Capítulo 14: El Santoral laico, vocero de una nueva era
El empeño del ser humano por usar la razón para algo más que interpretar un mapa o saquear un país vecino ha generado diversos momentos históricos de encarnizada lucha entre la lógica y los mitos, llámense éstos Tutatis o Yavéh. A un periodo racionalista le seguía otro oscuro, y se iban turnando como en el bipartidismo decimonónico inglés (hablamos, claro está, del mundo civilizado, es decir, Occidente). Normalmente, los periodos de culto a la razón son más cortos, lo que viene a demostrar que el hombre es una criatura vaga por naturaleza, y así, Grecia y Roma son un suspiro comparado con lo que había antes y con los siglos de cristianismo posteriores. Con las revoluciones americana, francesa e industrial, empezó una imparable etapa de puntapié a la religión, complementada con el gancho al hígado de los avances científicos y el crochet a la punta de la pera de la carrera tecnológica e informática. Pero el humano es supersticioso, y la apalizada fe subsiste, comatosa, en la UCI de la historia (bella metáfora médica). En este periodo de transición que parece conducirnos de una era de fe (“esto es así porque sí”) a una nueva época de primacía de la razón (“esto es así porque he estudiado y tengo un microscopio y un telescopio”), los hombres están inquietos.
Desengancharse de la droga de la fe requiere un tratamiento (seguimos con las metáforas médicas), y la metadona tiene hoy día múltiples formas, desde los videntes a los profetas travestidos de físicos cuánticos, desde los futbolistas y rockeros convertidos en héroes de fábula a todo el surtido de pseudoreligiones de ocasión, desde la introspección de autoayuda a los apocalípticos de fin de semana. Todo ello es la sustancia que permitirá pasar al ser humano, sin demasiado dolor, del cristianismo a un puñado de siglos más cerebrales, que posiblemente concluirán con la deificación del google y vuelta a lo mismo en el año 2755.
Mientras eso ocurre, y con la esperanza de que se piense un poco durante una larga temporada histórica, una de esas “metadonas” llama especialmente la atención, por combinar creatividad y una absoluta falta de sentido del ridículo. Nos referimos al “santoral laico”. Lejos quedaron los vítores a San Crescenciano, festividad que bien pudiera celebrarse en ciertas aldeas de la España profunda, dados los líricos ecos de tal nombre, abriendo la puerta de la Iglesia con la cabeza del tonto del pueblo a modo de ariete. De San Pantaleón, abogado contra la langosta, nunca más se supo. Santa Priscila suena a reinona del desierto, y San Pablo Miki y los Mártires del Japón a extinguido grupo de la movida madrileña. El misterio de la célula es mayor que el de la Trinidad, y la Virgen, en estos tiempos promiscuos, ya no es creíble. No obstante, insistimos, el ser humano necesita todavía aferrarse a algo, como a un flotador de patito, mientras llega a la otra orilla. Ahí surge el “santoral laico”, donde los santos son sustituidos por días de o días sin.
Como remedo de las torturas de cientos de mártires, surgen los días dedicados a enfermedades, desde las más conocidas hasta los síndromes de saldo. Recordando las hazañas de otros santos, se celebran días optimistas, ya sea el del medio ambiente o el de la mujer. Se introducen paralelismos directos, como el Cristo-Che, o bien, reminiscencia del catolicismo más conservador, irrumpen en el calendario los días de carencias (sin tabaco, sin coches, sin alcohol…). Pero al igual que la fe hace creer en las palabras de los pastorcillos con visiones, este santoral también tiene sus excesos, ya que casi todos los días son el día de algo (o incluso de dos o tres algos): el día de las personas de edad, el día de los gordos, el día de los humedales, el de los voluntarios, el día del ama de casa, el de los vagabundos, el día del internauta, el del paseante, el del nudismo…
De ahí se ha pasado a la degradación, y es habitual que el presentador del telediario deje para el final la noticia sobre un día insólito, tipo “día del cortacésped”, donde se ve a un grupo de vecinos de una localidad de New Hampshire completamente ebrios haciendo labores en su jardín mientras sus esposas se levantan las faldas. Ejerciendo de pitonisos podemos intuir, en este aspecto del santoral laico, que la era de la razón empezará muy poco después de que se popularicen días como los siguientes (que serán un paso más con respecto a los días patrocinados por marcas publicitarias -día de Adidas, día de Coca-Cola- que están al caer):
a) El día sin aliento.- Los ciudadanos contienen la respiración hasta que no pueden más. Cada vez que respiran, vuelven a contenerla. Aprovechando ese aspecto de las caras con los carrillos inflados, se celebra también el día del globo aerostático, el día del zepelín y el día de la pedorreta (cuando los bromistas presionan los mofletes ajenos).
b) El día del ornitorrinco.- Trata de fomentarse el uso de esta mascota como guardián lanzando a un ejemplar desde un campanario (hay colchoneta y lleva paracaídas para evitar protestas).
c) El lunes sin lunes.- Una semana al año carece de este odioso día de vuelta al trabajo. En su lugar hay un doble martes (el doble domingo no cuaja por las protestas de los empresarios).
d) Día internacional de los oteadores de horizontes.- Con la mano a modo de visera y una mirada de explorador primerizo, los ciudadanos hacen como que miran lejos, en memoria de tantos y tantos aventureros que han dado la vida por la humanidad y por evitar pesadas responsabilidades hogareñas. Se celebra conjuntamente con el día de la cota de malla.
e) Día del funcionario.- Sin palabras. Degradación extrema.
Por fortuna, tanto despropósito estará posiblemente eclipsado por algún hecho histórico de los llamados clásicos -esos que reflejan el grado de grandeza de la humanidad-, como una guerra mundial, acontecimiento mucho más sano que la conciencia de ese santoral por venir, símbolo de la irracionalidad de los bípedos con pantuflas y, paradójicamente, uno de los pregoneros del retorno de la diosa Razón.
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