Capítulo 3: El pañuelo islámico
España, país opulento y ejemplar para todo el orbe, ha dado un paso más en su impecable, e implacable (perdón por el ripio) proceso de modernización férreamente dirigido por José María “Caudillo” Aznar. Tan sólo seis años después de que estallara una virulenta discusión en Francia respecto al shador y si el Estado debería permitirlo en las escuelas, la polémica se ha reproducido en España. La cuestión es enormemente espinosa y a primera vista no permite una solución clara. Intentaremos que nuestro respeto por las demás culturas, no necesariamente mayor conforme las demás culturas son intolerantes y reaccionarias, nos ilumine al respecto.
A) Conociendo a tu enemigo: lo que dice el pensamiento único
Los estados democráticos, es decir, los estados capitalistas, item más, los estados occidentales, se apoyan en un conjunto de normas que son las que han permitido, paulatinamente y de forma trabajosa, la erección colectiva (no confundir con Torrente y sus famosas “pajillas”) de una sociedad libre. El sistema educativo, en ese sentido, es un bastión básico del sistema democrático, por cuanto es el primer encargado de que los futuros ciudadanos aprendan a convivir en democracia y dispongan de una formación exenta de prejuicios y basada en la igualdad de oportunidades, posibilitando la apertura de un marco de diálogo ilimitado basado en el respeto mutuo.
Tras el primer párrafo, en el que creo haber batido todos los records de la pedantería (a excepción de lo de las pajillas), y con el plus de legitimidad que esto supone, me dispongo a intentar resumir, brevemente, lo que opina el pensamiento único:
– El laicismo es un valor fundamental de nuestras sociedades. El Estado no puede permitir la exhibición impúdica de símbolos de cualquier religión en sus aulas. La excepción que confirma la regla es la impronta dejada por el nacional catolicismo español, de forma que hoy en día se cuentan por miríadas los colegios concertados de confesión católica, algo lógico si tenemos en cuenta que un enorme crucifijo sigue adornando las aulas de casi todos los colegios públicos del país, en consonancia con la existencia de una asignatura de Religión (católica) en los planes de estudios, con profesores pagados por el Estado pero escogidos por la curia.
– Los menores de edad no tienen suficiente raciocinio para dilucidar lo que es mejor para ellos, no tienen capacidad de elección y son fácilmente dominados por el yugo de sus padres (es cierto que los mayores de edad también tienen estas características, sustituyendo “padres” por “televisión”, pero esta es otra historia).
– Todas las culturas son respetables pero no en igual medida, y lo que en modo alguno se debe permitir es la intolerancia, esto es, la imposición de ghettos culturales en los que la diferencia se expresa a través de símbolos de discriminación (en este caso, sexual) radicalmente opuestos al espacio de libertad que posibilita nuestro modelo de sociedad, que por si alguien lo dudaba es el mejor de los mundos posibles.
B) Lo que todos responderemos desde la diversidad
El buen multicultural se escandalizará ante el intento de imponer la castrante cultura occidental, imperialista y decadente, convirtiendo la efervescencia del choque de culturas, el mestizaje y la intolerancia, en una aburrida uniformidad fundamentada en Occidente, sus repugnantes valores consumistas y (cuidado que voy a decir una palabrota) Estados Unidos, país que es guía y sostén de los adoradores del pensamiento único. Naturalmente, no nos pararemos a pensar en el carácter multicultural de la sociedad americana, el famoso melting pot. En su lugar, enfatizaremos la falacia de esta sociedad, realmente organizada por ghettos raciales y culturales en los que los blancos siguen llevándose la mejor parte (y por supuesto, tampoco nos pararemos a pensar si el modelo de sociedad multicultural que defendemos no acabará creando en Europa una sociedad mimética con la estadounidense).
Al buen multicultural se le caerá la baba contando a todo aquel que le quiera escuchar las maravillas de la religión y cultura islámicas, sus recovecos, sus características, su innata superioridad moral sobre nosotros. En un tono de mal disimulada (o mejor dicho, muy bien disimulada) admiración, nos extenderemos en un relato que básicamente se basará en asegurar que todo lo malo que podamos pensar de las sociedades islámicas es falso, y todo lo bueno verdadero “y aún mejor”. Si se resiste, bombardearemos al auditorio poniendo de manifiesto su ignorancia respecto al mundo fascinante que acabamos de relatar. Puesto que estamos seguros de que el auditorio no se habrá molestado lo más mínimo en indagar en la civilización islámica, sea por su buen gusto o por su desidia, tendremos la suerte de que tampoco será necesario llevar nuestro mestizaje demasiado lejos, y podremos, en la práctica, ignorar el estudio de la cultura que decimos admirar.
C) Síntesis y praxis: buscando la plusvalía
El buen multicultural diría esas y muchas otras cosas, pues lo tiene bastante claro. Pero, por si no lo han adivinado, el multiculturalismo tal y como lo conocemos debería sentar los pies en el suelo y preguntarse si es bueno, en su afán crítico con el modelo occidental, apoyar aquellos rasgos de otras culturas que colisionan frontalmente con la libertad de expresión consagrada en el mundo occidental (en España, con la pequeña excepción de lo que concierne a la Familia Real… ejem, no he dicho nada, por favor no me cierren la página, Su Majestad es muy campechano). La integración, para ser verdadera, ha de resultar en una sociedad más moderna, despojada de prejuicios religiosos y culturales que aún hoy constituyen un peligro para la libertad en el mundo occidental y siguen mandando en buena parte del mundo no occidental.
Dicho esto, el Okupa de la Choza (que soy yo, me permitirán que use este título rimbombante de vez en cuando) considera que si bien es evidente que no podemos pretender que todo aquel que llegue mimetice automáticamente todos los rasgos propios de nuestra cultura, entre otras razones porque no sabemos cuáles son estos rasgos, sí que es obvio que, cuando hablamos de menores de edad, el Estado no puede amparar símbolos contrarios a la dignidad humana, que esclavizan a la persona que los lleva, en su sistema educativo. Y lo es por varios motivos:
– No hablamos de “cualquier mujer en cualquier lugar”. Hablamos de una menor de edad en un ámbito muy concreto, el de la educación pública.
– Los símbolos no matan y esclavizan en sí mismos, pero sí son representación de una serie de costumbres y tradiciones (no cultura; la cultura es otra cosa, debería ser otra cosa más allá de dormir la siesta, vestirse de una u otra forma y bailar unos u otros bailes absurdos) que sería deseable erradicar. En este caso, el símbolo nos dice “soy una mujer, y mi función en la vida es servir al hombre que tenga a bien quedarse conmigo, siempre con el consentimiento de mi familia, es decir, mi padre y hermanos”. Puede que a algunos les parezca muy multicultural, pero en principio hay demasiadas concomitancias con, por ejemplo, la España de los años 40 como para que resulte convincente al común de las personas (¿a que no esperaban que les agitase a los multiculturales el fantasma del Tío Paco?).
– Permitiendo la pervivencia del símbolo estamos permitiendo la pervivencia de la situación de aislamiento en que se sitúa la menor, aún más alejada de sus compañeros en la escuela (que si son niños de verdad no tardarán en burlarse de ella), y del conjunto de la sociedad, por llevar un símbolo que no expresa diferencias culturales, sino un sometimiento por (estúpidas) razones culturales, ni siquiera religiosas: el Corán no dice nada de cubrirse la cabeza, porque yo, sí, sí, yo, el Okupa de la Choza, sí me he leído el Corán, con un par de huevos (claro que habría que preguntarse qué sería de nuestro país si todas las leyes derivase de la Biblia; muy multicultural, sin duda, pero desastroso en todos los sentidos, como nos enseñan las experiencias del pasado).
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