Capítulo 5: PEARL HARBOR

En este pequeño artículo sólo hay un objetivo: demostrar cómo, a partir de un pequeño hecho trivial, que es la crítica a una leyenda urbana, podemos derivar, suavemente y sin que casi nos demos cuenta, a la crítica de todo el sistema cultural que vivimos. Y si no sale bien, pues volvemos a empezar.

Todos sabemos lo que es una leyenda urbana, ¿no? Eso mismo: un vulgar chisme de pueblo, que como todos somos capitalinos y muy urbanitas elevamos a categoría de leyenda, o sencillamente de verdad indiscutible. Verbigracia: los tremendos cocodrilos que viven en las alcantarillas de Nueva York. (Sí, claro, y ya de paso Tortugas Ninja Mutantes también.) Y es que curiosamente los tan “europeos” españoles, tan cultos nosotros, muchas veces sólo tenemos como única base de crítica a los pérfidos e “incultos” yanquis los siguientes materiales: series de televisión y películas hechas en Hollywood. Por eso no es de extrañar que la leyenda urbana de los cocodrilos en Nueva York, que se toma casi con la misma seriedad que un documental de Félix Rodríguez de la Fuente, provenga de una película de serie B titulada Alligator (La Bestia Bajo el Asfalto, 1989), basada remotamente en el hecho verdadero de que hace años cuando se permitía comprar crías de caimanes como mascotas, al crecer éstas y convertirse en un engorro para la simpática familia, eran eliminados por el retrete y en efecto alguna de estas crías llegó a convertirse en una lagartija un poco crecida, ciega y con peligro sólo para las ratas que andaban por allí.

¿Qué tiene esto que ver con Pearl Harbor? Más de lo que parece. Por eso ahora les hablaré un momentito de Inmanuel Kant, que no es que sea demasiado santo de mi devoción pero tiene un razonamiento más que brillante en la defensa de los animales. (Ustedes síganme la corriente, y ya verán como llegamos a algún sitio.) Y es que nuestra cultura occidental, (que hace apenas un siglo que piensa en la ecología), en su doble tradición, judeocristiana y grecorromana, lo deja bien claro: Dios dice a Adán que disponga de la Creación como mejor le convenga, y Aristóteles no tiene ningún apuro en decir que los animales pueden ser cazados sin ningún problema por puro placer; ya cerca de nuestros días Oswald Spengler después de la Primera Guerra Mundial proclama que la naturaleza del hombre es la rapiña y la explotación. De hecho, incluso se ha comprobado que la destrucción ecológica empezó ya en tiempos antiguos: deforestaciones masivas, esquilmar los recursos y esas cosas; la Revolución Industrial hizo todo eso más eficiente y sus efectos empezaron a ser perceptibles con contaminación salvaje y extinción de especies, pero las bases ideológicas para hacerlo ya estaban sentadas. Por eso es importante el razonamiento de Kant, muy ilustrado y humanista él, que defendía el respeto por los animales y por la Naturaleza; no por unos supuestos derechos de los seres irracionales, que es el argumento de muchos grupos de defensa de los animales, sino por el mismo respeto que los seres humanos se debían a sí mismos: degradando a la Naturaleza y haciendo sufrir a los animales, o hacerlos participar en espectáculos crueles, el ser humano se degradaba a sí mismo.

Y ya establecido un mínimo y necesario marco teórico en el que podemos movernos, podemos hablar de una leyenda urbana de las más conocidas: Pearl Harbor, que como todo muchachote bienpensante, español y europeo sabe, fue bombardeado por los japoneses aunque los pérfidos y malignos norteamericanos lo sabían, ya que así esto provocaría la entrada en la Segunda Guerra Mundial.

¡Qué huevos! Eso supongo que diría Kant al oír tal felonía. A ver, almas de cántaro, españolitos europeos y supuestamente cultos: ¿vosotros qué fumáis? Porque una vez efectuada, con progre prosodia y enfática pronunciación dogmática la acusación contra los yanquis, podemos decir: ¿y tú de dónde has sacado eso? Y no tendrá ni idea, que para eso es una leyenda urbana: se oye, se magnifica, y luego se repite como si tal cosa. Muy edificante para nosotros, españoles europeos que somos cultos por los cuatro costados, no como los burros de los americanos. Y es que la discusión sobre el posible conocimiento de los americanos del ataque a Pearl Harbor existió, aunque fue más un asunto de sensacionalismo histórico que un análisis serio. Que se esperaba un ataque inminente de los japoneses era completamente cierto, pero como los servicios secretos de la época no eran adivinos ni tenían satélites espía, pues no sabían exactamente dónde iba a ser. Un ataque tan intrépido como el de Pearl Harbor era muy improbable, y se esperaba en las Filipinas. Porque, y esto no lo saben el 99% de los que sueltan la leyenda urbana de Pearl Harbor, los Estados Unidos se aseguraron de entrar en guerra el mismo día que al embargo que mantenían contra la expansionista Japón añadieron el embargo del petróleo. Ese día se supo que tarde o temprano Japón atacaría a los Estados Unidos.

Como detalle simpático a la leyenda urbana, se suele decir que antes del ataque se retiraron los barcos más importantes para minimizar los daños. Vale: ¿qué barcos? ¿Por qué esos barcos fantasma no participan en la batalla de Midway? ¿Que qué es la batalla de Midway? Ah, claro, olvidaba que lo que no sabemos no puede hacernos daño. Al que enuncia la leyenda urbana le basta con conocer la maldad del enemigo que sacrifica a su pueblo. ¿Para qué saber de la Batalla de Midway, donde se enfrentaron las flotas de Japón y Estados Unidos en un combate definitivo que dejó muy tocado a los japoneses y salvó el culo a los americanos? Porque llegan a perder los americanos y el Pacífico entero se queda como patio de juego de los japoneses. Es de preguntarse por qué los americanos fueron con clara inferioridad numérica, que sólo los salvó un conocimiento previo de los movimientos de los japoneses, y una potra que ya la querríamos todos a la hora de sellar la primitiva. ¿Por qué no participaron los buques fantasma que supuestamente se salvaron de Pearl Harbor porque se sabía que se iba a bombardear? A ver: ¿dónde están esos barcos? ¿Los tuvieron escondidos hasta el final de la guerra para que no se notase el engaño? Porque para no utilizarlos, qué queréis, casi mejor dejar que te los hundan y cobras el seguro de la mutua, ¿no?

Vamos, que visto lo de la batalla de Midway, Pearl Harbor les salió de dulce a los japoneses, que como muy bien dijo el general Tojo había que darles primero y darles bien fuerte, y a ser posible que no se pudiesen levantar. Y a punto estuvieron de que les saliese bien, porque como ya dije antes si hubiesen ganado también la Batalla de Midway, y tenían todas las papeletas para haberlo conseguido, otra hubiese sido la Historia. Porque después, con la Batalla de Midway ya ganada, la potencia industrial dirigida al esfuerzo bélico de los Estados Unidos, con las materia primas de casi un continente a su disposición, creó una flota y equipó a un ejército que sólo era cuestión de tiempo que derrotase a un Japón que sabía que sólo podía vencer por un rápido golpe de audacia seguido de unas fulminantes victorias que no llegaron.

Vale. Y eso lo sabían los americanos, ¿no? Vamos a dejar que me machaquen viva a buena parte de mis efectivos militares en la zona, para luego ir en bolas a la siguiente batalla decisiva en la que me juego el ser o no ser. Una táctica militar digna de Napoleón, ya lo creo.

¿Y por qué no utilizamos el sentido común? Pongamos por caso de que sí, me entero de que tal día a tal hora me van a atacar, y como sé que eso va a provocar automáticamente la guerra, ya que yo soy el atacado, ¡¿qué mierda de necesidad tengo de que me corten el brazo si puedo arreglarlo con que me den una torta?! Vamos, que más que malignos son imbéciles si el conocimiento del ataque fuera cierto. Primero: pongo cámaras en todos los sitios posibles, saco los barcos horas antes de que me ataquen, protejo a la población civil y pongo a todo el mundo el situación de alerta. Los japoneses llegan igual, lanzan las bombas igual, la guerra empieza igual, todo es igual, pero salvo los barcos y evito bajas.

Claro que a eso se podría replicar que lo que se necesitaba era las imágenes de la destrucción, gran número de bajas y así crear el mito del Día de la Infamia. Bueno, eso ya es una discusión que se sale del ámbito histórico y entra de lleno en la especulación. Puestos a desbarrar, se puede contraatacar diciendo que si lo que se quería era cabrear a la opinión pública bien se podía hacer incluso rechazando lo mejor posible: filmaciones de todo tipo, imágenes de los pocos muertos, hinchar las cifras de bajas y todo lo necesario, que la manipulación informativa ya existía entonces. Además, desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial el debate sobre si entrar o no era continuo: volver a Europa como se había hecho en la Primera Guerra Mundial, que también hubo problemas para hacerlo, o mantenerse neutral. (Aunque curiosa neutralidad la de ayudar con material militar a Inglaterra, por cierto.) La opinión pública estaba dividida, pero algunos sectores claves como el industrial y el de la prensa veían que era inevitable la guerra con Japón y con Alemania, y ya desde un año antes se había estado preparando a toda la población para ello. Por supuesto, había claras reticencias por parte de muchos a entrar en guerra: desde los que eran abiertamente simpatizantes con Hitler y Mussolini, vistos como un mal menor en oposición al auge del comunismo, a los que veían románticamente a su país como un faro de democracia y recordaban el discurso de despedida de George Washington que proclamaba que el país que él había creado no debía meterse en asuntos de países ajenos.

Resumiendo: tan casus belli es que te ataquen y te den hasta en el carnet de identidad como que te ataquen, te defiendas y sepas aprovechar la ocasión. Dejar que te machaquen no es indicio de profunda malignidad, sino de estupidez. Más aun: también podríamos especular que al haber recibido el ataque de modo exitoso y con un mínimo de pérdidas éste fuese un aliciente para la población al pensar que la guerra sería fácil de ganar y rápida.

Así pues, y volviendo al modo kantiano: las acciones se critican por lo que son, no arbitrariamente. Hay que criticar a los Estados Unidos por lo que hacen, no inventarse chorradas, pues es dañino para nuestra propia dignidad alentar una arbitrariedad que después criticamos en los demás. Además, haciendo las que hacen, y siendo tan gordas, ¿para qué inventarse nada de ellos? Por si eso fuera poco las guerras son tal maremágnum de cosas, y tantas a la vez, que es casi imposible saber en cada momento el porqué de cada acción, y muchas, vistas con perspectiva, parecen absurdas. Quizá la inteligencia militar de los USA tenía datos suficientes para saber que los iban a atacar en Pearl Harbor, pero eso no significa que los pudiese interpretar correctamente. ¿Por qué no ponemos el grito en el cielo por el Pacto de no Agresión que firmaron Hitler y Stalin? Sesenta años después podíamos decir: ¡pero si estaba claro que los iba a atacar! Pero no: la Unión Soviética suministró ingentes cantidades de grano a Hitler, de modo que apenas unas horas de que el último tren cargado de trigo ucraniano llegase a Alemania los alemanes invadieron Polonia, y al poco los rusos se encontraron a sus “no agresores” dentro de la Santa Madre Rusia dispuestos a controlarles sus recursos petrolíferos y sus gigantescos campos de grano: los alemanes entraron en Rusia comiendo del trigo ruso, y parte de las reservas de grano que tenían los alemanes provenían de ese pacto de no agresión. ¿Decimos por eso que Stalin era pronazi? No, ¿verdad? Y es que es fácil criticar las grandes cagadas y despropósitos a años vista, pero a mí o a ti nos querría ver en su pellejo, a ver lo que hacíamos.

Por lo tanto mi preocupación no es por el honor de los USA ni nada parecido. Siguiendo el razonamiento de Kant no me preocupan los ataques indiscriminados y acríticos contra su historia, contra sus costumbres o contra su idiosincrasia, sino contra lo que supone de envenenamiento moral que afecta a nuestra sociedad en esa estúpida actitud de desprecio a todo lo que hacen o dicen, o en general a todo lo que son. Mucho decir que los manipulan sus medios de comunicación, pero eso me parece que sólo es una tapadera para ocultársenos a nosotros mismos cómo se nos manipula a nosotros.

Nos reímos de que ellos se crean el bastión de las libertades y lo mejor del mundo, pero, ¿acaso no hacen lo mismo con nosotros? ¿No nos están adoctrinando desde pequeños con eso de que somos españoles (o franceses, alemanes, etc…), cultos, europeos, cargados de tradiciones y de valores transcendentales de libertad, bienestar y progreso, y que a la postre no son más que palabras tan vacías como las que los odiados americanos utilizan? ¿No estamos tanto o más infatuados como ellos en nuestra supuesta superioridad moral y cultural, cuando siguen bajando en picado los índices de lectura y los profesores de secundaria se echan las manos a la cabeza cada vez que abre la boca un alumno? ¿Somos mejores que ellos, ¡que no saben dónde está España, el centro del mundo!, cuando nosotros repetimos como burros y sin ninguna base tonterías como lo del ataque a Pearl Harbor? Y los que tenemos cuatro letras y hemos leído un poquillo nos damos cuenta de que la mayor parte de nuestros compatriotas “cultos y europeos” no pasan de repetir cuatro lugares comunes y cuatro cosas que han visto en series de televisión y películas americanas. ¿Es más risible que en un noticiario americano en 1984 al hablar de la conquista de la isla de Granada en el Caribe pusiesen una foto de la mezquita, o que una presentadora de televisión española dijese “yoryia” refiriéndose a la república ex-soviética del Cáucaso, como si fuese la prima de Ray Charles? Más grave me parece a mí, pues es española, culta y europea, y desde luego ha seguido exhibiendo su poca cultura y falta de conocimientos en distintos programas y tertulias televisivas de Crónicas Marcianas.

Quizá lo que diferencie claramente a cada uno de los dos bloques de lo que es la Cultura Occidental es una tradición de lo que se puede o no puede hacer de manera evidente. Ellos, como país sintético que son, creado de la nada con unos presupuestos ilustrados más o menos bien intencionados, tienen la manía de hacer las cosas a las claras en algunos campos. ¿Que hay que censurar una película? Pues se censura y punto. Aquí en Europa cuando se hace es sibilinamente, y a veces con mayor eficiencia: lo que iba a ser censurado puede que no llegue ni a existir, perdido en la burocracia o en todos los tejemanejes de las subvenciones o los colegueos políticos. Y sobre todo la mejor forma de hacer censura en Europa es imponer como norma cultural de obligado cumplimiento el creer, como buen europeo, que “En Europa no hay censura”. ¿Les suena 1984, de Orwell?

Y por otro lado: ¿acaso no será todo envidia? Los europeos, los machitos del mundo durante todo el siglo XX, los chulos que castigan desde Bombay hasta Camberra, se ven desplazados por unos primos que hasta ese momento se habían dedicado a lo suyo: exterminar a los indios y aumentar espectacularmente su territorio a costa de los mexicanos. Hay un nuevo gallo en el corral casi sin comérselo ni bebérselo, que tiene el campo libre después de que los antiguos amos del mundo, los que se lo dividieron arbitrariamente en el Congreso de Berlín de 1885 en el que los USA no fueron invitados, se matasen entre ellos. Así da gusto, oiga. Sólo faltaría que se dijese que fueron los mismos USA los que provocaron las dos guerras mundiales para destruir Europa.

Y aun peor: igual que los americanos se inventan el Coco (Libia, Sudán, Granada, Irak) con objeto de tener excusa para hacer de las suyas, podríamos preguntarnos si el odio irracional que se fomenta hacia los Estados Unidos no es más que una pantalla para que los que cortan el bacalao, la inteligentzia, o como ustedes quieran llamarla, de Europa, se lo monten a su gusto. Quizá riéndonos de lo burros que son los americanos nos olvidamos de que nosotros somos cada vez más burros y vulnerables a lo que diga El País y TVE, e inventándonos infamias de su historia no tengamos tiempo de aprender las de la nuestra. Quizá debamos preguntarnos también por qué aceptamos acríticamente la distinción arbitraria entre Estados Unidos y Europa, como si fuesen dos cosas distintas, cuando los presupuestos básicos de cultura, economía y tantas cosas más son los mismos, de modo que los Estados Unidos es tan país europeo como el que más, con la diferencia de que está un poco más lejos. Quizá debemos preguntarnos por qué decimos en tono condescendiente que copian lo europeo cuando es bueno, pero nos olvidamos de que después de la Segunda Guerra Mundial las estructuras de espionaje y de represión las tuvo que copiar Estados Unidos de los modelos europeos, que no inventaron los fascismos sino que los perfeccionaron desde modelos que nacen con el mismo Estado después de la Revolución Francesa: la CIA y similares no surgió de la nada, Francia ya tenía un equivalente del FBI desde principios del s. XIX y la KGB no es más que los temibles servicios policiales secretos del gobierno del Zar que cambiaron de bando. ¿Por qué no reconocemos que los Estados Unidos están haciendo el papel de salvaguarda de los intereses europeos en general, rapiñados desde hace siglos por la codicia europea, y que la misma Europa no es que no quisiese continuar esa salvaguarda después de la guerra, sino que ya no estaba en condiciones de hacer ese papel? Pocos se atreven a decir que quizá la imparable ansia de guerra de los Estados Unidos es consecuencia de haber tenido que meterse en las dos guerras mundiales que la culta y civilizada Europa se montó solita, y si se fijan cada intervención que han tenido desde entonces es en desaguisados de origen europeo de los que la misma Europa se desentendió: Corea, Vietnam, Yugoslavia. Los Estados Unidos no son al fin y al cabo más que un alumno aventajado que ha terminado por superar al maestro.

Una vez dije, para escándalo de los que me oían, que los que están todo el día dando la vara con Federico García Lorca, los que siempre babean con él y siempre lo tienen presente, no deberían hacerle estatuas al poeta, sino a los héroes anónimos que lo fusilaron y a los que lo mandaron fusilar, pues fueron los que realmente posibilitaron el mito y todas las chorradas que vinieron detrás para el disfrute de los que siguen vivos y viviendo del cuento. Pues quizá deberíamos agradecer a los americanos que estén ahí, primero para hacernos sentir más guapos, más cultos y europeos, y después para que defiendan nuestros intereses aunque lo neguemos. Puede ser que sea menos cínica la postura de Aznar de apoyar el ataque de Bush contra Irak que la de Francia y Alemania, cuyos intereses globales van a ser igualmente protegidos para asegurar durante años el control de los recursos naturales del planeta por parte de empresas de esos países, igual que las de los Estados Unidos.

Y terminando ya, las últimas preguntas que podríamos hacernos: ¿quiénes somos nosotros para decirles nada si no nos miramos un poquito mejor primero? ¿Es que no tenemos ojos en la cara para ver que cualquier adolescente, (que sin duda dirá chorradas como que los americanos no tienen cultura), viste y piensa según modas norteamericanas, o en su defecto popularizadas a través de los USA, como el reggie? ¿No vemos nuestras ciudades llenas de McDonalds, Burguer King y similares? Si tan cultos y maravillosos somos, ¿cómo es posible que haya tal grado de penetración cultural yanki, por muy buenos que sean sus sistemas de infiltración cultural y su propaganda? ¿No deberíamos estar más que vacunados contra todo ello, con lo cultos que somos, igual que contra la moda desde hace unos diez años de todo lo japonés? Y sobre todo, ¿por qué cuando algo de allí nos gusta hacemos la vista gorda, y es cuando no nos gusta cuando recalcamos que “eso es propio de los yankees” o “además es una americanada”?

Y una pregunta cruel, oh tú hermano europeo: en tu forma de pensar, de ver la vida, las relaciones personales y laborales, ¿te pareces más a tus abuelos o a los americanos? ¿La formación de una “cultura común europea” no se basa sólo en unos intereses económicos que puedan hacer frente en conjunto a Estados Unidos y Japón? ¿No podría ser que lo que es común en esa “Europa” sea precisamente lo que nos es común con los Estados Unidos, además de unirnos el desprecio y la envidia por ellos, lo cual es un triste patrimonio cultural común?

Oswald Spengler, un filósofo profundamente reaccionario, escribió La Decadencia de Occidente, y aunque en parte todo el mundo le dio la razón actualmente los sociólogos e historiadores se refieren a “el triunfo de Occidente” en el sentido de que la occidentalización del mundo ya está hecha, por mucho que en el futuro su influencia política o económica pueda decaer: todo el mundo ya ha sido influido de un modo u otro por las ideologías occidentales, la religión, el ordenamiento político y económico. Algo así como si hablásemos referido a la Edad antigua de “el triunfo de Grecia” y posteriormente de “el triunfo de Roma”, aunque al final sus modelos de civilización terminasen por colapsarse. De este triunfo de Occidente, el último paso ha sido “el triunfo de los Estados Unidos”, y nos guste o no la segunda mitad del siglo XX, que es donde nos ha tocado vivir, y por lo que parece el XXI, supone la transmisión de su legado cultural, ético y estético, y la americanización del mundo, incluso de aquéllos que la niegan o la rechazan, o los que se ríen con condescendencia de aquello que en el fondo ya son ellos mismos.

Aunque los Estados Unidos desaparezcan, su labor en la Historia está hecha: para bien o para mal, o para acabar con ella y que todo se vaya al carajo definitivamente.

Así pues, y parafraseando a Astérix en Astérix y los Juegos Olímpicos:

¡POR TUTATIS, NOSOTROS SOMOS AMERICANOS!

Lo cual no quita, por supuesto, que Pearl Harbor sea una mierda de película en comparación con Tora, Tora, Tora!, y que el ataque a Irak es una salvajada sin nombre de consecuencias imposibles de predecir.hindi to russianинтерьер маленькой ванной комнаты с душевой кабиной фото


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