Capítulo 12: La tuna: el último bastión de la verdad en las artes
¿Qué lleva a un ser humano a tocar la bandurria? ¿Qué misteriosos impulsos hacen que un grupo de hombres se vistan como Batman después de haber recibido una paliza y canten Clavelitos? La explicación es la misma que se puede dar a cualquier actividad artística (o similares, incluyendo aquí pintar los uniformes de soldados de plomo) en la que se vuelque con fervor un ejemplar del género masculino: ayuntar con hembra fermosa. Por eso no es raro que los tunos tengan fama de conquistadores, en su versión babosa, y ahí reside el valor de tan denostado gremio: no ocultan sus propósitos. Los poetas esconden tras la métrica sus ladinas intenciones, los pintores recurren a complejos discursos para evitar reconocer el origen de sus actos, los músicos se decantan por la mística o extrañas búsquedas intelectuales, y arquitectos ya no quedan. Sólo los bailarines han osado mostrar sutilmente la importancia del motor sexual en el arte, mediante la utilización de rellenos bajo el ceñido pijama que utilizan para dar saltitos, o algunas sopranos de vertiginosos escotes (pero sospechamos que para desviar la atención de su voz). Ante ese mundo hipócrita se levanta, gloriosa, la tuna.
En sus orígenes, la tuna nace como un modo de evitar la sopa boba y los actos delictivos por parte de los primeros estudiantes universitarios sin beca, también llamados bobos (ya desde el principio la tuna renegaba de cualquier actividad cerebral). Con lo ganado cantando Clavelitos, podían mantener sus estudios honradamente y volver a casa por Navidad. Todo eso ahora carece de sentido, puesto que papá y mamá se encargan de los maravedíes. Así que el tuno desvió hace décadas su objetivo primordial, su propia manutención, a otro muy distinto: fornicar (intento de). El número de miembros de la tuna suele ser variable, pero se pueden identificar varios elementos básicos:
a) El gordo de la voz cantante.- Casi todas las tunas, y no se conoce la causa, están encabezadas por un tipo obeso de, como mínimo, 1’82, y casi siempre con bigote y perilla. Suele ser afable, gracioso, simpático y lanzado.
b) Los picaruelos de las bandurrias.- Son los miembros del núcleo central de la tuna, todos muy afables, graciosos, simpáticos y lanzados. Siguen las directrices del gordo, aunque su humor es más vulgar que el del líder, si cabe.
c) El que se lo toma en serio.- En toda tuna hay un miembro que no ha captado la esencia del grupo y se empeña en hacer música. Es el responsable de que haya ensayos y de que la ejecución de Clavelitos vaya mejorando con los años.
d) Los pardillos de las guitarras.- Son los clásicos tímidos, enfermos mentales o con problemas de sociabilidad que creen que el uniforme de la tuna hará el mismo efecto en las féminas que el de general o almirante. Funcionan como cuota solidaria del grupo en tiempos de corrección política, ya que calman las conciencias de los bandurrias, intrumento que, por supuesto, no son dignos de llevar debido a sus limitaciones en cuanto a afabilidad, gracia, simpatía e ímpetu.
e) El tío de la pandereta.- Es la mascota y avanzadilla del grupo. Actúa como vanguardia, a modo de simio, dando cabriolas y golpeándose con la pandereta. Su función es sacar un suspiro (de alivio) a las chicas, al comprobar que el resto de la panda, si ser gran cosa, no es igual que este anormal.
f) El tío de la bandera.- Porta un antiguo estandarte que se supone es el escudo de la tuna primigenia de la facultad en cuestión, y que suele ser un logotipo hecho por el cuñado del gordo. No hace nada y se lleva todos beneficios de ser tuno, y casi sin rozar el ridículo (si esto es posible en una tuna). Es a este gremio lo que el funcionario a la sociedad, un ejemplo de la evolución que ha llegado a la cúspide de la cadena trófica.
Una vez activo, este grupo trata de aparearse con todas las mujeres posibles. Para ello, suelen tocar Clavelitos debajo de un balcón, a modo de reclamo. Al margen de esa mínima excusa musical, no ocultan sus bajas pasiones, lo que los eleva a un punto casi insólito de ética en una sociedad que siempre trata de disfrazar tales impulsos con un traje más espiritual. Asimismo, tampoco ocultan olores, intensos grados de ebriedad, incultura o salivación excesiva, imprimiendo a sus apariciones un sello de autenticidad bastante escaso en cualquier ámbito. Su porcentaje de éxito es mínimo, pues ni la policía ni las doncellas son tontas, y no es extraño ver a los tunos deambular por las calles, de bar en bar, a la caza de turistas japonesas, que quizá vean en sus ropajes una reminiscencia de los samuráis.
La tuna promueve la mejora de las relaciones con el País del Sol Naciente y, volvemos a insistir, refleja al menos un atisbo de la verdad en las artes, sin complejos ni subterfugios. Patéticos, ridículos, fracasados, desesperados… son otros adjetivos que vienen a la mente de muchos al hablar de la actividad de estos músicos callejeros. Sin dejar de ser ciertos, no desnivelan la balanza hacia el lado del exterminio propugnado por sus más acérrimos enemigos (con linchamiento incluido mediante persecución y gorrazos). Hoy día, la tuna es símbolo de la transparencia. Sólo por eso merecen respeto y una subvención, a cambio de que mantengan su actividad en el extrarradio de las ciudades.
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