Capítulo 11: Los nuevos viajeros. Pioneros tardíos en una sociedad sin valores
El relativo abaratamiento de los viajes y la desesperación del populacho (que sale catapultado de las ciudades para dejarse todos los ahorros en una semana de vacaciones con tal de olvidar su penosa existencia cotidiana) han dado lugar a un remedo del nuevo rico, decorado con el simbólico mostacho de Miguel de la Cuadra Salcedo: el nuevo viajero o neoexplorador. Hay una diferencia. El nuevo rico era un pequeño burgués venido a más, o un miembro del lumpen o el campesinado venido a muchísimo más. Tal criatura se veía en una situación social que no le correspondía. Era tan rico como los ricos de toda la vida, pero su falta de formación le delataba (tomaba el caviar en plato hondo y los elegantes pantalones le quedaban cortos en los tobillos). Estas carencias han sido siempre sustituidas por arrogancia, derroche y un toque hortera, por no decir ridículo. Pero la pela es la pela, y el nuevo rico se mantenía como patricio (eso sí, tras la túnica y la corona de laurel seguía estando el pantalón de peto). Al igual que aquellos ejemplares, el nuevo viajero es un paria, sólo que no sube de casta, más bien disfruta durante unos días de los mismos placeres que un millonario, pero al volver de, pongamos, Atenas, vuelve a ser el pardillo de siempre. ¿Por qué su ascenso momentáneo se centra en el mundo de los viajes veraniegos? Pues yo qué sé (este es el máximo análisis sociológico del que soy capaz). No obstante, me interesa profundizar en otro aspecto relacionado con el comportamiento de estos seres y su interacción con el medio, sobre todo por sus perniciosas consecuencias. Y es que el neoexplorador, tras su semana de aventuras, pasa el resto del año contando su viaje.
A continuación, transcribo parte de un diálogo de una pareja de nuevos viajeros. Pertenece a una conversación empezada hora y media antes, sobre el viaje de rigor. Las víctimas, tres sufridores:
NEOEXPLORADOR: …y las cervezas más o menos como aquí, a un euro o por ahí, sí. Sí, eso, un euro o por ahí. Vamos, las cervezas muy parecidas a aquí. Lo que pasa que los cubatas más caros. Bueno, allí no hay cubatas, toman a lo mejor, no sé, whisky solo, bourbon solo, pero cubatas cubatas no hay.
SUFRIDOR 1: …
SUFRIDOR 2: …
SUFRIDOR 3: …Y…la cerveza igual que aquí, ¿no?
NEOEXPLORADOR: Sí, igual, lo que pasa que no hay cañas, en las cañas ponen los cubatas, y la cerveza en jarras más grandes…Claro, como no hay cubatas, pues ponen el whisky en vaso más pequeño, porque si no se toman uno y…
NEOEXPLORADORA: …Sí, y la gente bebe mucho más que aquí, se ponen en la barra y no paran, y claro con el alcohol solo, sin echarle coca-cola ni fanta ni nada…pero eso sí, todos superabiertos, encantadores, menos los taxistas, que son todos como indios, con su turbante de ese grande, pero el resto superabierto y superbuenagente…te ven que abres un plano en mitad de la calle y ya están ahí diciendo, ¿a dónde van? ¿nosequé?
SUFRIDOR 1: …
SUFRIDOR 2: …
SUFRIDOR 3: …Joer, qué raro que no haya cubatas…
NEOEXPLORADORA: y después cogimos el avión y nos fuimos a Londres..
(ELIPIS EQUIVALENTE A 45 MINUTOS)
NEOEXPLORADORA: …Y flipando con el matrimonio Arnolfini, el de la pareja esa que tiene un espejo detrás y te pones ahí y… ¿cuál era el autor, que no me acuerdo?
NEOEXPLORADOR: Sí, Van der…
SUFRIDOR 1: Van…
SUFRIDOR 2: ¿El Bosco?
SUFRIDOR 3: No, no, Van der nosequé, como era, hombre…
NEOEXPLORADOR: Sí, joer, Van der…
NEOEXPLORADORA: Da igual, si sabemos del que estamos hablando, ya nos saldrá dentro de un rato, que siempre pasa eso. Pues eso, que te pones ahí, y te pegas al cuadro y…macho, qué juego de espejos…es que se ve detrás todo perfectamente…alucinante de verdad…Y luego pasamos un día en Lisboa, y es llegar y se nota un montón, pero un montonazo, como algo de Pessoa, como yo qué sé, como que ha estado allí…
NEOEXPLORADOR: Si, sí, no sé cómo explicarlo, pero es que en algunos sitios, dices, tío, esto es Pessoa…
SUFRIDOR 1: …
SUFRIDOR 2: …
SUFRIDOR 3: ¿Y hay cubatas en Portugal?
Los nuevos viajeros dejan a Elcano en aprendiz de grumete, a Marco Polo en senderista aficionado y a Cabeza de Vaca en paseante de perros. Sus conversaciones tienen el tono que exhiben muchos políticos hoy en día, aconsejados por sus asesores, que consiste en un hilo de voz monocorde sin inflexiones, de manera que sea casi imposible interrumpirlos. La coartada cultural es lo que da fe de que han estado allí, ya que no pueden enseñar las fotos y el vídeo a todo el mundo, sólo a los íntimos. Cuando coinciden en una conversación dos parejas de neoexploradores que no se conocen, se produce un big-bang cultural. Se origina así:
MIEMBRO DE LA PAREJA 1: …y al final pues un porrón de museos, y con lo de Londres al final…
MIEMBRO DE LA PAREJA 2: Ostras, nosotros también estuvimos en Londres…¿fuisteis a la nashional gáleri?
MIEMBRO DE LA PAREJA 1: Claro…flipante ¿eh? Joer, y sobre todo el matrimonio Arnolfini es que me dejó…es la ostia…
MIEMBRO DE LA PAREJA 2: ¡¡¡Sí!!! ¡¡¡Sí!!! Es que yo me quedé, y me puse ahí cerca…con el juego del espejo…
Otra coartada, al margen de la cultural, es la antropológica, un simple sucedáneo de la primera, correspondiente a los viajes al inframundo o países con moscas (todos aquellos que no son Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Japón). Allí, el neoexplorador sustituye al matrimonio Arnolfini por una lección de interculturalidad y mestizaje, y a la gente superabierta por personas que-a-pesar-de-su-situación-siempre-tienen-una-sonrisa-en-la-cara-porque-disfrutan-de-la-vida-incluso-con-sus-carencias. También existe la modalidad pedazo de aventura, donde el nuevo viajero se apunta a una escalada o a una ruta por la selva, con el objetivo de sufrir mal de altura o coger la fiebre del dengue respectivamente, únicas enfermedades capaces de ponerle al mismo nivel que Robert Falcon Scott (aquel cenizo) en cuanto a valentía y arrojo (ante los potenciales receptores de la narración).
En cualquier caso, los efectos devastadores de las historias de los nuevos viajeros en sus desafortunados oyentes, empiezan a considerarse como causas nada despreciables en el origen de la dipsomanía, la agorafobia, la aerofobia, y la construcción de barcos en miniatura para meterlos dentro de una botella (signo inequívoco de locura). La erradicación del automóvil, la sustitución de los aviones por globos dirigibles o la vuelta a los viajes transoceánicos en carabelas -únicas medidas capaces de acabar con este fenómeno- parecen inviables. Y es que aunque no hay un euro para pagar el alquiler, aunque no hay un euro para pagar la hipoteca, aunque no hay un euro para costear la cría de un cachorro humano (hijo) y, mucho menos, para que los ancianos tengan una vejez digna, una extraña paradoja hace que todo el mundo pueda dar la vuelta al ídem por un módico precio. Mientras el último mono pueda veranear en Sri Lanka, sólo podremos añorar el feudalismo mientras compramos en la farmacia tapones de cera para los oídos. La degeneración de las exploraciones queda reflejada perfectamente en cómo la gente se dirige ahora a los grandes viajeros. Se ha pasado del Doctor Livingstone, supongo al ¿hay cubatas en Chipre? La conclusión, de nuevo, no puede ser más evidente: se están perdiendo los valores.
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