Juan Villalonga
Como ustedes comprenderán, una sección con semejante título, destinada a glosar los hechos y leyendas referidos a los grandes hombres del mundo económico, no podía comenzar de otra manera que con Villalonga I, el rey destronado. Durante meses, Villalonga nos ha llenado, él solito, media Página definitiva, así que intentaremos despedirle (por ahora) como se merece.
Biografía. Orígenes
Juan Villalonga, indudablemente, es un gran hombre. Es uno de esos grandes líderes que las naciones tienen la suerte de disfrutar cada cincuenta años, a lo sumo. Las naciones que no son como España, claro. Porque en España es tal la sobrepoblación de notables, caudillos dirigidos directamente por la mano de Dios, que algunos acaban mal, sin poder mostrar toda su genialidad, enfrentados a otros caudillos tan grandes, o más, que ellos.
En realidad, esto es lo que le ha sucedido a Villalonga. Desde el principio fue un chico especial, alguien que destacaba de la masa. En el colegio del Pilar, donde pasó sus años juveniles, Villalonga aún no ofrecía a todos sus compañeros opciones sobre su balón de fútbol a cambio de apoyo, ni planeaba hacerle una OPA a la capilla de los marianistas, pero era indudablemente un líder. Porque sólo un líder podría sacar aprobados raspados, ni un solo notable, en un colegio privado como el Pilar. Naturalmente, con estos atributos era lógico que Juan Villalonga tuviera a toda su clase en un puño. Pero se encontró con la horma de su zapato.
Como ya hemos dicho, en España hay superpoblación de genios. Pero pocos tan ilustrados como José María Aznar, nuestro actual presidente del Gobierno, que no sólo estudió en el mismo colegio que Villalonga, sino que fue compañero de pupitre durante luengos años. Aznar, que también tenía madera de líder, como por otro lado ha demostrado sobradamente, sacaba aún peores notas que Villalonga, salvo en Literatura (sus poemas eran muy apreciados), así que se hizo rápidamente con el cotarro y aplastó, con su carisma, la posición de Villalonga.
Como muy bien se ha encargado de destacar toda la prensa favorable al PP (o sea, la independiente del felipismo), allí comienza una enemistad entre ambos personajes que duraría luengos años. La ruptura definitiva, sin embargo, no se produjo con la entrada de Aznar en la Falange, como indican algunos hagiógrafos (en realidad, esto más bien le gustó a Villalonga), sino con la boda entre Aznar y Ana Botella, quien jamás aceptó que Juan Villalonga no ingresase en el Opus Dei. Allí comenzó la terrible “venganza de los Aznar”. Por venganza le colocaron a Villalonga a una mujer del Opus que le abriría muchas puertas, Concha Tallada, íntima (claro) de Ana Botella, por venganza le consiguieron el puesto de presidente de Bankers Trust en España, y por venganza obligaron al núcleo duro a nombrarlo presidente de Telefónica; “para que te enteres, toma empresa aburrida en la que no hay nada que hacer ni perspectivas de futuro”, pensó Aznar. Obviamente, se equivocó (por una vez, y sin que sirva de precedente).
Grandes hazañas
Cuando llegó al poder en Telefónica, Juan Villalonga hiló una estrategia realmente escalofriante contra el matrimonio Aznar: en primer lugar, empezó a comprar medios de comunicación para ponerlos al servicio del PP; de esta manera, todos pensarían que el presidente del Gobierno intentaba crear un grupo de comunicación que sirviera a sus intereses (nada más lejos de la realidad). En segundo lugar, ideó un sistema de recompensa para él y sus directivos, las famosas “stock options”, con el único objetivo de dejar mal a Aznar; en tercer lugar, comenzó a despedir a toda la gente competente de Telefónica para que pareciese que la empresa era un barco sin rumbo y, por tanto, todos creyeran que Aznar se había equivocado nombrándolo.
Pero a Villalonga no sólo le preocupaba dejar mal a los Aznar, sino que también, y al mismo tiempo (tan altas miras tenía nuestro personaje), se procuró un hondo prestigio en las finanzas internacionales, para tener siempre las puertas abiertas. De esta manera, Villalonga diseñó una sorprendente estrategia de compras y alianzas que se sucedían la una a la otra y desaparecían tan rápido como habían llegado. Veamos:
– En el plano internacional, Villalonga mantuvo las siguientes alianzas, sucesivamente: Unisource (hasta 1997), MCI – British Telecom (1998), MCI – Worldcom (1999 – 2000), y la que estaba ultimando en este mismo año con British Telecom nuevamente. Ninguna de estas alianzas ha dado resultado práctico alguno. También compró las telefónicas sudamericanas que aún no eran propiedad de Telefónica, fundamentalmente en Brasil, pero también se lanzó a absorber totalmente las filiales que ya dominaba (Operación Verónica, lo llamó la empresa, en un curioso símil taurino de los que tanto le gustaban a nuestro personaje).1
– En España, Villalonga se lanzó a comprar medios de comunicación, como ya hemos indicado: entró y salió en El Mundo a través del grupo Recoletos, entró y salió (también) del grupo Recoletos (el Marca no se decidía a apoyarlo), compró Antena 3 Televisión, edificó Vía Digital, compró miles de equipos de fútbol y productoras de cine, televisión, Onda Cero radio…
– En Internet, Villalonga tuvo a su bebé, Terra Networks, empresa que le permitiría tener más pérdidas que ningún otro negocio en Internet (con la posible excepción de Amazon.com). Cuando parecía que Amazon estaba tomándole la delantera, el tío, poniendo los huevos sobre la mesa, compró Lycos para crear el mayor imperio hispano que jamás se ha visto en Internet (dicho así suena ridículo, pero aquello tuvo su mérito, subirse a las barbas de los yanquis). También convirtió a un banco serio como el BBVA, principal accionista del núcleo estable de Telefónica, en un ridículo chicharro convertido a la fe de la Nueva Economía.
Todas estas estrategias eran aparentemente contradictorias, sin objetivo alguno. Vano error que sólo los que no han visto la luz (y nunca la verán) cometen. Villalonga ya había descubierto por entonces que en la bolsa, en realidad, da exactamente lo mismo que un blue chip vaya bien o no, que haga cosas o no. Lo único importante es que parezca que hace cosas. Tan maquiavélico como correspondía a un hombre de su talla, Villalonga se dedicaba a lanzar al mercado un globo sonda detrás de otro, operaciones sin ningún sentido pero muy ambiciosas en apariencia, que encandilaban una y otra vez al mercado, incapaz de creer que una empresa del prestigio de Telefónica (¿?) pudiera cometer tales testarifos. Así que la acción subía y subía, Villalonga acrecentaba su fama y los viejecitos de los fondos de pensiones americanos, verdaderos dueños de Telefónica, estaban encantados, y el núcleo estable, si se le puede llamar así, no tenía motivos de queja.
Como complemento a los globos sonda, Villalonga se dedicó a fragmentar Telefónica en miles de filiales ridículas, dedicadas a actividades tan peregrinas como perder dinero (Terra) o editar libros amarillos (TPI), amenazando incluso con la salida al mercado de Telefónica Inmobiliaria. Villalonga se hacía dueño del 40% del mercado bursátil español y creaba stock options en todas las filiales que sacaba a bolsa, garantizando la buena marcha de las operaciones por el procedimiento de sacar al mercado el 15%, 10% o 5% de la empresa, según convenía. Histéricos por la fiebre de las nuevas tecnologías, los inversores, que no podían vivir sin unas acciones de TPI en su cartera, se lanzaban a comprar a precios increíbles, sin pararse a pensar qué relación tiene TPI, en la práctica, con las tecnologías, sean nuevas o viejas (salvo la imprenta). Las filiales subían, Telefónica subía empujada por sus filiales, estas, alentadas por el comportamiento de la matriz, volvían a subir…. Y así todo el rato.
Y no crean que Villalonga financiaba las operaciones con dinero de Telefónica, no. Las acciones de Terra son (eran) un instrumento muy codiciado por el mercado, y las ampliaciones de capital (una cada dos meses) de Telefónica, comprensibles para el mercado, que sólo entendía del enorme crecimiento de la empresa.
Alentado por sus continuos triunfos, Villalonga decidió liarse con una bella muchacha mexicana, de singular cultura, Adriana Abascal, que se convertiría en su posesión más preciada y, de rebote, de Telefónica. Para ello, Villalonga decidió dejar a su esposa Concha, a quien no acompañó a la tradicional procesión en Torreciudad. Ese fue su único error.
Epílogo
Villalonga no pudo entender que una cosa es no entrar en el Opus y otra muy distinta reírse de él. La Obra, que es estricta con sus Hijos, no lo es menos con los que no lo son, ni siquiera adoptivos. Así que el núcleo duro, habitualmente neutralizado, empezó a abrir la boca como sólo un núcleo duro verdaderamente duro sabe hacerlo.
Por su parte, los Aznar estaban aún más escandalizados. Aznar, como todo aquel que nunca pierde, no es buen perdedor, y no había sabido reconocer la excelente gestión de su archienemigo Villalonga. Aznar es, ante todo, un liberal convencido, y jamás se le había pasado por la cabeza interferir en las sacrosantas reglas del mercado. Si el mundo de los negocios lo quiere, ¿qué voy a hacer yo?, pensaba el presidente. A la gente no le importa que Juanito se saque unos milloncejos que, al fin y al cabo, se trabaja con el sudor de su frente. Pero lo de Adriana Abascal era distinto, una cuestión moral. ¿Qué iba a pensar el buen pueblo español de un hombre que le era infiel a su esposa para liarse con una pelandusca? Los fundamentos de toda sociedad sana, como bien sabe José María Aznar, se basan en la familia, sin la unidad familiar todo acaba desapareciendo. ¿Qué harán los jóvenes españoles del país si deciden seguir al hombre de moda en sus perniciosas costumbres? Eso no era de ningún modo admisible, así que, sin que sirva (tampoco) de precedente, el presidente sacó su vena intervencionista, reducto de los restos de felipismo que, merced a sus simpatías por la Falange, siempre ha tenido.
La excusa era tan banal como otra cualquiera: unos milloncejos que al parecer se sacó Villalonga haciendo uso de información privilegiada sobre su propia empresa. El cada vez mayor polanquizado Villalonga se nutrió de toda la fuerza de los medios de PRISA, unidos a los suyos propios, para desmentir la información del diario El Mundo, pero un pedazo de presidente armado con el B.O.E., como Aznar, es mucho, demasiado incluso para nuestro héroe. Además, Aznar garantizó la no oposición de los abueletes yanquis con una oferta para visitar el mejor chiringuito de Benidorm en temporada alta, algo a lo que pocos mortales (en especial los más mortales de todos) pueden resistirse. Ni siquiera la inminente muerte de la madre de Villalonga paró la operación, lo que le otorgó un toque épico al asunto.
Así que aquí tenemos a Villalonga, engrosando las listas del paro con 5.000 milloncetes bajo el brazo, y Adriana al lado. La verdad, es normal que se vaya así, porque al fin y al cabo, según han dicho todos los integrantes del núcleo estable (estable en todo menos en su salud mental, al parecer), la gestión de Villalonga ha sido cojonuda, y además jamás ha cometido irregularidad alguna. Así que, ¿por qué lo despiden? Por razones morales, insistimos (que a nosotros nos parecen muy lícitas).
Aunque este primer Gran Besugo, dedicado a Villalonga, parezca un punto y final respecto al personaje, nosotros confiamos en que vuelva por estos lares, a no ser que lo fiche alguna multinacional americana (no lo creemos, pero fundamentalmente porque Villalonga está demasiado apegado a España, al igual que Julio Iglesias, quien también vive en Miami). En tal caso, Villalonga acabará haciendo algún negocio con su alter ego, Mario Conde, lo que sin duda le garantiza el éxito.
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