del Pueblo ha creado con ellas por medio de la literatura, terminas siendo filólogo, y si te van más los otros rollos igualmente metafísicos pero más modernos, acabas siendo lingüística. La filología se relaciona más con otras disciplinas de solera como la Historia, y la lingüística más con disciplinas a la última como la psicobiología.
Para resumir: no sólo la mentira suele ser un enunciado lingüístico (“Ayer obtuve los favores carnales de Laetitia Casta y el Claretillo del Monte F.C. es el mejor equipo del mundo”, por ejemplo), sino que una de las formas más sutiles y eficaces de mentir es crear mentiras sobre el lenguaje y sobre las lenguas: una vez se ha creado el caos mental sobre esos conceptos en los demás, malo será que no se traguen todo lo que les echen.
Pues bien, y agárrese fuerte: todo lo que le dijeron en el colegio y en el instituto sobre las lenguas, en especial la española, y también sobre la literatura, cuando no era sencillamente una mentira, era una media verdad. Así de claro, desde la primera a la última línea. Y ya adelantando cosas: lo que dice la RAE y el Instituto Cervantes sobre el español y su situación en el mundo también suele ser mentira o medias verdades.
La primera forma de mentir es la más fácil: no abrir los ojos a la primera falacia que llevamos todos aprendida de casa. Es decir: que nuestra lengua es la única y no existe ninguna más. (Esto sólo se aplica, por supuesto, a las partes de España en las que no se habla otra lengua, aunque sobre eso habrá que escribir otro artículo.) Pues bien: para el que está “instalado” en una lengua bien establecida, normalizada y sin más problemas que los propios del contacto con otras lenguas del mismo nivel (francés, inglés, etc) esa lengua es su mundo y la más lógica y natural. Claro, como que no conoce otra. La cerrazón a cualquier otra realidad lingüística es por tanto “natural” en el infante monolingüe, y la educación raramente se encarga de sacarlo de su error. Dicho de otra manera: cualquier lengua que no sea la propia es más rara que un perro verde, y sólo muchos años de estudio y una severa disciplina pueden abrir nuestros horizontes, y aun así a la más mínima duda lo más fácil es recaer en los vicios tan hondamente enraizados que llevamos desde pequeñitos. Porque la mayor parte del mundo es monolingüe, casi la totalidad del planeta conoce sólo una lengua y en ella vive y se expresa, por minoritaria que sea. Lo contrario, conocer más de una lengua, es lo excepcional y lo raro, y los que conocen varias suelen hacerlo de manera instrumental, como los países nórdicos y Alemania, que han adoptado el inglés como lengua franca para relacionarse con el resto del mundo, pero que en ningún caso los convierte en bilingües ni nada parecido.
Y es que el español es una lengua rara. Pero rara de cojones, ¿eh? Tenemos el gusto exótico de no poner artículo delante del posesivo: “mi casa”, y no “la mi casa”, e introducimos la extrañísima preposición “a” en ocasiones para el objeto directo: “He visto a mi abuela”, y no “He visto mi abuela”, y cosas por el estilo. El español es raro de cojones porque todas las lenguas son raras de cojones, así de sencillo. No hay ninguna que se salve, y cuanto más nos alejemos de nuestro ámbito lingüístico más nos sorprendemos porque las cosas empiezan a sonar a chino. Y es que aún recuerdo el trauma de intentar comprender, por simple culturilla general, los rudimentos de la gramática china, y casi me da un yuyu. Porque las lenguas germánicas aún nos producen extrañeza y parece que hablan al revés, pero prueben a salirse del ámbito indoeuropeo y parece que está uno intentando comunicarse con una inteligencia extraterrestre. Y sí: para ellos es la forma más lógica y natural de comunicarse, y en un principio nuestro sacrosanto español les parece un galimatías sin pies ni cabeza creado a mala leche para que ellos no lo entiendan. Aunque también habría que reconocer que la incomprensión por la lengua de los demás no es más que un reflejo de la incomprensión que tenemos por cualquiera con otra cultura, con su forma de ver el mundo y de entender la vida.
¿Les enseñaron que el español era no más que una lengua entre las miles que hay en el mundo y que todas son “raras”? A mí tampoco.
¿Quieren otra media verdad? Intenten recuperar de la memoria lo que aprendieron de historia del español. La filología, como antes dije, está estrechamente relacionada con la Historia, van cogiditas de la mano y por regla general una apoya las mentiras de la otra. Ahora intenten recordar de esa historia del español lo que aprendieron de la historia de la gramática o de historia de la ortografía. Entre poco y nada, ¿verdad? Y lo poco que decían no solía ser trigo limpio tampoco. Quizá puedan pensar que es porque eso es muy de especialistas, que no había que liar a los niños con eso, pero a eso mismo podríamos replicar que entonces por qué nos martirizaban haciéndonos memorizar los rasgos de cada fonema (a mí se me olvidaban a la media hora de hacer el examen, mi cerebro rechazaba esos conocimientos como el estómago un tomate podrido), con interminables análisis morfológico sintácticos que no servían para nada, y que brillaban por ser no más que herramientas acientíficas, modas pasajeras y pajas mentales recién salidas de sesudos gabinetes de cursos de postgrado universitarios.
No se hacía un mínimo estudio de gramática histórica porque no conviene, así de simple, y hacer un insuficiente estudio de la evolución de la lengua permite presentarla como algo monolítico, invariable y ahistórico, y además podríamos ver cómo el español se parecía sospechosamente a las otras lenguas peninsulares de origen latino. De hecho si comprendemos mínimamente la evolución histórica de una lengua los discursos de “pureza” y de “unidad” que actualmente se vierten sobre ella quedan en agua de borrajas, y el montaje ideológico que hay alrededor de esos discursos en evidencia.
Sobre el origen de la ortografía se suele echar un tupido velo por una razón muy simple: como no es glorioso, ¿para qué contarlo? La actual ortografía es el resultado de la reforma que se hizo en ella en el siglo XVIII con la llegada de los Borbones, que instalaron las academias según el modelo francés, y que aplicaron al español un criterio etimológico en la escritura que ya se había aplicado al francés desde la época de Richelieu. Oh, nuestra ortografía es medio gabacha, mejor no lo divulguemos mucho. Y por si fuera poco hicieron un pan como unas hostias, porque el criterio fue tan poco etimológico como pasar a escribir “cuando” cuando ya antes se escribía correctamente “quando” como el padre latín ordenaba, pero sí se pasó de “aver” a “haber”, y deberíamos escribir “theología” con la misma naturalidad que escribimos “psicología”. Vamos, que porque estamos acostumbrados y no pensamos en ello, no conocemos otra y nos parece la más “normal”, pero es una ortografía sin pies ni cabeza. Cambiar se cambió la ortografía, pero no se arregló casi nada.
Y la que había antes, ésa en la que escribían Cervantes y Quevedo, ¿de dónde había salido? Pues tampoco está claro, antes de Alfonso X el Sabio no había casi criterios fijos, pero sí a partir de ese rey, que curiosamente escribió las Cantigas de santa Maria en gallego-portugués; y hasta en los libros de literatura española se explica el “desliz” del Rey Sabio (sí, ese que empeñó al país entero intentando ser Emperador) al utilizar esa lengua porque en ese momento el gallego-portugués era la lengua de más solera y de mayor prestigio en la Península, así que pueden sacar ustedes mismos la conclusión de dónde pudo salir la primitiva ortografía del castellano antiguo. Y no es que el origen de la ortografía del español sea vergonzante, ni mucho menos, y al fin y al cabo la ortografía del gallego-portugués estaba inspirada en modelos del sur de Francia, y a los griegos no les dolieron prendas a la hora de chorizar dos veces la escritura: primero a los micénicos y después a los fenicios, y ahí los tienen ustedes con la cabeza bien alta en los libros de Historia. Pero vamos, que no es un origen glorioso, y de ahí el contraste con los portugueses, tan orgullosos ellos de tener una ortografía que es antigua de narices, y si se preguntan por qué el inglés no se escribe como se pronuncia ni de casualidad es porque en el siglo XV sí que era el caso, o sea que la suya también es bastante antigua. Si la ortografía del español sirviese para chulear ante los demás de antigüedad y para restregársela a los demás por las narices, pues no lo dirían, pero como mucho podríamos chulear ante los italianos, que la suya es del XIX, si la memoria no me falla.
Además, el español devolvió sobradamente la pelota al gallego en el siglo XX desde 1971, cuando con leyes y mamoneos varios lo separó radicalmente del portugués, y graciosamente obligó a esa simpática lengua vernácula del noroeste a utilizar un remedo de la ortografía española. Pero eso es una historia que contaremos en otro artículo.
Aunque para despropósito guapo, el que un chaval de dieciocho años, después de haber pasado la tira de cursos de lengua española, no sepa realmente la diferencia entre lengua y dialecto cuando sale del instituto. Corrección: los que estudiamos en comunidades autónomas con una lengua distinta del español lo supimos antes incluso de volver a estudiarlo en la facultad correspondiente. Y mira que es sencilla la distinción, ¿eh? Pues nada, cansados estamos los que luego salimos por ahí mundo adelante de oír a nuestros coetáneos preguntarnos: “Pero el catalán, el gallego y esas cosas, ¿son lenguas o dialectos?” Eso cuando no nos encontramos a alguno educado en territorio MEC (Ministerio de Educación y Ciencia), y por tanto fuera de la pérfida influencia de profesores nacionalistas, que recuerda perfectamente cómo, siendo educado ya en los democráticos años ochenta, tuvo profesores que en clase de lengua española les explicaban claramente que el español era una lengua, y lo demás dialectos. ¡Con dos cojones! Eso no puede pasar en Cataluña o en Galicia, por ejemplo, porque el profesor del correspondiente “dialecto” no tiene más que tomar de la biblioteca un manual de español aprobado por la misma RAE, leerles las definiciones necesarias y que así al profesor de español se le caiga la cara de vergüenza. De todo esto, claro, se suelen salvar los vascos, que se gastan una lengua que no se cree ni el más bestia que pueda ser un dialecto del español.
Y como quizá alguno no lo sepa, se lo explico: el dialecto siempre es “dialecto de”. El andaluz se podría decir que es un dialecto del español, pero no nos olvidemos de que lo que se habla en Madrid también es un dialecto del español: no hay un español puro y diamantino del cuál los demás emanan. El español es una lengua normalizada y normativizada, y tan de laboratorio como el catalán de Pompeu Fabra o el vasco normalizado que se enseña en las escuelas vascas. A veces se emplea para crear el estándar o patrón un dialecto en particular, que en la etapa histórica de fijación de la lengua está prestigiado, o que se habla en la zona que posee el poder político: en Grecia el dialecto de Atenas se convirtió en el griego correcto que convirtió al resto en dialectos respecto a él, para el “português padrão” se tomó como base el habla de Lisboa, para el italiano el habla de Florencia y para el español Madrid, aunque antes había estado situado más al norte; por eso a veces también al dialecto modelo se le llama también dialecto estándar, ni mejor ni peor que los demás, pero al que le ha tocado la lotería de ser aquél según el cuál se medirá el resto, y al que se aplicarán todas las mejoras y se le introducirán todos los cultismos y recursos hasta que se convierta en el estándar. A esas regiones fundacionales se les llama a veces “foco irradiador de normas”, y este foco puede continuar siéndolo o cambiar con el tiempo de localización. Por tanto el español es tan de laboratorio y arbitrario como el catalán o vasco, pero como ya ha pasado un tiempo se nota menos, y sobre todo como esto no se suele enseñar en la escuela, es un arma arrojadiza para lanzar contra las “lenguas separatistas”.
Como ven, el desconocimiento de claves fundamentales en la formación y evolución del español tiene un interés más que notable a la hora de atacar a sus competidoras: difícilmente podremos hacer reír a nuestro rebaño llamando a esas lenguas de laboratorio si hemos enseñado en la escuela a ese mismo rebaño que lo que ellos hablan también es de laboratorio. No sólo eso, sino que argüir que la normalización de las lenguas reducirá el “pintoresquismo y fresco aroma dialectal” de esas lenguas, como se suele decir del bable, es ignorar que en el español, como en cualquier lengua culta, las decisiones académicas terminan por afectar no sólo a la lengua escrita sino a la hablada, de modo que desde el XVIII en España pasamos a decir muy cultamente concepto, efecto, digno, solemne, excelente, etc., y abandonamos las evoluciones propias que ya había creado nuestro idioma: conceto, efeto, dino, solene, ecelente, y si ahora decimos Historia es porque la copiamos directamente del latín y abandonamos la forma propia del español, que era Estoria. Ni se imaginan el efecto uniformizador y destructor de variedad lingüística que sobre las distintas hablas del castellano tuvo la lengua académica divulgada desde cada escuela e iglesia desde hace trescientos años. Pero nada, ahí tenían ustedes a muchos defendiendo la dialectización de los demás, negándoles que se constituyan en sistema estable y culto, pero defendiendo justo lo contrario para ellos mismos.
La lengua patrón o estándar tiene un núcleo duro casi invariable en cuanto a fonética y gramática (morfología y sintaxis), y después variantes regionales, y sociales, que son las jergas. En cuanto no hay intercomprensión entre dos dialectos de un mismo idioma, ya no es un dialecto y se debe hablar de una lengua distinta. ¿Entiende uno de Chamberí a Gaspart cuando habla en catalán? No; ni aunque quisiese entenderlo, que no es el caso. ¡¿Pues entonces cómo coño va a ser uno dialecto del otro, joder?! La única acepción de “dialecto” que se emplea referida a otras lenguas es la que significa “lengua de segunda clase” o “cháchara”, inaceptable filológicamente pero que como se ve sigue teniendo no poco predicamento entre mucha gente, entre ellos licenciados en filología que dan clase de lengua española en los colegios no controlados por los pérfidos nacionalistas centrífugos.
Pero probablemente el daño más perdurable que se ha infligido al español y a su enseñanza sea la inclusión en el plan de estudios, hasta casi eclipsar al resto del temario, del famoso “análisis gramatical”. ¿Se acuerdan? Interminables frases llenas de cláusulas subordinadas de relativo, sintagmas, relacionales causales, sujeto paciente y complemento agente (sonaba hasta sensual, ¿no creen?) nexos, flexos, esmegmas, flechas, árboles que no dejaban ver el bosque, cajas, rayas, merluzas y sólo el Señor Yavéh Jehová el Único Dios sabe cuántas cosas más.
Repit with me: ¡Qué mierda pinchada en un palo sarnoso encontrado en medio de la calle, que una madre es una madre!
No nos equivoquemos: hay que estudiar gramática, eso es impepinable, y si mi apuran incluso habría que dar algo de eso, pero nunca antes de los dieciséis años como mínimo. Recuerdo mis clases de lengua española con cierto cariño, pero también tengo muy claro que tal como se me enseñó el idioma a mí y a toda una generación lo raro es que sepamos algo más que balbucir. En un sistema kafkiano que merecería un estudio serio y equilibrado más que un simple artículo como éste, no íbamos a la escuela a aprender español, sino que se daba por hecho que lo sabíamos y nos dedicábamos a analizarlo según las más modernas y fashion teorías generativo-transformacionales o puñetas que fueran en ese momento. Igual que a los soldados el valor se les supone, a los niños se nos suponía que el español ya lo teníamos que llevar sabido de casa.
No sólo eso, sino que, como esas modas iban por regiones, ya que cada una tenía un mandarinato lingüístico distinto, se podía llegar a dar el caso de que tus amigos de piscina en vacaciones no tuviesen ni idea de lo que les decías cuando les hablabas de la terminología de lengua española que te habían enseñado, y ocurría a menudo que un hermano mayor no podía ayudar al pequeño a hacer los deberes de lengua porque su profesor utilizaba un sistema de rayitas o cajas distinto que el del otro, y si se lo hacías de otro modo que el que él decía se cabreaba. Puede que también recuerden muchos los ojos desorbitados que ponían nuestros padres, aunque tuviesen estudios, si les pedíamos ayuda, porque eso les sonaba a vietnamita farfullado y sólo habían aprendido la gramática que luego se practicaba en ejercicios y redacciones.
Si les hablo de mi propio caso, bastante representativo por el montón de similitudes con la experiencia escolar de mucha gente que ha hablado conmigo, les puedo asegurar que yo no aprendí un pijo de español ni en la EGB ni en BUP y COU. Pero ni una mierda. Aprendí a escribir por mi cuenta leyendo, aprendí a poner los puntos y las comas en su sitio con la práctica, y con la ortografía tuve problemas hasta que no me lo tomé muy en serio. Redacciones y dictados hice alguno, pero de lo que no hay duda es que analizar oraciones… ¡joder si analicé oraciones! De hecho en mis pruebas de acceso a la universidad no demostré mi más que suficiente dominio de la lengua española, sino que lo que realmente hice fue demostrar que sabía analizar de puta madre una longaniza de oración de aquí te espero según la doctrina de la secta lingüística asentada en la Universidad de Santiago, con el mandarín Guillermo Rojo a la cabeza, no hace muchos años académico de la lengua y además sin haber escrito ni un sólo bestseller en su vida como Pérez Reverte, oiga.
Actualmente hay una cierta autocrítica por parte de algunas autoridades académicas y educativas que reconocen que quizá se pasaron un poco con esa moda. Mi opinión sobre eso es que fue una animalada tan grande como confundir la clase de educación física con la de biología, y pretender que el niño comprenda primero perfectamente cómo funciona el corazón, los músculos y las articulaciones antes de que se eche una carrerita. ¡Caray, pero si he visto unos análisis de oraciones que quitaban el hipo en libros de lengua de 3º de EGB, para niños de ocho años que casi acababan de aprender a escribir!
Pero la comparación no es la correcta, pues lo que nos enseñaban a nosotros dista mucho de ser científico. ¿Se acuerdan de lo de los lexemas y los morfemas? Si correr es una palabra, está formada por corr-, que es un lexema con contenido léxico y un morfema -er de segunda conjugación con contenido gramatical. Si caballo es un lexema, con el morfema -s de número creamos caballos. O sea que los psicólogos aún andan de bofetadas sobre si sabemos realmente lo que es un caballo, o por lo contrario sabemos en conjunto lo que son los caballos en general, pero estos señores ya han decidido que el lenguaje es una clara demostración de la bondad de la teoría de las ideas platónicas: sabemos lo que es un caballo, tenemos la idea clara y diáfana de la abstracción de un caballo en nuestra mente, y a partir de ella derivamos lo demás. Si se fijan, podríamos hacerlo al revés, porque la teoría completa nos dice que caballo es un lexema, pero la palabra caballo que nosotros entendemos como singular es el lexema caballo + ø, siendo ese simbolizo de conjunto vacío la representación de la ausencia del morfema plural, o sea el morfema fantasma que cabalga de nuevo: no tiene materia y supongo que además será incoloro, inodoro e insípido; si le damos la vuelta a la teoría y optamos por una teoría de fondo que no sea el platonismo y aseguramos que percibimos las cosas en su conjunto y en su contexto, podríamos decir que el lexema es caballos, y que el singular se obtiene restando el morfema de plural: caballos – (-s).
Y menos mal que he utilizado este ejemplo, porque el otro clásico nos dice que niñ- es un lexema que significa “persona pequeñita que suele dar el coñazo”, y si hacemos niñ- + o + s tenemos “persona pequeñita que suele dar el coñazo de género masculino, más de uno”. ¿Usted ha visto alguna vez un niñ- ? Porque yo en mi puñetera vida. ¿Por qué consideramos más científico estos despropósitos que las mónadas de Leibniz o que las ya comentadas ideas puras del kosmos noetos de Platón? Como ellas, nunca han salido del papel, y no se merecen ser llamados teoría, sino que simplemente es una conjetura filosófica. Pero a nosotros nos amargaron la vida con ella, nos la presentaron como si tuviese la misma validez que las Leyes de Faraday y su estudio nos privó del tiempo necesario para aprender lo realmente útil y perdurable: el estudio del uso de la lengua.
En definitiva, esto no es más que un intento de copiar nuevamente desde las ciencias humanas la terminología y el prestigio de las ciencias naturales, y en especial la física. Lo de los lexemas y los morfemas no es más que un intento de “teoría atómica” del lenguaje, con la diferencia de que esto no pasa de ser una especulación y, como ya he dicho, nunca nadie ha visto un morfema fuera de la pizarra, donde se pueden cortar las palabras con guiones y decir que esto significa esto y esto lo otro con la misma tranquilidad que repantingado bajo la sombra de una higuera se puede hablar de las distintas partes del alma o de la constitución de la república perfecta: el único límite es la imaginación. En el fondo estamos ante una pseudo ciencia sin base teórica y que no puede plantear ni experimentos ni refutaciones de ningún tipo, como el psicoanálisis o el marxismo, vapuleados hace tiempo por filósofos de la ciencia como Karl Popper. Por qué estos excesos de la lingüística y su abuso en el sistema educativo no han sido tratados como merecían y expuestos para cachondeo público es algo que se me escapa.
Del mismo modo, si se preguntan por el origen del famoso análisis sintáctico, quizá en su momento les llamó la atención las incoherencias que mostraba, o cómo había que improvisar soluciones ad hoc de última hora para analizar algunas peculiaridades del español. Esto se explica por la sencilla razón de que la supuesta teoría maravillosa que explicaría la gramática universal del lenguaje funciona que te pasas cuando se aplica al inglés, y como el español y el inglés tienen una estructura de frase bastante parecida (no es coña), el análisis funciona en español cuando se parece la estructura de la frase a analizar al inglés, pero como se salga uno empiezan a saltar chispas, y si nos salimos del ámbito de las lenguas indoeuropeas el maquinillo vuela por los aires.
Ésa es la mierda que nos enseñaron. A mí en particular me da igual las discusiones de gabinete entre las distintas sectas lingüísticas, y por mí como si se matan entre ellos mientras no salpiquen. Pero en España no: los experimentos no se hicieron con gaseosa, sino con toda una generación de españoles a los que no sólo se les negó el conocimiento de los orígenes y evolución de su lengua en aras de una mejor manipulación ideológica, sino que se les privó de un estudio suficiente y correcto del uso de su lengua a favor de la satisfacción personal de una serie de mandarinatos lingüísticos que prefiero ni pensar qué clase de placer erótico sentían al saber que los niños repetían cosas que no tenían ni idea de lo que eran. Lo que se hizo fue tan grave como si a los niños de ocho o nueve años les calentásemos la cabeza con filosofía del lenguaje a todo tren, y precisamente algunas de las reyertas intelectuales más grandes que ha habido en el siglo pasado han sido entre lingüistas y filósofos del lenguaje. ¿Se imaginan a los peques oyendo al profe hablar de Russell y Wittgenstein? Pues igual de burrada es meterles todo ese rollo lingüístico.
Éstas son la razones por las que hoy día los académicos e intelectuales se quejan amargamente del pobre uso que se le da a la rica y fecunda lengua de Cervantes en la calle y en los medios de comunicación. Siempre tuve la imagen mental de que es como si en el juicio de Nuremberg los jueces hubiesen sido los nazis y el acusado la totalidad del pueblo alemán. Aquí los que más hablan son los que no deberían salir a la calle de vergüenza que deberían tener por lo que han hecho. Ya dije antes que a veces hacen un poco de autocrítica, pero lo más normal es que le echen la culpa a la tele y al inglés: balones fuera. En primer lugar, la tele no tiene culpa de nada, y en segundo lugar la penetración del inglés y de otro tipo de idiocia se podría evitar perfectamente por medio de un estudio de la lengua correcto y sobre todo de la sociolingüística, que en este caso funcionaría perfectamente como vacuna. Pero… ah, la sociolingüística nos daría herramientas suficientes para comprender las relaciones de poder y de dominación, casi siempre en función del poder económico, de unas lenguas sobre otras. Y eso es lo que hacen las lenguas que no son el español en España: intentar explicar la situación de esas lenguas disminuidas y atacadas por…. ¿me atreveré a decirlo?, el español, pasa por comprender unos conceptos básicos de sociolingüística, aceptados en todo el mundo pero calificados como “chorradas nacionalistas” por el ABC y demás “patriotas constitucionales”. Enseñar los mismos conceptos como válidos para explicar la penetración de anglicismos superfluos en el español o la situación del español en Estados Unidos e Hispanoamérica no sería una estrategia muy inteligente.
Del mismo modo sería fácil hacer un pequeño plan de estudios para enseñar a los niños las tácticas de manipulación de conceptos y del lenguaje que se emplea en la publicidad, cómo se generan estados alfa en la mente por medio de la televisión para generar fases de alteración de la conciencia y permitir la sugestionabilidad, y todo lo que en general se llama la programación neurolingüística (si quieres saber lo que es eso y no volver a dormir tranquilo por la noche, métete en este enlace), disciplina a la que son adeptos desde los ejecutivos de la Coca-Cola hasta el último pie tierno metido en política. Pero después no podríamos evitar que se partiesen de risa ante un espacio electoral, o en el caso más grave que fuesen al Congreso y los sacasen de allí a patadas en el culo. ¿Se imaginan a la gente comprando lo que les gusta realmente y lo que necesitan, y no lo que les dicen que necesitan comprar para ser más listos, más guapos, más socialmente atractivos o que sencillamente deben comprarlo porque hay que comprarlo y a mí no me repliques que yo sé lo que tú necesitas? Qué asco, ¿no?
Si usted ha creído alguna vez el rollo de que se quiere hacer una educación que cree ciudadanos libres y con conciencia crítica, mírese bien de arriba abajo no vaya a ser que vaya a ir vestido con un mono que lo identifique como miembro del Partido y esté leyendo la gaceta del Ministerio de la Verdad.
Y es que también es importante mantener en la inopia a la población sobre los más elementales conceptos filológicos para vendernos la moto de “la pujanza del español en el mundo”, o “cuidadito con nosotros en los USA, que vamos a terminar haciéndolos hablar español”. Huy, sí, precisamente acabo de cruzarme con el inglés y lo encontré temblando de miedo. No es que quiera ser cruel, pero ¿ustedes se han parado a pensar en la situación económica y cultural en la que están todos los países hispanohablantes que no son España? Y nosotros, que aún tenemos un ir tirando, ya ven lo que pintamos en el mundo, y todos perdiendo el culo por aprender inglés. Todo lo que se nos dice se magnifica y agranda hasta hacerlo parecer como lo que no es. ¿Por qué los emigrantes de otras nacionalidades durante el siglo XIX y XX no conservaron su idioma, si algunos incluso llegaron a ese país con un nivel cultural superior al de los hispanos? A veces, si se fijan en los artículos que escriben estos intelectuales y académicos, notarán que saben las trolas que están metiendo y a veces dejan caer algún concepto sociolingüístico que contradice lo que ellos mismos dicen, o cómo reconocen que el spanglish es un estado transitorio de hibridación lingüística similar al mestizaje que sufrieron durante un período de tiempo más o menos largo las lenguas nativas de los indios americanos antes de desaparecer y ser substituidas por el español.
En definitiva, que el español está como lo han dejado, y poca o nula culpa tenemos los pobrecitos a los que nos quieren hacer responsables de todos sus desastres, cuando los mismos que nos acusan son los máximos culpables de su estado y de hacer experimentos no con gaseosa sino con nuestra educación. Toda una generación de españoles tuvimos la desgracia de estudiar con los infames libros de lengua y literatura española del señor Lázaro Carreter, miembro y anterior presidente de la RAE, y que me imagino que se debió de lucrar bastante con ellos, y si no lo hizo bien tonto fue. Miliki sacó hace poco un disco con sus canciones de toda la vida, cuyo título era a la vez la dedicatoria: “A mis niños de treinta años”. Más que titular a su libro El dardo en la palabra, podría titularlo: A mis analfabetos funcionales de treinta años. Jugada maestra: forrarse con los libros de texto más inútiles que ha parido madre y que han garantizado con su método el analfabetismo funcional de toda una generación de españoles y el desprecio de la literatura, lo que ha propiciado tener sentado a su lado a Pérez Reverte. Y, después de lo conseguido, a volver a vender libros cachondeándose de las incorrecciones lingüísticas de sus alumnos, a los que él y los que diseñaron ese aberrante estudio de la lengua se negaron a enseñarles algo de provecho.
¡Qué huevos! ¡Como sandías!
Y si no, recordemos todos lo que nos explicaba don Lázaro en el primer párrafo de la primera página del libro que iba a sumergirnos en el estudio de la lengua de Cervantes, y en el que se los explicaba que la estructura profunda era:
– El niño es rubio.
– El niño está en la calle
Y la superficial:
– El niño rubio está en la calle.
Esto no vale para otra cosa que no sea para llorar de pena. La hipótesis de la estructura profunda y superficial es bastante endeble por sí misma porque no tiene ninguna base experimental y suena más a desbarre pseudocientífico que presupone la existencia de máquinas lectoras del pensamiento propias de Star Trek, pero como ven en el modelo que nos vendía don Lázaro difícilmente se podrían aplicar las fases de la omisión, la distorsión y la generalización que supuestamente llevan de una estructura a otra.
Esta chorrada de estructuras como las explica Lázaro Carreter no sirve ni como simplificación para los niños. Y no quiero ni pensar que a un chaval de sexto de primaria se le intentase hacer comprender el modelo completo según Noam Chomsky, porque me tendría que imaginar que a la hora siguiente llega el profesor de ciencias naturales y les dice: “¿Qué? ¿Animados para hablar hoy de Max Planck y el cuerpo negro?” Claro que también nosotros somos de la generación a la que frieron con la teoría de conjuntos a una edad que es imposible que se puedan entender del todo lo de biunívoca, biyectiva, invectiva y sobreyectiva. Si el pobre Cantor levantase la cabeza…
Como ven, todo tiene nombre y apellidos, cada teoría y cada teorema salió del coco de alguien, y por lo menos así lo suelen dejar claro en las ciencias. A veces se les olvida decirnos en el caso de las ciencias quién es el padre de cada cosa, pero no es especialmente grave desde el momento en que se supone que a la misma conclusión se podría haber llegado otra persona con los mismos medios y el mismo método. Todo lo contrario en las humanidades, donde desde el mismo principio se nos negó el conocimiento de que cada opinión sobre Historia o Literatura salía de alguien en particular, se nos negó la posibilidad de saber los medios por las que había llegado a esas conclusiones y sobre todo se nos negó el conocimiento de que esas opiniones que se nos hace pasar por conocimiento científico estás guiadas por una intencionalidad y obedecen a unas pautas ideológicas. A no ser que pases por la facultad correspondiente nunca llegarás a saber los dogmas de con qué escuelas historiográficas te embutieron de pequeño, ni quién se inventó en origen las interpretaciones canónicas de las grandes obras de la literatura, que luego repetíamos como imbéciles en el examen sin haberlas leído todavía. Y es que por desgracia una de las constantes en el estudio de las humanidades es despojarlas de su mismo carácter y presentar hechos subjetivos y afirmaciones ideológicas como fríos enunciados científicos y como una realidad probada, desde el estudio de la lengua al de la Historia del Arte, cuando precisamente en las humanidades es donde más hincapié se debería hacer en el carácter humano de elaboración personal y colectivo de ese tipo de conocimiento. En definitiva se enmascara el carácter dogmático (magister dixit) de esas disciplinas, a las que obligan a basarse en la autoridad de media docena de nombres a los que se trata casi como a semidioses, y se corta de raíz cualquier dimensión crítica y liberadora que puedan tener. Por algo será.
No es un dardo lo que han recibido la palabras. Nos las han dinamitado. Y con ellas todo lo que ellas nos permiten comprender.
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