Greenspan vs Duisenberg
Dos modelos enfrentados (adivinen quién gana)
Como no solo de Villalonga vive el hombre pero indiscutiblemente nuestro hombre marca la pauta, observemos su influencia en otros actores de este teatro de los mercados internacionales. Es muy significativo que el “Gran jefe” de la tribu apele a actitudes muy parecidas a las de nuestro Villalonga.
El Señor de los Mercados, el voluntariamente misterioso-ininteligible Alan Greenspan, ha vuelto a demostrar que si algo no le falta es cintura política. A diferencia de lo que le ocurrió a su actual esposa, Greenspan no necesitó escuchar tres veces una proposición formal de Bush junior, y a la primera dijo sí a la reforma de impuestos del Nuevo Presidente.
Los mercados están cambiando, y la lectura diaria de apasionantes estadísticas sobre las ventas de cartón en los Estados Unidos no parecen haber convencido a Greenspan, hasta que era demasiado tarde, de la necesidad de bajar de las alturas a los tipos de interés. Eso sí, una vez se ha puesto a ello, Greenspan ha recurrido a cortar por lo sano. Con una bajada de tipos de 1 punto en un mes el Presidente de la Reserva Federal se aseguró un efecto mediático imponente. Y esto, para él, cuenta también mucho.
Dada la innata tendencia europea a la autoflagelación quizá ha llegado el momento de señalar que, por lo visto, el Banco Central Europeo ha manifestado más prudencia, inteligencia y sentido común a la hora de fijar su tipo de cambio. Mientras que Greenspan parece considerar que el curso de la economía mundial (esto es, de la de Estados Unidos) puede pilotarse como quien conduce un Formula 1, con agresividad y cogiendo cada curva al máximo, siempre al límite, en el BCE, quizá por la influencia alemana y la sosería que comporta, ha demostrado ser mucho más consciente de que manejar la política monetaria debe hacerse teniendo en cuenta que lo que se tiene entre manos es, más bien, un trailer de 8 ejes. Los tipos de cambio en Europa, al margen de que sean los responsables de que más gente de la deseable (innecesariamente) estén en el paro (la comatosa inflación alemana era rematada por la política más papista que el Papa de Duisenberg) ha sido mucho más coherente y orientada al medio-largo plazo que la americana. Por eso, entre otras razones, los temores de crisis en Europa son menores y están esencialmente asociados al pánico que puede provocar un contagio. Por eso no hemos presenciado una alocada y repentina bajada de tipos en Europa que trate de imitar la de sus homólogos.
En cualquier caso los rasgos de sentido común detectables en el seno del BCE tampoco son para lanzar las castañas al vuelo. Recordemos que incluso llegaron a parecer preocupados por los niveles pretendidamente preocupantemente bajos del euro. Aunque en realidad sospechamos que también ellos eran conscientes de que, más que intervenir, lo que había que hacer era comprar euros aprovechando el chollo (más bien vender dólares, pero viene a ser los mismo). Y, en última instancia, se trata de banqueros centrales, motivo más que sobrado para echarse a temblar.
Uno de los problemas de la economía es que, además, dentro de lo que cabe es poco trascendente tener, a estas alturas, un BCE un poquito mejor o un poquito peor. Los tiempos que vivimos son una prueba. Por mucho ejercicio de virtuosismo monetario con el que nos deleiten los jerarcas del dinero europeo si efectivamente llegara a desencadenarse la increíble recesión americana ¿alguien duda de que pagaríamos justos por pecadores? A uno se le queda la impresión, a veces, de que la sangría corre cuando se descontrolan los gamberros de siempre, mientras el idiota responsable de siempre llama a la morigeración y predica con el ejemplo, perdiéndose la jarana. De manera que, durante un tiempo, el carácter templado es esencial, pues se ha de presenciar la orgía ajena manteniéndose un firme en las convicciones propias, y aprovechando de vez en cuando para criticar ácidamente la depravación moral que nos rodea, anticipando grandes desgracias futuras, inevitable consecuencia de los desmanes presentes.
Y, sin embargo, el que las previsiones más moralistas o económicamente cuerdas se cumplan no favorece en nada a nuestro modelo de rectitud. Tras quedarse sin juerga luego, él también, acaba sufriendo la resaca, pues cuando el jefe estornuda se resfría toda la tropa. Y, en cuestiones económicas, haber tenido razón es una pobre recompensa.
Quizás todo esto sea debido a que, para bien o para mal, la Nueva Economía ha cambiado el funcionamiento de las cosas, y en el momento presente a veces da la sensación de que, en la práctica, da bastante igual lo que hagan los bancos centrales, y de que alguien ha seccionado de un tajo la famosa “mano invisible” que antaño, dicen los más fieles creyentes en el Viejo Mundo, movía los hilos. Yo no sé, mi pobre entendimiento no alcanza para ello, si la Mano ha sido seccionada, si el poseedor de la Mano es un inconsciente por naturaleza o si, simplemente, nunca ha existido tal Mano.
Tal vez el mundo globalizado se rija por unas reglas tan radicalmente nuevas que los hábitos de funcionamiento de la economía, que hasta ahora podíamos percibir en alguna medida, estén en proceso de cambio. Yo no lo sé, pero, si comportarse de forma ortodoxa no sólo no es beneficioso sino que es perjudicial para los aparentemente Justos, mientras los Pecadores se lo pasan pipa subiendo y bajando, cual montaña rusa, los tipos de interés, jugando con la bolsa como si de un cubo de Rubik se tratara… ¿No estaremos llegando a un nuevo modelo de ortodoxia basado en la heterodoxia, si se me permite la aparente contradicción?
Los caminos de la Nueva Economía son inescrutables, y cierto es que varios años de política económica a veces errática, a veces irresponsable, de Alan Greenspan, no han traído problemas sin cuento a los EE.UU., sino todo lo contrario, mientras que el gestor de la economía europea, Wim Duisenberg, un hombre que sigue estrictamente las enseñanzas de sus maestros (Alemania) y se comporta en todo como un austero Vater alemán (no confundir con el inodoro), sólo consigue resultados mediocres, siempre a rebufo de la economía estadounidense.
En realidad, Duisenberg y Greenspan parecen la pareja protagonista de “El condenado por desconfiado”, la obra teatral de Tirso de Molina: Paulo era un ermitaño virtuoso y temeroso del Señor. Su vida era austera y rutinaria, basada en la alabanza a Dios, más o menos como hace Duisenberg con Hans Tietmeyer y la ortodoxia. Pero Paulo se preguntaba cuál sería su destino en la otra vida, y el Señor le indicó que su destino sería el mismo que el de un sinvergüenza de la ciudad, un tal Enrico, que se dedicaba a cometer todo tipo de latrocinios: Enrico mataba, robaba, violaba, no iba nunca a misa y estoy seguro de que habría bajado y subido alegremente los tipos de interés, como Greenspan. Cuando Paulo vio esto, se abandonó, decidió cometer él también todo tipo de crímenes, una vez creyó que con sus alabanzas al Señor no conseguiría la salvación.
Pero hete aquí que Enrico se arrepintió en el último momento de sus crímenes y el Señor, siempre piadoso, lo acogió en su seno. Sin embargo, Paulo, quejoso por las pruebas a que le sometía el Señor y desconfiado de su infinita piedad, dudó, no quiso buscar sinceramente el perdón divino, y cayó en el siniestro pozo del infierno / recesión por toda la eternidad. La moraleja de esta historia es clara: no importa en absoluto que nuestro comportamiento sea el adecuado o no, lo único importante es considerar nuestro paradigma, sea este Nueva o Vieja Economía, dogma de fe. Porque la Economía, a la hora de la verdad, es cuestión de fe, o eso parece. ¿Estará la Vieja Economía probando a Duisenberg? ¿Consistirá la Nueva Economía en hacer todo tipo de barbaridades y en el último momento llorar a los fondos de pensiones para conseguir chollos, como hizo Villalonga?
Compartir:
Tweet
Nadie ha dicho nada aún.
Comentarios cerrados para esta entrada.