Dumping virtual
Perder para luego perder más
Ya les hemos hablado bastante a menudo de la pasión que tienen las empresas por regalar cosas al ciudadano virtual. Los estrategas de marketing tienen cada vez más claro que los internautas constituyen la elite de la sociedad, de cualquier sociedad, y todo es poco por conseguir la fidelizaciòn del cliente. Por eso, la mayoría de las empresas se dedican a regalar cosas y más cosas al visitante, desde dinero hasta camisetas (pruebe en dooyoo; usted y nosotros ganaremos pasta), a cambio de una visita; sólo de una, claro, porque, pese a que los internautas son auténticos caballeros, conforme recogen la pasta se van a buscar el siguiente chollo.
Pero las empresas que regalan o pagan son acompañadas de las que, no regalando nada, tambièn son capaces de alcanzar el objetivo último de todo negocio en Internet: perder dinero. Para ello, utilizan la genial estrategia del dumping, inventada por los japoneses. En los años 70, más o menos, multitud de empresas japonesas comenzaron a vender sus coches en Europa y EE. UU. por debajo del precio de fabricación; es decir, perdían dinero con cada venta, pero a cambio “crecían”, aumentaban cuota de mercado. El sistema funcionó más o menos bien en EE.UU. y fue un fracaso en Europa (aún recuerdo, cuando estaba gestionando la compra de mi primer coche, los comentarios de algún amigo: “por debajo de este (repugnante, pero europeo) coche, ya tiene que ser japonés”. Naturalmente, me compré el coche repugnante, y así me va). En cualquier caso, el sistema garantizó que, a la larga, la recesión económica hiciera mella en tan avanzadas empresas, que actualmente son, en su mayoría, cadáveres empresariales susceptibles de ser comprados por aquellas empresas, americanas o europeas, a las que se iban a comer con su cuota de mercado. Eso es el dumping.
Esta estrategia del dumping es totalmente ilegal en el mundo real, porque supone una competencia desleal (¿?), razón por la cual ha sido rápidamente adoptada en la selva de Internet: cuando usted compra un libro en Amazon.com, tenga por seguro que Jeff Bezos tiene que vender algunas de sus acciones de la empresa para poder pagárselo; cuando pide una pizza por internet, sin duda el gerente de la empresa está suplicándole a los proveedores que le regalen un par de jamones para enjuagar las pérdidas; y ya por el mero hecho de entrar en un portal está haciendo que los propietarios gasten más dinero en publicidad para “crecer” (recuerde que un internauta tiene un valor de uso muy inferior al valor de cambio, y perdonen que me ponga marxistoide); el dumping invade todo el universo virtual.
Todo el universo virtual salvo esta página, por la sencilla razón de que algunos miembros de la misma tuvimos experiencias negativas con el dumping a muy temprana edad, y perdonen que me ponga nostálgico: A los nueve años fundé, con mis amigos veraniegos, mi primer negocio “Nueva Economía”; se trataba de una tienda, situada al lado del supermercado del pueblo, que tenía por objeto acabar con el vergonzoso monopolio que este ostentaba en el ramo de las chucherías. Para ello, comenzamos de una forma agresiva e infalible: si las piruletas se vendían en dicho supermercado a 10 pesetas, nosotros las vendíamos a 8; si el paquete de chicles estaba a 50, nosotros vendíamos a 35. Como no podía ser menos, la estrategia dio resultado; nos quitaban las chucherías de las manos, la gente se agolpaba alrededor de nuestro mostrador (una caja de cartón) para comprar y comprar. Nadie volvió a ir al supermercado; nadie… salvo nosotros, naturalmente, que nos dedicábamos a comprar las piruletas a 10 y los chicles a 50 para revenderlos, acto seguido, más baratos. ¿O de dónde se creían que sacábamos el género?
De esta manera, todos estaban contentos: el supermercado vendía más que nunca, porque tenía unos clientes que compraban compulsivamente para satisfacer la demanda de piruletas a 8 pesetas y chicles a 35; Ustedes pensarán que perdíamos dinero con esta estrategia, y es cierto, pero no importaba: lo importante era fidelizar al cliente, crecer cada vez más, ostentar una posición de dominio; cuando los críos se acostumbrasen a comprar en nuestra tienda ya les podríamos colocar el resto de nuestro género, compuesto de auténticas joyas del mundo alternativo, como las obras completas de Joan Fuster en euskera, por ejemplo.
Sin embargo, los críos eran unos incultos que no tenían el menor interés en hacer (o deshacer) patria, así que hubo que recurrir a los mercados bursátiles, esto es, nuestros padres, que no tuvieron más remedio que comprar por segunda vez (aunque esta a “precio de amigo”) sus joyas del progresismo hispánico que nos habían dado con la esperanza de quitárselas de encima de una vez por todas.
La experiencia, en conclusión, no acabó mal del todo, pese a lo cual nosotros nos mostramos bastante escépticos en todo lo referente al dumping, así que no sueñen siquiera con que les paguemos por leer las tonterías de La Página Definitiva o les regalemos libros y camisetas (“Yo sobreviví a La Página Definitiva”), al menos de forma indiscriminada; esta es una página seria, y me da la sensación de que nuestros padres, en esta ocasión, no cumplirían eficazmente su papel como progenitores: a fin de cuentas, no es lo mismo un agujero de 1.000 pesetas que de un millón o dos.
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